miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Miedo

Qué cosa extraña es el miedo. Desde hace unos días mi vida ha estado dominada por el miedo. Por diferentes miedos a diferentes cosas aunque en el epicentro de todas estaba, claro, J.

Yo, supongo que como todos, soy producto de mis miedos. Tengo miedo a muchas cosas entre las que destacaría a las arañas (también a los insectos en general), a volar y diría que hasta los propios aviones, a la velocidad, a la altura, a la muerte (quizá esta resuma varios de los otros), a llamar la atención en público, a los ascensores (si alguien se mueve con cierta violencia o un niño salta jugando puede verse mi cara de terror), a ahogarme al comer (tanto que mastico hasta la sopa, supongo que una secuela de lo contado en esta entrada) y varios miedos menores. Algunos son persistentes desde hace mucho e incluso tienen una extraña relación. Cuando era más pequeño, al inicio de mi adolescencia incluso en mi última niñez, cada vez que veía un perro suelto cambiaba de acera. Lo curioso es que jamás me ha mordido un perro pero aún los tengo miedo aunque trato de dominarlo.

Pero no era la única razón para cambiar de acera. Cuando yendo por la calle tenía que atravesar un grupo de chicas digamos, cuatro o cinco, sentía tal pánico que solía cruzar a la otra acera por evitar el trance de pasar entre ellas. Era un miedo raro y quizá un poco estúpido. Pensaba que se reirían de mí y quería evitarlo a toda costa. Tenía miedo a ese grupo de chicas. Supongo que mi relación problemática con mi propio físico era el detonante. Nunca me he encontrado cómodo con mi propio físico aunque eso no entraría en el tena de los miedos sino en uno diferente como es el de los complejos. Las chicas sí, me han dado un poco de miedo siempre. Sobre todo en grupo y si gritan entre ellas aunque sea de felicidad. Supongo que es puro desconocimiento. Muchas veces los miedos son por pura ignorancia.

Por J si bien no podría decir que supero sí que enfrento a varios de esos miedos: a volar, a las alturas y la velocidad, a los perros, a las arañas y, por supuesto, a las chicas. O al menos a una chica porque ella lo es. Y preciosa. A la belleza no le tengo miedo. Ni a una inteligencia como la suya como ya expliqué hace un mes.

El fin de semana sucedió algo que me hizo entrar en un pánico que no recordaba haber sentido antes y del que parezco incapaz de despegar, de dejar atrás. No entraré en detalles porque ni viene a cuento ni es el lugar ni si quiera es relevante para lo que hablo. Pero desde esa madrugada del sábado al domingo soy incapaz de pasar demasiado rato sin que el escalofrío me asalte.

El miedo es paralizante porque no responde a un hecho, a algo que resolver, sino a un enigma. A algo que, en realidad, no sabes cómo es de manera real. Porque es como pegar puñetazos a una nube, a la niebla. Tengo miedo de algo que no ha ocurrido pero que podría ocurrir o, como es el caso, haber ocurrido. Tengo miedo a algo que no pasó y que es improbable que vuelva a ocurrir. Pero me da miedo. Un miedo tan grande que a ratos no me dejaba dormir y que me asalta y domina en lo momentos más insospechados y desestructura lo que esté haciendo ya sea comer, trabajar, ver la tele o leer. Mi mente salta al origen de ese miedo, de un miedo a algo terminado, sin consecuencias pero que me lleva dominando por días.

Supongo que no hay miedo mayor que la idea de que algo malo  le pueda suceder algo a un hijo. Yo eso no lo he experimentado pero espero hacerlo en el futuro. El futuro es un miedo recurrente aunque yo temo más a mi pasado por desaprovechado. Pero el miedo por la persona amada también es aterrador. Desde que J está en mi vida hay varios miedos relacionados con ella que, lejos de remitir, parece que aumentan cada día. Por supuesto el lógico a que le pase algo malo, ese que me tiene atenazado desde el fin de semana. Pero también otros como el miedo a que no salga bien esto cuando todo está preparado para que sea perfecto, cuando todos los indicios y señales parecen no dejar otra opción que sea así. A veces esto es un miedo menor porque no veo razón o posibilidad de que esto ocurra pero otras se convierte en miedo mayor como cuando un simple malentendido trastoca un plan.

Cuando se encadenan dos miedos atronadores como ha ocurrido en apenas cuatro días uno siente que es el pobre Totó llevado en círculos por el tornado camino de Oz. Que no le queda más remedio que permanecer en la cama esperando que todo pase, que todo se calme, que todo vuelva a la normalidad. Pero el miedo destensa el tiempo también y las horas parecen días y los días parecen semanas. Y el sábado parece que fue hace meses y por eso la desazón es mayor porque, aunque pasa el tiempo el miedo no cede sino que, por momentos, retorna con más fuerza si cabe. Y quizá me da más miedo porque soy yo el que más miedo tiene. Y me sorprende y me da miedo. 

Debería sentirme aliviado porque, en realidad, sólo fue un aterrador susto, pero solo siento una cosa: miedo.





lunes, 11 de noviembre de 2013

Mirar, Admirar y Amar

La sensación de admirar a alguien de carne y hueso es extraña. Todos admiramos a músicos, escritores o actores. Pero admirar a alguien con quien tienes contacto es mucho más raro y complicado porque tienes el feed-back de su vida, de sus contestaciones, de sus malos días y de sus bostezos.

Siempre digo que no puedo amar a quien no admire. De hecho no puedo siquiera salir (con el matiz romántico que se prefiera) con una persona que no tenga cualidades que yo admire, que me quede fascinado por lo qué hace y cómo lo hace. Ahora, por supuesto, está ocurriendo.

J escribe muy bien. Me gusta cómo mira el mundo. Le ayudan esos ojos tan bonitos, tan llenos de vida que ya había comentado en la entrada anterior. Esos ojos que me atraparon por cómo me miraba a mí y que le han permitido ver algo que no había visto nadie antes. Y así mira las otras cosas de la vida. Cuando ella escribe de música, o de política, o de lo que le rodea lo hace de manera reconocible para mí que la conozco. Veo y escucho en mi cabeza su acento que se dibuja en cada una de las sílabas de lo que ha escrito.

Muero de ganas de que me deje leer entero el libro que tiene escrito pero está reescribiendo, porque sólo me dejó dar un bocadito. Un libro en el que está ella, su mirada, sus ojos. Un libro que será importante para ella, para su familia porque cuenta una historia de las mujeres de su familia, y será importante para otras mujeres que lo lean. Pero eso será más adelante.

Ella ahora mismo está siendo muy feliz. En este mismo instante lo está siendo porque está viendo a un grupo al que tenía ganas de ver hace años, uno de sus favoritos de ahora mismo. Uno formado por dos jóvenes que se bastan y se sobran para inyectar la energía de su música en ti. Nada que ver con esas disfrutables (yo el primero) pero un poco patéticas vueltas que estamos viendo de los héroes musicales de la gente de nuestra generación convertidos en dinosaurios del rock interpretando todos y cada uno de los papeles de los que ellos vinieron a sepultar, a sustituir.

 Admirar a alguien con quien hablas horas y horas cada día y con quien, inevitablemente, surgen conflictos, malestares, con quien te dejas de hablar dos días y a quien piensas en no perdonar durante un instante es mucho más complicado que admirar a alguien a quien conoces a través de su música, sus libros o la imagen que quiere dar de si mismo en una entrevista. Pero esa admiración pasa a ser mucho más profunda porque viene acompañada del amor. Y no, no hablo de que valore más lo que hace alguien que ame por el hecho de amar a esa persona sino de lo contrario, de amar más a esa persona por la admiración que su talento provoca en mí.


En eso estoy. Ya es 11 de nuevo y, a veces, cuesta creer que alguien a quien admiras tanto te diga todos los días “te quiero”. Si hasta cuando canta no puedo dejar de pensar en que es increíble que me haya elegido para estar con ella.

https://soundcloud.com/felicidaddelaterceraedad/a

viernes, 11 de octubre de 2013

J y Yo

Conocí a J por casualidad como suelen pasar estas cosas. Fue un 11. Al rato ella dijo “hola” y ese “hola” cambió todo. Me cuesta hablar de J porque ella es una persona diferente a todas las que he conocido hasta ahora. Me gusta hablar con J porque sonríe y, muchas veces, esa sonrisa estalla en risa contagiosa para volver a su estado natural de sonrisa. La primera vez que hablé con J pensé que su voz era demasiado grave que no pegaba con su cara tan blanca que, a veces, parece que se transparenta. Pero no. Con el tiempo su voz es indisociable de su cara. Una cara que me tiene hipnotizado. Porque cuando me mira me quedo paralizado y se me olvida que existe algo fuera de eso.

J no es una persona como las demás. J me ve como soy. Y nadie me había visto como soy hasta ahora. Pero ella lo consigue. Y lo que ve le gusta. Así que J con naturalidad, sin darle importancia, me hace ser mejor cada día porque con ella no tengo que tratar de adaptarme a las hechuras del mundo porque nuestro mundo se adapta a nuestros tamaños.

J es pequeña. Y yo soy pequeño. Cabemos en cualquier parte y por eso nos podemos esconder de los ojos de los demás en cualquier momento. Aunque estemos rodeados de gente. Ella dice un “hola” y esa es la señal de que quiere que nos escabullamos, que estemos a solas y que nadie nos moleste. Que nos quedaremos mirándonos fijamente durante minutos sin decir nada, ella sonriendo y yo muerto de vergüenza y de amor.

J tiene un secreto y ese secreto soy yo. Cuando me muestra los discos en la habitación para decidir cuál poner sé que cada uno de ellos le importa. Como ha de ser cuando uno compra y tiene un disco. A veces abre la caja y dentro no está el disco y pone cara de sorpresa y yo me río. Y así pasamos el rato esperando el siguiente.

J y yo podemos jugar a ser Las Vírgenes Suicidas y hablarnos mediante canciones, sin tener que decir una palabra. Me gusta escuchar cómo se emociona con algo que le gusta y cómo calla cuando digo algo que acelera su pulso. Y aunque, a veces, me dice que no debería decir esas cosas yo espero el momento en que volver a decir algo nuevo, algo que no estaba previsto y jugar a desarmarla para que piense que jamás serán las cosas iguales, que no habrá rutina y que cada día podemos encontrar nuevas reglas que imponer para romperlas al final del día.

J es la persona más valiente que conozco. J trabaja rodeada de gente que por ser hombre piensa que sabe más o sabe mejor hacer el trabajo que ella. Pero no es verdad. J es mejor y lo demuestra aunque tenga que demostrarlo el doble para ser reconocida lo mismo. Admiro a J. No puedo querer a alguien que no admire. Tampoco puedo querer a alguien que no le gusten The Beach Boys y a J le gustan The Beach Boys. Pero J es doblemente valiente porque está siendo valiente por mí. Se está arriesgando por mí. Y lo sabe. Y puede perder mucho pero se arriesga. Por mí.

J me pregunta muchas veces porqué la quiero. Una día le dije que había esperado por ella muchos años. Ella rió y me dijo que no nos conocíamos hace años. Y yo le respondí que sí, que yo sabía que ella existía pero que no sabía quién era. Sólo era cuestión de encontrar en qué persona se escondía. Pero yo sabía que J existía. Cómo no saberlo si  la había imaginado por años y en una semana ya sabía que era ella la que imaginaba. Cuando uno piensa en que se enamorará fantasea con una serie de ideales. A las personas que va encontrando las hace encajar en el molde de sus fantasías. Unas caben mejor que otras. Algunas hay que empujar y otras pueden cubrir una parte grande de ese molde y uno preguntarse si era la persona perfecta al quedar tan ajustada a el. Pero con J es diferente. J no encajaba en el molde de lo que quería. J era el molde.

A veces J me pregunta si yo existo. Y tengo que pasar un rato convenciéndola que sí, que existo. Que me puede ver y escuchar. J y yo hacemos planes. Pero a veces se asusta y hace como si no los hubiéramos hecho. Pero los planes están hechos y los planes son para ser realizados.

J enfermó de faringitis y entre el delirio de la fiebre alta, altísima, y su debilidad tomé las riendas para cuidarla. Y no pudo negarse. Fue la mejor enferma que uno puede desear. Y además ha prometido dejar de fumar. Se pasaba el día metida en la cama y, cuando llegaba la noche, dejaba que yo le hablase y le hablase, le contara historias de mí que quería conocer hasta que, agotada, se terminaba durmiendo murmurando entre sueños “no dejes de hablar”. Y cuando dormía yo aprovechaba para decirle cosas que ella sabe pero que cuestan decir si me mira con esos ojos que me paralizan. Y, al estar cerrados, no puede usar su arma contra mí. Porque J tiene poderes. Extraños poderes.

J y yo sólo somos enfermos

J y yo, que más da lo que pase.
Tomamos cualquier cosa,
y viajamos en alfombras
y todo parece distinto, 
siempre es otro sitio.

Es mejor que esperar todo el tiempo, 
así que atravesamos los paisajes más extraños,
pues que placer obtienes de algo
que nunca has probado. 

J y yo también
podemos saltar, podemos crecer, 
porque J y yo
sabemos lo qué hay que hacer,
sabemos lo qué hay que hacer.

J y yo sólo somos enfermos, 
pero es que nunca tuve una enfermedad más dulce,
así que por ahora seguiremos.

J y yo también
podemos saltar, podemos crecer,
porque ella y yo 
sabemos lo que hay que hacer,
sabemos lo que hay que hacer.

Las olas lentamente
se acercan a la orilla.

Y quiero estar con ella
el resto de mi vida.



sábado, 7 de septiembre de 2013

Epílogo

Este blog nació tras un fin de semana de errores y comportamientos estúpidos. Los textos estaban escritos hace tiempo y cuentan cosas que quizá sólo estén relacionadas en mi cabeza y no en realidad. Los he copiado tal cual estaban en el documento word porque si me hubiese puesto a repasarlos es posible que no me hubiese atrevido a publicarlos.

El hacerlo no cambia nada: no me siento mucho mejor, los muertos siguen muertos, las culpas siguen en el mismo lugar y, aunque el destino no exista, las casualidades sí. Imagino que todo es cuestión de ensayo y error. Sobre todo de error.


Capítulo 12: F.I.N.

KATY SONG (PARTE II)

Mi primera gran salida durante mi medicación fue para ir a hacer otra de las pruebas de la Escuela de Cine. Como coincidía que mi madre estaba en España (en aquella época vivieron unos años en Argentina y Chile por cuestiones de trabajo) me acompañó. Tras un proceso de aprendizaje (caldos, sopas, purés) más o menos recuperé mi vida diaria aunque sin dejar las medicaciones y las visitas a los doctores. Y me apunté a hacer un curso de informática. En realidad era del paquete Office y un par de días, al final, de Internet.

Cuando terminé el curso comencé a ir a un cibercafé a buscar cosas, sobre todo fotos e información sobre Romy Schneider. En uno de esos días, en el ordenador de al lado, había dos adolescentes que no dejaban de reir. Miré con disimulo qué hacían y vi que estaban en una página llamada elchat.com. Entré. Era la primera vez en mi vida que chateaba. Ni siquiera tenía messenger porque no tenía amigos que usasen Internet. La verdad, chatear me gustó. Permitía romper mi timidez patológica y hablar con gente. Con chicas. Poco a poco, cada día pasaba más y más horas en el chat. Compré un modem y me puse una conexión de la época a 56 k. Se convirtió en una autentica obsesión. Conocer a gente (chicas) y sentir que les podía gustar sin tener que guardar ciertas partes de mí como tenía que hacer en el día a día era muy halagador. Llegué a pasarme catorce horas al día en el chat. Sentía auténtica angustia el rato en el que no lo miraba pensando que podría estar X o Y y yo perdiéndomelo. Muchas veces cuando tenía que salir a la calle o a la hora de irme a dormir calmaba esa angustia con los medicamentos que tenía recetados.

Una de las personas que conocí se llamaba Eva y era de Granada. Tenía dieciocho años recién cumplidos (yo veintitrés) y acababa de hacer selectividad con una nota media de más de nueve. Eva era brillante, tierna y bastante guapa. Nos escribíamos muchos mails al día y hablábamos por teléfono casi a diario. Bah, el que haya estado en chats en aquella época sabrá de qué hablo. La cosa es que ella me dijo que estaba enamorada de mí. Pero, por alguna razón a mí ella no me gustaba de esa manera. Me decía que le daba igual, que cuando nos viésemos yo cambiaría de idea. Su confianza era enternecedora.
Yo me trasladé a vivir a Madrid. Trabajé ese verano antes de que, en Octubre, empezase en la Escuela de Cine. Durante ese verano conocí a una persona de la que creía estar enamorado. Y ella decía estarlo de mí. Las tardes paseando por el centro, por el retiro, el tomar una cerveza comprada en un chino sentados en alguna plaza perdida. No fue más que un amor de verano tardío pero yo, tras los meses anteriores, confundí mis necesidades puntuales con amor. Eva lo sabía y le daba igual. La otra chica me dejó y me quedé destrozado.

Eva, por su parte, había recibido como regalo por su nota de selectividad un deseado viaje a París. Me llamó desde allí y me dijo que me había comprado un pirata de los Smiths con un concierto en Francia y me lo daría cuando nos viésemos en Septiembre puesto que ella iba a venir a verme porque sus padres tenían una casa en Madrid. No sólo eso. Con una inocencia que desarmaba me dijo que cuando viniese a Madrid había decidido que quería que la primera vez que hiciese el amor fuera conmigo. Mi cabeza estaba en otro sitio, en mi dolor por sentirme abandonado y en que al fin había llegado lo que tanto tiempo había estado esperando para probar, el desamor. Si lo que escribía Nick Drake era cierto. La banda sonora de aquellos tiempos fue “Unidad de Desplazamiento”.

Un par de semanas antes de que ella fuese a venir me llamó llorando. Era la primera vez que no escuchaba su voz alegre y cantarina. Incluso cuando se le notaba la tristeza por mi frialdad hacia ella lo hacía con una sonrisa que traspasaba la línea de teléfono. Su abuela vivía junto a ella, su hermano y sus padres. Nuestras abuelas eran un punto que nos unía muchísimo porque, para mí, mi abuela es la persona que más he querido en mi vida como para ella lo era la suya. Yo he vivido con mis abuelos maternos desde que nací y mi relación con mi abuela es inseparable de mi personalidad. Toda la vida contando historias de su juventud, de su vida antes, durante y después de la guerra, sus años de internado, ella tocando el piano (tenía la carrera terminada), yo mirando cómo cocinaba o viendo la tele echado sobre su regazo.

La abuela de Eva había muerto de repente, por eso me llamó llorando. Unos pocos días más tarde me contó algo sorprendente. Cuando se leyó el testamento su abuela le había dejado una casa y casi todo lo que tenía a ella. Ni a sus hijos ni a los otros nietos. Eva me lo contó con la mayor naturalidad. Para ella lo único que contaba es que, en la habitación de su abuela había encontrado una caja de casettes que había estado grabando contándole cómo era Eva de niña, hablando con ella  para cuando muriese. Horas y horas de su voz de cómo había sido su vida junto al abuelo de Eva, cómo crió a sus hijos o cómo fue el día que Eva nació. A partir de ahí ella sólo escuchaba esas cintas en el coche, en casa…Cuando me llamaba su tono era un poco más sombrío pero su voz era igual de tintineante cuando hablaba de nuestro próximo encuentro y de lo que, según ella, pasaría entre nosotros. Aunque yo no tuviese intención alguna de que fuese así.

Quedaban cuatro días para que Eva viniese a Madrid y el sol, el trabajo, salir mucho, la perspectiva de mi vida y el cine me servían de terapia para mi desamor. Llamé esa tarde a Eva, a su móvil. Me saltó el contestador. Llamé de nuevo por la noche extrañado de no saber de ella. Saltó otra vez el contestador. Miré el correo y nada. Pregunté en la sala de chat a la que entrábamos si alguien la había visto. Nadie. Al día siguiente seguía saliendo el buzón y yo me estaba poniendo nervioso. Pensé que quizá estaba enfadada por algo que le había dicho aunque eso, con Eva, era casi imposible. Hubiese tenido una y mil razones para hacerlo porque no dejaba de ofrecerme algo tan valioso como su amor y yo lo esquivaba con cortesía pero sin comprensión.

Esa noche, al entrar en el chat, me dijeron que habían preguntado por mí. Pensé que sería Eva pero no, era una de sus amigas de Granada con la que alguna vez yo había hablado. Al rato entró esa amiga y me dijo que le diese mi teléfono. Me llamó llorando y apenas se le entendía. Me contó que, el día anterior, Eva se había salido de la carretera y se había empotrado con un árbol. Murió allí mismo.

Yo no me lo podía creer. Colgué. Llamé a Eva y saltó de nuevo el contestador. Estuve llamando toda la noche sin dejar de llorar como lloré los siguientes días. Lloré por ella y lloré por mí. Por mi egoísmo y por la cantidad obscena de cosas que había hecho mal respecto a ella. Llamaba varias veces al día a su teléfono rogando que me contestase, sin que apenas se me entendiese. Hasta que un día se llenó la capacidad del buzón de voz. Siempre tenía la esperanza de que al llamar me contestase y me dijera que todo había sido una mentira. 

Unos días después me llamó otra vez su amiga. Había estado en su casa, con sus padres que estaban, como era de esperar, destrozados. Me contó que yo no sabía cómo hablaba de mí y de sus planes para nuestro encuentro en Madrid. También me dijo que estando en su habitación había cogido el diario de Eva y lo había leído. Que hablaba mucho de mí. Me dijo que si yo leyese lo que ella escribía de mí, de su amor por mí, me volvería loco. Me preguntó si quería que fotocopiase esas páginas y me las enviara. Le respondí que no. Que no quería leer eso.

Hoy, más de diez años después, me acuerdo de ella mucho más que de la mayoría de las personas que han pasado por mi vida. Pero de Eva sólo tengo el recuerdo de una voz siempre risueña, una foto en jpg escondida en algún disquette y una carga de culpa que creo que jamás va a desaparecer.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Capítulo 11

EL INFIERNO

Pasados muchos años en la retina de mi memoria la imagen de la foto de Romy vestida de novia para la película “El infierno” de Henry-Georges Clouzot aún palpitaba con bastante fuerza. En alguna web de cine a mediados de la década pasada leí que habían encontrado un material que se creía perdido relacionado con esa película pero tampoco había más información sobre el asunto. Silencio. Olvido.

Cuando se anunciaron las películas que participarían en Cannes en 2009 para mi sorpresa vi que estaba un documental sobre la historia de esta película inacabada. Busqué algo de información sobre ella y la historia no podía ser más apasionante. El documentalista Serge Bromberg se quedó encerrado en un ascensor durante dos horas con una mujer de cierta edad. Cuando comenzaron a hablar y él reveló que era un cineasta ella dijo que también estaba relacionada con el mundo del cine. Su nombre era Inés de González y era viuda de un famoso y venerado cineasta francés: Henri-Georges Clouzot. La conversación en el ascensor fue más fructífera que la de una intrascendente sobre el tiempo. Una parte en concreto llamó la atención de forma arrebatadora a Bromberg. La historia de una película que jamás llegó a terminarse, una película llamada a revolucionar el cine de la época y que, tras comenzar el rodaje, toda una serie de catástrofes buscadas o no terminaron por dejar en estado de shock al equipo y cancelar la producción. Una película que iban  protagonizar un consolidado galán italofrancés, Serge Reggiani,  y una de las mayores estrellas del cine europeo, Romy Schneider. Esa película se llama “L’enfer”.

Bromberg había sabido de ella por la misma razón que los demás, la versión que rodó de aquella historia Claude Chabrol. Inés de González envió años antes a Chabrol el guión pensando que podría tener interés para este y tanto le gustó que decidió que sería su siguiente proyecto. Una historia de celos enfermizos protagonizada por una preciosa  Enmanuel Beart. El interés de Chabrol en su versión no pasaba del habitual en su cine: el retrato de la burguesía del interior francés, sus miedos, sus envidias y, en resumen,  sus miserias en resumen. La película no dejaba de ser un Chabrol (muy) menor, entretenido, un tanto pedestre y burdo en las recreaciones de las ensoñaciones sicópatas del marido celoso y que no pasará ni a la historia del cine ni a la de la carrera de los implicados. Además, en un extraño movimiento, cambió incluso los nombres de los personajes principales. Mientras que en el guión original sus nombres Odette y Marcel hacían referencia a “En Busca De El Tiempo Perdido” de Proust en la versión más reciente eran vaciados de significado y pasaban a ser Nelly y Paul.

Tras ser rescatados del ascensor Bromberg pide ver el material que, según la viuda de Clouzot, se había rodado y estaba guardado en un laboratorio. Muchas horas de imagen y sonido. El cineasta intuye que ahí hay una película y, tras ver el material, queda fascinado. Quince horas de imágenes y más de treinta de banda de sonido sin imágenes, con diálogos, sonidos, efectos...lo que encuentra es una joya fantástica que trata de reconstruir con el libreto en mano. Es complicado porque la película pretendía romper todos los esquemas del cine de su época, hacerlo avanzar de un salto a una forma de arte casi conceptual.

En esa época Clouzot estaba obsesionado con “8 y medio” de Fellini, con romper y hacer pedazos la narrativa y la lógica cinematográfica y dar un paso más allá. También con la magistral “La Aventura” de Antonioni. Un cine que se abría paso en ese momento en el que Clouzot estaba siendo muy criticado por una panda de jóvenes airados que comenzaban a hacer un cine distinto y radical y a los que denominaron Nouvelle Vague que le veían como representante de un cine asfixiado por el guión y la planificación. Esta película podía representar para él su reivindicación y su demostración de fuerza ante ellos de estar cien pasos por delante.

Además se interesó por artistas visuales que hacían arte cinético. Gente como Yvaral o Vasarely que trascendían la representación artística tradicional para crear objetos en los que el punto de vista, el espacio y la transformación pasaba a ser parte conceptual del objeto artístico. Quería introducir esos mismos conceptos pero en el cine. Clouzot llevaba cuatro años sin hacer películas y la industria francesa confiaba a ciegas en él tras haber dado obras mayores como “El Salario Del Miedo” o “Las Diabólicas”. Su nombre era tan poderoso y se rumoreaba que esa película sería un antes y un después que un día se presentaron jefes de estudio de Columbia Pictures desde los Estados Unidos y pidieron ver esas pruebas de antes del rodaje. Tras eso, sin leer el guión, se reunieron con la parte francesa de la producción y dijeron: presupuesto sin límites. Un proyecto tan ambicioso necesitaba de libertad absoluta y el dinero no sería ya el problema.

Clouzot se vuelve absolutamente demente. Contratan un equipo de 150 personas, dos directores de fotografía de entre los mejores del momento, forma tres equipos para que nunca se detenga el rodaje pero como quiere supervisar los tres jamás están activos dos y como en el primero de ellos exprime cada milímetro para que quede como él quiere al final todo se hace inoperativo. Tortura a los actores con peticiones salvajes. Inventa sistemas de color, quiere teñir un lago natural donde se desarrolla parte de la acción, crean lentes especiales para dotar a la foto de nuevos tonos, juega a experimentar con sonidos, efectos especiales insólitos...todo ello sin límite. Sin más límite que la paciencia de todos los que le rodean. Su cabeza echa humo y tiene graves enfrentamientos con Reggiani que explotan el día que hace correr al actor durante horas, sin apenas descanso, sólo para filmarlo agotado realmente. Horas y horas corriendo para un sólo plano que quizá jamás se fuese a usar. Reggiani no se presenta al rodaje más y argumenta que está enfermo. Esto destroza los planes y se piensa en sustituir por otro actor, quizá Jean Louis Trintignac amigo de Romy Schneider y estrella del cine galo.

Pero nada de esto ocurre. La presión supera a todos incluido, al fin, a Clouzot, y su corazón dice basta teniendo un ataque que le lleva al hospital y, al poco, declaran suspendido el rodaje para siempre. Aunque aún rodaría alguna otra película ya jamás recuperá su posición en la industria aún respetando su estatus de gran creador. Romy se siente muy decepcionada porque está segura que era el papel que acabaría al fin hacer olvidar los papeles de la etapa de Sissi de una década antes, aunque a esa altura ella ya había trabajado con Welles, Visconti o Preminger.

Toda esta historia se explica en el excelente documental de Bromber y Ruxandra Medrea “El Infierno de Henri-Georges Clouzot”. El gran valor de la película es, sin duda, el editar en lo posible el material existente y hacer al espectador un frustrado guionista tratando de recomponer los espacios vacíos. La imaginería visual es apabullante. Imaginar un resultado en el que con un gran presupuesto y estrellas había ecos y anticipaciones a cines que estaban naciendo en esos momentos fuera del circuito comercial en gente como Standish Lawder, Jonas Mekas o Kenneth Anger. Que pertenece a ese mundo da fe un vídeo en youtube titulado por su autor, un tal “facedebouc1”, quizá de forma un poco pedante “Essai sur l’enfer”. Durante casi nueve minutos extractos de la película se suceden acompañados de la música del trabajo conjunto de Stereolab y Nurse With Wound. La sincronía de los dos elementos, imagen y música, es perfecta. Parecen creados el uno para el otro. Imágenes de gran impacto junto a música incómoda, poco convencional como siempre acostumbraba en su lado más arty, más experimental, siempre hacia adelante un grupo como Stereolab. Una orgía para disfrutar y ensimismarse.

La belleza de Romy en la película es desarmante. Es probable que jamás, y es mucho decir, apareciese tan magnética, adorable, sexual, turbadora, e inalcanzablemente cruel por la ansiedad que me produce el pensamiento de no asistir al espectáculo de ser ella misma ante mí.

“Lo Importante es Amar” y “El Infierno”. Entre esos dos títulos, sus significados, parece resumirse la vida entera de Romy Schneider.



jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 10

KATY SONG (PARTE I)

Al comenzar el año 2000 me faltaba una asignatura para terminar Sociología porque me había quedado pendiente del último año. A finales del 99 me había apuntado a hacer las pruebas de ingreso en la Escuela de Cine. Ese año 2000 iba a ser más o menos  de relax en función de lo que pasase con esos exámenes de ingreso. Si los pasaba encauzaría mi vida hacia el cine y abandonaría Torrelavega con la que mantenía una relación de amor-odio porque me sentía encerrado en su pequeñez. Como tenía mucho tiempo libre lo dedicaba a escribir, leer, escuchar música e ir a clases de francés e inglés.

Un día, a principio de Febrero, estando en Madrid para una de las pruebas de acceso, después de comer en casa de unos tíos que viven allí me senté a ver la tele con ellos. Sentía que algo se me había quedado en la garganta durante la comida y me molestaba mucho. No dejaba de carraspear y de ir a la cocina a beber agua.

Como cada vez estaba más nervioso cada vez me costaba más respirar. Fui al baño y me provoqué un par de vómitos. Pero, lo que fuese, seguía en mi garganta y sentía que apenas podía pasar el aire. Mis tíos se preocuparon con esas idas y venidas y me preguntaron qué pasaba. Se lo expliqué y me dijeron que fuésemos a urgencias. Tenía todo el cuerpo tembloroso y llevaba un botellín de agua del que daba pequeños tragos a cada rato porque mi lógica enfermiza me decía que si pasaba el agua pasaba el aire. 
Las urgencias del 12 de Octubre estaban hasta arriba porque era domingo y yo me iba al baño para provocarme no sé, quizá ocho vómitos. También calculo que bebí más de cuatro litros de agua antes de que me atendiesen. Con una de las clásicas palas de madera el médico me miró la garganta. No vio nada. Pero yo sentía el ahogo y el trozo de “algo” en mi garganta. Era una sensación física y tenía que tener una explicación. Un rato después, de mucho agua después y de varios vómitos después, me llevaron a la sala de Rayos X para hacerme una placa. Pasada una hora entramos a la consulta del médico que me correspondía y, mientras el doctor miraba la radiografía al trasluz, dijo que se veía algo extraño en mi garganta. Pero que no me preocupase porque no tenía aspecto de peligroso al ser pequeño.

Decidieron hacerme una endoscopia. Vino un tipo con una silla de ruedas y me dijo que me sentase. Todo aquello me parecía un poco demencial porque a mí no me dolían las piernas sino la garganta. Sólo consiguió ponerme mucho más nervioso aunque ya llevaba tres tranquilizantes. Me condujo por varios pasillos mientras yo no dejaba de preguntarle en qué consistía la endoscopia y si dolía. Su explicación parecía poco creíble cuando dijo que molestaba un poco.

Me metieron en una pequeña consulta y tras un par de minutos a solas llegó el doctor que me iba a hacer la prueba. Me dijo que abriese la boca y sin avisar, como todo lo malo en la vida, me metió un metro de tubo de plástico esófago abajo. Aunque mis ojos se salían de sus órbitas veía en un  monitor mi interior. Y no era una metáfora. El médico trataba de tranquilizarme con un argumento parecido al mío del agua y el aire pero cambiando agua por tubo. La sensación de esa culebrilla subiendo garganta arriba al sacarlo aún hoy me da escalofríos al recordarla. Mi chófer me condujo de nuevo a la sala de espera donde estaban mis tíos. Tenía los ojos llorosos y sólo quería que terminase toda esa mierda. Habíamos llegado a las cinco de la tarde y eran más de la una de la mañana cuando nos volvió a atender el primer doctor de todos los que había visto. Nos comentó que en la endoscopia no se apreciaba nada y que cuando regresase a Torrelavega me pasara por mi médico de cabecera y pidiese cita en Salud Mental.

A partir de aquí todo se vuelve un poco confuso. Empecé una peregrinación por psicólogos y psiquiatras y una medicación controlada que consistía en tranxilium y diazepán cuando me sentía mal (o sea, todo el día) y Prozac por la mañanas para animarme.

Fueron un par de meses en los que yo no salí de la cama más que para ir al baño y a los médicos. Tampoco me atrevía a comer nada que no fuese líquido. Cuando trataba de comer otra cosa, aunque fuese una miga de pan, sentía esa miga durante horas obstruyendo mis vías respiratorias. Me iba al baño y me provocaba vómitos pero la puta miga seguía allí, estrangulándome. Todo esto me deprimía más. En la cama no podía dejar de pensar que esa mierda condicionaría el resto de mi vida. Que no podría ir a ningún sitio, viajar, porque no habría alimentos líquidos en todos los sitios y no podría comer nada. Que no podría vivir fuera de Torrelavega, estudiar cine, llevar una vida normal. Por las noches, de madrugada, probaba a comer pequeñas cosas, no sé, una onza de chocolate chupada para ver si era capaz. No había manera. Me tenía que ir al baño para provocarme un vómito y me pasaba un par de horas llorando abrazado al retrete, sintiéndome muy miserable.

Los psiquiatras y los psicólogos trataban de buscar la razón a este bloqueo. Que si me veía muy gordo, que si tenía problemas en los estudios, con mi familia, que si había sufrido un desengaño amoroso (ya me hubiese gustado, pensaba yo, que sólo los vivía  a través de las canciones de los Smiths y de  Slowdive). Me enseñaron a respirar en caso de ahogo, ejercicios de relajación con música New Age de fondo…



miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo 9

LO IMPORTANTE ES AMAR

Uno de los ciclos de la filmoteca de Torrelavega era de cine extremo y polémico. Entre las películas estaba la extraordinaria “La Mamá y la Puta” de Jean Eustache o la famosa “Sweet Movie” de Dusan Makavejev probablemente la película más chocante que jamás había visto hasta ese momento.  Pero lo que me causó más ansiedad es que en ese ciclo estaba “Lo Importante es Amar” de Zulawski. Yo sólo había visto una película de Zulawski por televisión, “Mis Noches Son Más Hermosas que tus Días” protagonizada por su esposa Sophie Marceau mucho antes de volverse una pequeña estrella y sex simbol internacional tras ser la mujer de Mel Gibson en “Braveheart”.

De ”Lo Importante es Amar” siempre había leído que era la interpretación más descarnada y extraordinaria de Romy Schneider. Sabía que estaba entre las películas favoritas de Terenci Moix gran fan de Romy y del que conocí una semblanza de la actriz que publicó en El País Semanal en la que hablaba de la belleza y el parecido de Sarah con su madre. Y de la trágica vida de una estrella tan fulgurante, tan talentosa.

Es curiosa la cuestión genética y de tradición. Romy era nieta de una afamada actriz de teatro austriaca, Rosa Rhetty. Actriz durante los últimos vestigios del Imperio Austrohúngaro al que luego Romy representaría para el mundo en su esplendor en la serie de Sissi, tenía debilidad por su nieta y esta por ella. Con su madre Magda Schneider de la que tomaría su apellido artístico la relación no era igual. Desde niña la tuvo en el ambiente del cine y a través de ella comenzó a actuar. La amistad de Magda con Hitler es un hecho muy documentado, tanto como la admiración de esta por el sanguinario dictador y de él en el plano carnal (algunos llegan a afirmar que fueron amantes). A Romy esto siempre le horrorizaría. Incluso en una película discreta como “El Viejo Fusil” que vi en el ciclo de cine francés de mi instituto haría de judía en la era de la ocupación.

Su hija Sarah Magdalena decía cuando era adolescente que no tenía ninguna intención de ser actriz. Que quería estudiar y llevar otra vida. Pero no sé si la vida, la tradición o la insistencia de terceros llevó al fin a la pequeña a ser actriz aunque sí que hizo una licenciatura en La Sorbona. No es una gran actriz o aún no ha tenido un papel para demostrarlo. En cine casi todo son apariciones anecdóticas, muy secundarias y en las que yo he visto, no destaca demasiado.

Tanto Magda como Sarah se parecen mucho a Romy. Mirándolas es imposible no darse cuenta de que son familia. Son parecidas, incluso similares, pero tanto la madre como la hija son mucho menos hermosas. A años luz de la belleza de Romy. No hay algo que las diferencie demasiado, incluso Sarah tiene esa mirada triste marca de la casa de su madre. Pero además de un mentón demasiado ancho hay algo que no funciona bien en su cara para ser armoniosa como sí pasaba en Romy. Con Magda pasaba lo mismo. Había algo poco estilizado en su rostro, algo que se pulía en su hija. Y luego está la cuestión del talento.

La película me dejó sin palabras. Hasta el día de hoy es mi película favorita. Un tótem vital insuperable. No sólo es la mejor película en la que participó Romy sino que es la única a la altura de su inmenso, infinito talento. La carnalidad que desprende el frágil personaje que interpreta, Nadine Chevalier, se hace indistinguible de la triste vida de la actriz. Basada en una novela llamada “La Noche Americana” de Christopher Frank, que nada tiene que ver con la divertida película de Truffaut, el argumento trata de una actriz caída en desgracia que tiene que dedicarse al cine pornográfico para que ella y su desgraciado y demente marido (Jacques Dutronc) puedan sobrevivir. Un joven fotógrafo (un excelente Fabio Testi antes de su ridículo paso por cuanto reality le proponían) entra en uno de los rodajes en el que participa Nadine Chevalier y saca unas fotos a escondidas. Tras ser descubierto y huir como puede se obsesiona con Nadine y decide que ella merece tener la oportunidad de mostrar su valía y, consiguiendo dinero de manera turbia, produce en secreto una obra de teatro en la que ella será la estrella. El  director de la obra interpretado por un desquiciado Klaus Kinski trata de sacar lo mejor de ella. Una trama llena de personajes excéntricos, maniacos, locos y enamorados por encima de todo, con un amor irracional que traspasa la pantalla con una violencia que yo no reconozco similar en otras historias, de la misma manera que deambulan como despojos a los que sólo ese amor dignifica. La sobrenatural música de George Deleure (con ecos a otra música suya para otra película igualmente maravillosa “Le Mepris” de Godard) es la guinda que convierte todo en una tragedia de magnitudes irracionales. Una película histérica en la que todos gritan, tiran cosas al suelo o contra otros personajes, una fotografía feísta hasta extremos desagradables y, en medio de todo ese caos, una Romy Schneider apenas maquillada por ella misma ofreciéndose con una generosidad como interprete pocas veces vista.

Explicar la película no tiene sentido porque todo va a ser injusto con ella. Dada mi obsesión con la misma decidí llamar N. Chevalier, en honor al personaje de Romy, a un efímero proyecto musical que tuve junto a mi hermano y del que quedó como herencia una sóla canción. Una curiosidad es que el plano más conocido de la afamada “Olvídate de mí” de Michel Gondry es un homenaje a uno mucho más hermoso y con más lecturas que hay en “Lo Importante es Amar”.


El rodaje parece que fue tomentoso, duro. Zulawsky se llevó a Romy a su casa para no dejarla descansar del personaje (algo que no era necesario porque ella vivía tanto sus personajes que a veces la hacía enloquecer). Ella en pantalla parece siempre al borde de romperse. Cuando sonríe su rostro adquiere una profundidad en su tristeza que es imposible mantenerse impermeable a ella.  Jamás volvieron a trabajar juntos aunque el director comentó que tenía un guión escrito para ella pero que, tras su muerte, no se realizaría jamás.


martes, 3 de septiembre de 2013

Capítulo 8

A WHOLE WIDE WORLD AHEAD

A mí me gustan las cosas en general. Y luego me gustan otras en particular.

A mí me gusta la música y la tele. Y a veces me gusta el cine y los libros. Pero sólo a veces.

Me gustan las patatas fritas, el salmón ahumado y las anchoas de Santoña.

Me gusta viajar pero me dan miedo los aviones. Y alguna que otra vez me gustan los aviones pero me da miedo viajar.

Me gustan las chicas, los chicos, y varios cachivaches más. Y así ha sido desde que recuerdo.

Mis recuerdos no van más allá de los ocho ó nueve años hacia adelante. Por alguna extraña razón tengo bloqueados, si exceptuamos pequeños detalles, esa zona de mi vida. Supongo que esto, de aquí en unos años más, me costará una millonada en psicoanalistas.  Al tiempo.

Pero ahora estoy en una clase y a nadie le importa mi futuro. Y a mí menos que a nadie.

Tengo más de treinta años. Pero una vez tuve catorce. Y cuando eres un chico acomplejado de catorce años sólo tienes dos intereses en tu vida: las chicas y otra cosa. La otra cosa es a elección de cada individuo de catorce años.

Mi otra cosa era el cine. Y lo vivía como una especie de parafilia vergonzosa y vergonzante que había que ocultar.

Ese año me regalaron una cámara de vídeo. Me sentí feliz. Después me senté feliz. Y un rato más tarde comencé a pensar a qué dedicaría mis interminables y solitarias tardes.

Experimenté de forma y maneras diversas y, una noche que mis padres habían salido a cenar, decidí incursionar en el mundo de la pornografía cinematográfica. Así, como suena.

El problema es que estaba solo y eso no iba a cambiar. Decidí buscarme una pareja que no pusiese demasiadas pegas y elegí un oso de peluche gigante. Pero cuando digo gigante, estoy diciendo gi-gan-te.

En medio folio esbocé una trama sencilla y divertida para, unos minutos más tarde, comenzar el rodaje. En primer lugar me motivé yo y después pasé a motivar al infeliz oso.

No se quejó ni una sola vez a pesar de que esa noche probó el sexo oral, el anal, el masoquismo, el bondage y todo lo que se me fue ocurriendo. Y eso que, yo sospecho, mi oso era aún virgen.

El rodaje terminó y tuve entre mis manos el resultado. Lo vi un par de veces en compañía de mi suave amigo y, acto seguido, procedí a su eliminación vía borrado. Era demasiado peligroso tenerlo a mano y poder ser descubierto.

Alguna vez he tenido la tentación de contárselo a alguien, pero siempre me pareció demasiado deshonesto. No por mí, sino por contar las intimidades de mi oso.

Después de eso las cosas cambiaron entre él y yo. Nunca más le volví a hablar. Y desde entonces observo un extraño halo de tristeza en su gracioso morro.

Pero no me atrevo a preguntarle.








lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 6

UN AMOR DE LLUVIA

Cuando iba a segundo de BUP en la clase de francés, que yo tenía como asignatura optativa, prepararon una excursión a San Juan de Luz en la frontera francesa para que practicásemos nuestros escasos conocimientos. He de decir que no dije ni una sóla palabra en francés a excepción de “merçi” cuando compraba algo. Pero ese viaje que no sirvió para mejorar mi uso del idioma galo me dio una oportunidad fantástica de añadir una pieza maestra a mi colección de fotos de la actriz que más amaba. El destino no pero sí la casualidad hizo que ese fin de semana de Mayo hiciese quince años de su muerte. Debido a eso Le Figaró en su dominical dedicaba la portada y un amplio reportaje interior a ella, a sus fotos y textos repasando su vida, sus éxitos profesionales y sus fracasos vitales. Lo compré tirando de inmediato el periódico. No era un estudiante demasiado aplicado a la lengua de nuestros vecinos a pesar de ser afrancesado hasta la médula. Al regresar coloqué la portada de Le Figaró en mi carpeta del instituto. Por la otra cara puse una foto de Los Planetas. Idolos también. No era la carpeta decorada de la manera más ortodoxa y lo más que conseguí era una mueca de incredulidad al confirmarles que sí, que era una foto de la actriz de Sissi. Esa carpeta decorada de la misma manera me acompañó el curso siguiente en tercero, en COU y toda la carrera en la Universidad.

Al año siguiente hice otra excursión con la clase de francés, esta de varios días, a París. Estando allí, en una tienda de memorabilia cinematográfica, compré una foto de una Romy joven, hermosa, llena de vida que enmarqué al regresar a Torrelavega y colgué en mi cuarto como si se tratase de una familiar. O de una novia. Y la otra cosa que hice fue coger la guía de teléfonos en el hotel que nos alojábamos y buscar cuantos Biasini D. había en París. Sólo había uno. No podía ser otro que el teléfono de la casa de Sarah y su padre. Apunté el teléfono en una agenda con el corazón acelerado, casi queriendo escapar de mi pecho. No me atreví a llamarla durante la excursión. Me parecía ridículo, ¿qué le iba a decir? ¿Qué hace años vi una foto suya en una revista de cotilleos y me enamoré de ella y luego de su madre fallecida dieciséis años antes?. Y que la llamaba para…para nada. Era una idea estúpida.


Regresamos a Torrelavega y unas semanas más tarde me acerqué a una cabina con muchas monedas y fui metiéndolas una a una con el corazón otra vez queriendo escapar de mí. Llovía de manera torrencial y el agua caía hasta mis zapatos resguardados en aquellas cabinas cerradas de antes. Tome aire mientras me temblaban las piernas. Marqué el prefijo de Francia. Marque el prefijo de París y mientras marcaba el teléfono apuntado en el hotel repetía entre dientes “Il est Sarah maintenant?”. No tenía ningún plan para seguir tras esa frase pero me daba igual. Tras unos tonos al fin una voz de mujer, no de una chica adolescente, se escuchó al otro lado. Medio trastabillándome pregunté “Il est Sarah maintenant?. La voz de la mujer comenzó a hablar muy rápido en un francés imposible de comprender por mí y entonces colgué. Me fui corriendo a casa, avergonzado, y jamás repetí mi intento de contactar con Sarah.



sábado, 31 de agosto de 2013

Capítulo 5

LAS 10:30 DE UNA NOCHE DE VERANO


En mi ciudad, cuando yo era niño, había tres salas de cine. El mayor el Concha Espina, antiguo teatro con la decadente majestuosidad de un gran cine en una ciudad pequeña en tiempos de cine aún más pequeño. En el vi “ET”, los Indiana Jones, “El Retorno del Jedi”, “Atrápalo Como Puedas”, varios James Bond de los peores…También es el cine en el que vi mi primera película. Una mañana de sábado había alguna razón para que fuese una sesión gratuita, algún tipo de actividad infantil-juvenil. Fui con mi hermana. El cine estaba a rebosar. Tanto que, a pesar de tener una capacidad monstruosa (o así lo recuerda mi mente) tuvimos que sentarnos en el suelo como otras docenas de niños porque estaban todos los asientos ocupados. Mi primer recuerdo del cine es traumático. La película era una adaptación muy libre de la Isla del Tesoro que jamás he vuelto a ver. Tras atar cabos creo suponer que era una llamada “Misterio en la Isla de los Monstruos” del inefable y añorado Juan Piquer Simón. No podría asegurarlo. Pero sí podría asegurar que el terror que invadió a ese niño de quizá cinco años debe de ser el más intenso que he experimentado jamás en el momento en que un monstruo cubierto de algas emerge de entre las aguas amenazante hacia los protagonistas. Supongo que ese día me enamoré del cine de manera irremediable.

Los otros dos cines eran el Pereda metido dentro de una galería comercial. Un cine que era nuevo y cómodo, y los cines Arlequín, una multisala(por llamarlo de algún modo pues eran sólo dos salas). Con eso y con mis viajes a Santander para ver películas tanto en el cine comercial como en la Filmoteca me fui formando como amante del séptimo arte. Tanto uno, el Pereda, víctima de un incendio como los otros, Los Arlequín, víctimas de la desidia terminaron por cerrar. El Concha Espina había cerrado mucho antes. Mucho tiempo después, de la mano del dinero público, se convertiría en un moderno teatro, auténtico eje cultural de mi ciudad natal.

Yo veía cualquier cosa que pusieran. No me importaba que fuese bueno o malo. El ritual de ir al cine era una droga que sólo se calmaba al entrar en la sala y comenzar los anuncios o los trailers anunciando futuras dosis de la misma droga. A principios de los 90 un hecho jugó a mi favor de manera decisiva. Gracias a la colaboración del ayuntamiento y un grupo de entusiastas se inició una filmoteca. Cine en versión original en Torrelavega. Un sueño. Se alternaban ciclos de clásicos atemporales con los estrenos más importantes de la temporada del circuito de arte y ensayo. Gracias a ello podía ver en el propio año películas de cineastas de los que me hice fan como Aki Kaurismaki, Hal Hartley, Olivier Assayas, Eric Rohmer (con su estreno anual o recuperando títulos antiguos) y otros que no me gustaban tanto pero siempre era interesante de ver como Jaime Humberto Hermosillo, Derek Jarman, Gianni Amelio o Nanni Moretti el cual jamás me hizo gracia. Tener eso cada jueves del año para un quinceañero enfermo de cine era un milagro. Allí, gracias a uno de esos ciclos, vi la mejor película que jamás hizo Romy, “Lo Importante es Amar” de Andrzej Zulawski.


viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 4

NEW FRIEND SONG

Hace unos años tras pasar unos días en casa de mis padres en Torrelavega cuando fui a sacar el billete de vuelta me dijeron en taquilla que el autobús estaba completo. Y ese era el último del día. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, yo tenía que estar sí o sí en la oficina para trabajar. Quise no ponerme histérico y busqué en Internet a qué hora salía el tren desde Torrelavega a Madrid y si había plazas. Encontré uno que salía a las doce de la noche de mi ciudad y llegaba a Chamartín a las ocho de la mañana. Iba a ser una paliza tremenda pero, al menos, a las nueve estaría en el trabajo. Trataría de dormir un rato en el tren. No podría ser más incómodo que el autobús al que ya estaba acostumbrado. Que la mañana pasase rápido y luego a dormir una siesta.

A las doce menos diez estaba yo con mi pequeña maleta en la estación solo y muerto de frío por el viento del norte, escuchando el mp3 y esperando el tren que llegó cuando faltaba un minuto para la medianoche. Me metí en el vagón que quise porque no había asientos asignados y resultó que ese vagón estaba vacío. La verdad es que sentí miedo pero a la vez me veía ridículo por ese mismo miedo.

Dejé mis cosas sobre la rejilla de encima de mi cabeza y saqué el Rock de Luxe que había comprado unas horas antes para acompañar el viaje. El tren arrancó y yo me puse a leer una entrevista a Iron and Wine.

Pocos minutos después la puerta trasera del vagón se abrió y yo saqué de mi bolsillo el billete de tren. Pero no era el revisor. Una chica de una edad que rondaría alguna zona indeterminada de mediados los veinte, morena, pequeña, preciosa, con unos ojos tan claros que parecían trasparentarse y marcando los mofletes al sonreír se sentó en los asientos al otro lado del pasillo.
-     Me ha dado miedo estar sola en el otro vagón, ya ves qué tontería- me dijo.

Yo sonreí un tanto intimidado por lo espontáneo e inesperado de su franqueza.
-            Normal- atiné a decir-. A mí también me hubiese pasado.

Ella sacó de su bolsa un portátil y le enchufó unos auriculares antes que llegase el sonido de inicio de Windows. Yo seguía leyendo mientras, de reojo, miraba qué hacía. Era una de las chicas más guapas que había visto jamás, lo juro. No era una belleza agresiva sino obvia, discreta, en voz baja.

Unos minutos después vino, esta vez sí, el revisor. Yo posé la revista en el asiento para buscar en los bolsillos el billete. Cuando el revisor se había ido y me había vuelto a sentar ella llamó mi atención. “Mira”. Yo miré y me enseñó el mismo ejemplar del Rock de Luxe que yo leía. Me reí. Se rió de forma espontánea, casi infantil.
-     ¿Qué escuchas?
-     El “Down Colorful hill” de Red House Painters- contesté.
-     Oh, ¡Qué bonito! ¿Conoces a Ben and Bruno?.
-     No.

Confieso que era la primera vez que escuchaba ese nombre. Ella arrancó de un tirón los auriculares. Comenzó a sonar una voz lastimosa sobre una minimalista base de guitarra. Me gustó mucho.
-     Esta es mi favorita. Se llama “New Friend”. Como nosotros.

Lo dijo con una sonrisa que le llenaba la boca. Escuchamos en silencio los tres minutos que dura la canción. Quedé absolutamente enamorado del grupo tras ese primer contacto. Me preguntó qué me había parecido. No sabía qué decirle. Tenía la misma incapacidad para dar una opinión que me ocurre cuando, al salir del cine, me preguntan qué me ha parecido la película sin aún haberla digerido.
-     Me ha gustado. Mucho. Muchísimo, me ha encantado- acerté a decir.
-     Lo sabía. No podía no gustarte.

Estuvimos hablando un par de horas separados por el pasillo. Hablamos de películas, de libros, de trabajos, de nosotros y de música, claro. Ella sugirió ir a la cafetería. Nos tomamos unos cafés sin parar de hablar. Ella gesticulaba mucho con las manos cuando contaba algo lo que le daba un aspecto muy cómico. Era de Madrid y había ido a pasar unos días a casa de su prima en Santander. Regresamos al vagón que seguía igual de desolado que antes de irnos. Ella se sentó frente a mí y dejó el ordenador en su lugar primitivo sonando de fondo, en repeat  el “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Ya ni siquiera pensaba que en menos de cinco horas debería de estar trabajando.

Más tarde se cambió de asiento y se puso junto al mío para cotillear la música que yo llevaba en el mp3: Vashti Bunyan, Animal Collective, Vashti Bunyan y Animal Collective, Red House Painters, Slowdive, Le Mans, Death Cab For Cutie, Girls vs Boys…
-     El disco de Ben and Bruno es el disco que ya no saben, pueden, quieren hacer Death Cab For Cutie.

Escuchándolo pensé que algo de eso había en el.

Ahora que estaba junto a mí me daba apuro mirarle a los ojos tan grandes, tan bonitos, tan cercanos a los míos. Hablamos y seguimos hablando cada vez más de nosotros y menos de las cosas. Ella me advertía que yo no podría soportar el día de trabajo. Me desaparecía el cansancio en cuanto rompía a hablar con su voz tranquila, dulce, siempre sonriente.

En un momento dado, mientras yo hablaba, me besó. Fue un beso rápido, indoloro, inesperado. De los que, tras ocurrir, te preguntas si ha sido o no real. Pero lo era porque al morderme el labio estaba aún el sabor dulce de los suyos. Puso cara de “yonohesido” y sus mofletes se dispararon hacia arriba como si fuesen a salir disparados si sonreía más.

Nos estuvimos besando media hora más. Le pedí su mail.
-     No puedo dártelo.
-     ¿Por?
-     En Madrid, en la estación, me esperan.

Fue un doloroso puñetazo. Ya eran las seis de la mañana.
-     Tengo dos horas para convencerte de que me lo des.

Ella apoyó su cabeza en mi hombro y entrelazó sus dedos con los míos.
-     No servirá de nada.

Esa vez su voz no sonaba cantarina, ni risueña, ni alegre sino pesarosa y amarga. Tras unos minutos tomados de la mano, en silencio, noté su respiración tranquila, ya dormida. La música de Ben and Bruno seguía sonando sin cesar.

“She is a girl friend but not my girlfriend”.

No sé cómo, ni cuándo, pero me dormí. Lo siguiente que pasó es que un empleado de RENFE me despertó porque ya estábamos en Madrid. Medio atontado la busqué con la mirada. No estaba. Ni ella, ni su ordenador, ni una nota de papel. Nada. Se había esfumado.

Con rapidez cogí mis cosas y salí corriendo afuera del tren con la esperanza de que ella estuviese allí o pudiese alcanzarla antes de que se fuese. Aunque estuviese acompañada. Me daba igual. Pero no estaba.

Entré en el metro confuso con dolor de cabeza por el sueño, enfadado conmigo por dormirme, con ella por irse así. Mientras iba en el metro camino del trabajo ya no sabía si en realidad yo estaba loco y no sería más que un sueño que había tenido, un sueño tan intenso que lo confundía con la realidad.

Saqué del bolsillo el mp3 y lo encendí. Al navegar por las carpetas vi un disco que no estaba cuando yo salí de Torrelavega, “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Lo puse.

Nunca más la volví a ver ni en conciertos, bares, la calle o cualquier otro sitio que dadas sus características y gustos debería de frecuentar o conocer. Me hubiese gustado decirle que, años después, el disco no ha salido jamás de mi mp3 por muchos cambios y limpiezas que haya hecho. Algunas veces al escucharlo, como ahora mismo, me cuesta pensar si en realidad fue buena o mala suerte lo que pasó. Unos días pienso que fue buena. Otros que mala. Pero nunca ambas cosas a la vez.


“cause is not the same thing”.


jueves, 29 de agosto de 2013

Capítulo 3

INOCENTES CON MANOS SUCIAS

Gracias a un ciclo de la Alianza Francesa que ponían en mi instituto, El Marqués de Santillana, pude ver otras dos películas de ella “El Viejo Fusil” de Roberto Enrico que me gustó, y “La Muerte en Directo” de Bertrand Tavernier que me encantó. En ese mismo ciclo pusieron “El Círculo Rojo” de Jean Pierre Melville que me pareció aburrida, incomprensible e infumable. Cosas de la edad y el gusto sin formar: es una obra maestra. En la tele pude ir viendo otras de sus películas “Mi Hijo, mi Amor”, “El Combate de la Isla”, “El Cardenal”, “El Proceso”... Del videoclub saqué la única disponible de ella a excepción de la serie de Sisi que ya tenía más que vistas, y que estaba allí por ser el protagonista Woody Allen. “Whats the New Pussicat?” es una divertida locura con una magnífica canción a cargo de Tom Jones. Adquirí en el catálogo de compra por correo de Discoplay “Préstame a Tu Marido” de David Swift en la que se acompaña de Jack Lemmon. La película  estaba en la sección de saldos. 

Mientras tanto seguía guardando lo que podía de Sarah y, si tenía suerte, lo que podía rapiñar de Romy. A veces algún artículo en alguna revista de cine (estaba suscrito a Fotogramas y compraba esporádicamente otras). Recuerdo que una vez en noticias breves había una foto de Romy vestida de novia en una prueba de vestuario para la película llamada “L’Enfer” de HG Clouzot. Una película maldita que jamás se pudo realizar y de la que Claude Chabrol realizaría una nueva versión con el guión original. La protagonista sería Enmanuel Beart en el papel de Romy. Beart que se convertiría en la segunda musa de Sautet tras Romy, Chabrol con el que Romy rodó “Inocentes con Manos Sucias”. Es evidente que, como dijo Sarah,  el destino no existe pero sí las casualidades circulares.

No mucho después se estrenó la película de Claude Chabrol basada en el guión de Clouzet. Beart era una actriz de la que había podido ver unas cuantas películas y la consideraba entre mis favoritas de entonces. Su belleza era insultante y estar casada con un feo-guapo como su coprotagonista en “Un Corazón en Invierno” de Sautet, Daniel Auteil, me hacían tenerla más simpatía. En esa época yo había visto de ella “El la Boca No” de André Techine y “La Bella Mentirosa” de Jaques Rivette (del que había visto “París nos Pertenece”, película que amaba con fervor). En los 90 más o menos podía seguir el cine contemporáneo y verlo en versión original gracias a que en mi edificio habían pirateado la señal de Canal + y junto a la programación de la 2 constituyeron parte de mi menú de cinéfago impenitente y de provincias.

La película de Chabrol me gustó de manera moderada. La vi una tórrida tarde de Julio en un cine de Santander mientras afuera, en el mundo, Indurain sentenciaba uno de sus cinco tours. No sé cuál. Fue la segunda película que vi absolutamente solo en una sala de cine. La primera había sido “Cronos” de Guillermo del Toro en los cines Arlequín de Torrelavega. Estar con pocas personas, incluso con otra persona, sí que me había ocurrido bastantes veces, pero solo únicamente en aquellas dos ocasiones. No me ha vuelto a pasar. Me daba bastante vergüenza salir de la sala tras acabar la película y pensar que les había jodido la tarde. 






miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 2

LA HISTORIA MÁS TRISTE JAMÁS CONTADA

Cuando yo tenía doce años mi hermana mayor compraba la Teleindiscreta. Entonces era una revista muy diferente a la que fue luego. Era la época en la que regalaban cromos de V, McGyver o Alf… Recuerdo que siempre se habló de una segunda parte de V. En plena V-manía, Teleindiscreta dijo que había conseguido “en exclusiva” la continuación y, durante varias semanas, publicaron una especia de cómic con esa secuela como guía.

Recuerdo vagamente el argumento que era algo parecido a que Diana y los suyos creaban un sol artificial que abrasaba la Tierra y terminaba con las reservas de agua. Vamos como Almería pero con lagartos más grandes. Al final los chicos de Donovan ganaban gracias a los polvos rojos.

Mis primeras indagaciones respecto al sexo se consumaron a través de las revistas para quinceañeras de mi hermana. Las preguntas sobre cómo masturbar a un noviete de 14 años, la forma menos dolorosa para la desfloración anal o si había algo de malo en tragarse el semen, unidos a las narraciones de “así fue mi primera vez” con supuestas quinceañeras que escribían todas con el mismo estilo (una mezcla entre la cursilería calentorra de Danielle Steel, y la cursilería  a secas de Corín Tellado) me ponían a cien.

Mi hermana compraba esas revistas porque era fan de A-ha y casi siempre salía algo de ellos en la cima de su popularidad. Lo que recuerdo con más cariño eran las entrevistas inventadas de la Superpop que siempre seguían un esquema similar a este:
-            preguntas sobre si se esperaban ese éxito
-            preguntas sobre las fans españolas.
-            preguntas sobre cómo les gustaban los pechos de las chicas, si grandes o pequeños (recuerdo una de esas supuestas entrevistas a Rob Lowe, en plena borrachera de éxito, que decía algo como: “a mí me gustan que quepan en una copa de champagne”. Los aficionados a lo más sórdido de Hollywood recordarán su escándalo con las cintas de video y las menores, y no parecía quejarse del tamaño de las tetas de sus coprotagonistas del film casero)

Esta pregunta era invariable y se la hacían desde a Franco Batiatto (hit en aquel tiempo) o a Jimmy Sommerville que, dejados atrás Bronsky Beat, era la estrella marciana con los Communards.

Me acuerdo de una portada en la que salía con cara de pocos amigos Don Johnson y que decía: Corrupción en Miami peligra porque, en una encuesta entre mujeres norteamericanas, el que hacía de  Ricardo Tubbs, salía elegido como el hombre más sexy del planeta por delante de él (bueno el titular sería más corto, pero yo no soy periodista)

Mi hermana tenía dos amigas en el portal. Una era Antonia, también fan de A-ha, y la otra era Lucía. La madre de Antonia murió cuando yo era pequeño y fue la primera persona que yo conocí que había muerto.

Lucía era fan de The Cure y de Depeche Mode. Vestía como Emily the Strange y todos pensábamos que era muy rara. Una vez estábamos en su casa y Lucía, que había suspendido siete, quemó las notas delante de nosotros, en el fregadero. Esto causó en mí una mezcla de miedo y fascinación atroz hacia el personaje: estaba haciendo algo terrible (quemar las notas) y siempre vestía de negro. Siniestro era un adjetivo más que adecuado.

Años después mis padres comprarían ese apartamento y lo gracioso es que, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que en lo que hoy es mi habitación cuando vengo a pasar unos días a Torrelavega, raspado sobre la pared, cerca del techo, apenas imperceptible, hay una inscripción que dice MODE en mayúsculas, y dentro de la “O”, escrito en pequeño “depeche”.

En invierno, durante varios años, tuve que llevar el mismo abrigo azul oscuro de botones en forma de colmillo o cuerno imitación marfil que odiaba con todo mi alma. Pero era una de las pocas prendas “buenas” que tenía y se resistía a desgastarse o romperse.

El hermano de Lucía se llamaba José, era de mi edad, y jugábamos siempre por el barrio. Yo vivía en un barrio de los de antes, dónde se hacía la vida en la calle. Llegaba del cole, merendaba un bocata de nocilla, chorizo o jamón y veía Barrio Sésamo y, más tarde, Los Mundos de Yupi para salir pitando a las aventuras que me esperaban abajo, en la acera.

También recuerdo practicar inglés viendo la tele: “Hello, I’m Mazzy”.

Sorolla (que así llamábamos a José por su apellido) era un chico de una desbordante imaginación. Fue el primero que tuvo vídeo y nos pasábamos tardes enteras viendo tres veces seguidas “Los Goonies”, “Exploradores”, o “Admiradora secreta”.

Salir del barrio para ir, no sé, a La Plaza Mayor, era toda una aventura para unos River Phoenix de medio pelo como nosotros. O escondernos cuando venía al barrio “El Drogui Ponchi”, un gitano yonki con sus converse desgastadas, del que se decía que había estado en la cárcel por matar a un hombre.

Sorolla cazaba arañas y las metía en un pequeño bote de cristal para hacer “guerras de arañas”. En realidad las arañas no peleaban sino que morían por asfixia o por falta de alimento transcurridos unos días.

El padre de Lucía y de Sorolla era taxista. Murió de cáncer de garganta uno de esos años.

En el barrio éramos mucha gente. Aparte de Sorolla estaban Rafa y su hermano David, los hijos de la peluquera. Marquitos, hijo de Quijano (un tipo mezcla entre bonachón e hijo de perra). Alexis y su hermano Rafita. Darío, Sixto, mis primos Borja y David, mi amigo José Cipitria al que toda la vida hemos llamado Cipi...

Cipi ha sido, lo que se suele llamar, mi mejor amigo. Sin él mi adolescencia hubiese sido mucho peor de lo que en realidad fue. En el instituto empezamos a comprar Rock de Luxe un mes cada uno menos la de Enero que la comprábamos los dos. Nos juntábamos en el boulevard con el catálogo de Discoplay, del Sur o de Tipo y elegíamos con cuidado los discos a pedir para luego intercambiárnoslos y, a la vez, ahorrar en los gastos de envío.

Hablábamos mucho de cine o de música pero no de sentimientos. Supongo que a través de la música exorcizábamos fantasmas con metáforas sobre lo que nos producía tal o cual canción. El compraba Slint o My Bloody Valentine, y yo Disco Inferno o The Jam. El “Disintegration”, yo “La Memoire Neuve”. Y luego nos los pasábamos unos días para disfrutar de los libretos o de la galleta original, antes de grabarlos en una de las cientos de TDK que duermen hoy en día bajo mi cama en casa de mis padres.

Como no existía Internet (para nosotros, hablo de los primeros y mediados 90) algunos discos y, sobre todo, canciones se convertían en míticos para nosotros. Me acuerdo especialmente de “Love Will Tear Us Appart” de Joy División, y de “Bela Lugosi’s Dead” de Bauhaus. Como había que decidir qué discos comprarse pues, por ejemplo, yo podía elegir comprar uno de Oasis en vez de un recopilatorio de Bauhaus. Ahora parece un acto estúpido pero en el momento en que salió “Definitive Maybe” parecía una decisión, cuando menos, razonable para un chico de 16 años.

El caso de “Love Will Tear Us Appart” fue diferente. Yo tenía el “Closer” y el “Unkown Pleasures” pero...en ninguno de los discos aparece esa canción. Y comprar un recopilatorio del que tenía casi todas las canciones sólo por ella, me parecía un despilfarro para unas decisiones que se tomaban una a una con meditada y matemática precisión. Cuando pasaron los años y ya escuché ambos temas, del de los de Curtis me enamoré a la primera escucha, casi al primer segundo, y en cambio Bela significó una profunda decepción, aunque el tiempo (no mucho) se encargó de subsanar esa primera impresión.

Casi toda la música que descubrí por aquella época me ha seguido gustando después aunque también hay grupos que ya no soporto. Nunca he entendido ese reverencial respeto por la música que fue importante en tu vida en un momento y que por ello deba seguir gustándote con el peso de los años. Yo no he tenido problemas en regar con gasolina mi pasado y hacerlo arder para que no quede ni rastro mientras me quedaba de pie mirando el crepitar de ese fuego.

Otro de mis amigos del barrio era Jesús Manuel, al que todos llamábamos “Nene”. Supongo que por su cara de niño, pero ¿qué cara puede tener un niño cuando es un niño?

Nene siempre fue un bala perdida. Era el que sacaba de quicio a los profesores, el que levantaba las faldas a las niñas, el que rompía las ventanas, o el que no iba a clase. Era hijo único y le daban todo lo que pedía.  Cuando la fiebre del skate él siempre tenía la mejor tabla, y la customizaba cada poco tiempo, la tuneaba hasta la admiración de los que lo rodeaban. Yo nunca tuve una tabla. Era, y sigo siendo, torpe. Y además era un objeto caro.

Yo prefería leer a “Los Cinco” o los seriales de internados de Enyd Blython y fantasear con mi vida en uno de ellos. Aunque fuesen internados femeninos. Eso era un detalle menor.

Nene empezó a pasar costo en el instituto y ha estado un par de veces en la cárcel por tráfico de sustancias mayores. Cuando teníamos trece ó catorce años Nene hizo un viaje con sus padres para visitar a unos familiares en Dinamarca. Su padre sufrió un accidente cardiovascular y murió allí. Según me contaron entonces, habían tenido muchos problemas para traer el cadáver. No sé. Su madre, Telma, hace arreglos de costura y plancha ropa por toneladas para no sé qué empresa. Ella vivía con un tipo muy desastrado que la dejó embarazada y luego, simplemente, la dejó.

Otro era mi vecino Elías al que llamábamos Dios porque daba igual por donde estuvieras que siempre te lo encontrabas. En el piso donde él vivía, de madrugada, se escuchaba un trajín de muebles, a veces casi insoportable. A las tres de la mañana y hasta más tarde. La teoría en mi casa es que la madre no podía dormir y que cambiaba los muebles de sitio cada noche. Es que la madre de Elías-Dios tenía unas ojeras muy pronunciadas.

Al barrio venía gente de otros barrios. El nuestro se llama El Carmen porque estaba donde la clínica El Carmen. Cuando cerraron la clínica se dejó abandonado mientras decidían qué hacer con el edificio y el terreno. El resultado es que se llenó de yonkis que se iban a pinchar allí y que, supongo, hasta vivirían allí. En esos tiempos teníamos que estar esquivando jeringuillas mientras jugábamos. Más tarde lo tiraron y construyeron unas dependencias municipales pero el edificio tenía algo que incumplía algún tipo de normativa y lo derribaron también para hacer un centro de salud. Hace como tres años tiraron ese centro de salud y lo hicieron parking municipal. Ahora es un edificio de dependencias judiciales.

A veces, en el barrio, como éramos medio asilvestrados, hacíamos lo que denominábamos “invasiones” y que consistían en ir a otro barrio cercano y apedrear a los niños de ese otro barrio. Tras la invasión nos quedábamos jugando allí hasta que nos aburríamos y nos volvíamos al nuestro dejando a los vencidos con su territorio natural.

Otras veces era más tranquilo y sólo jugábamos partidos de basket o de fútbol. O de béisbol. O de Hockey (sobre asfalto, con sticks hechos por nosotros, con una pelota de tenis como pastilla). Teníamos las rodillas y los codos llenos de raspaduras y costras pero era lo normal.

El barrio que más veces invadimos era La Cepa. En el vivía Ignacio Quintana y era compañero de mi primo Borja en el colegio Cervantes. Les daba clases quien años más tarde sería la alcaldesa de Torrelavega, Blanca Rosa Gómez.

Ignacio era casi un adoptado de nuestro barrio porque se pasaba casi todas las tardes por el. Lo que no evitaba que cuando nos enfadábamos con él saliese el alma xenófoba que habita en todos nosotros y le decíamos: “Vete a tu barrio, que este es el nuestro”. Y no era más que una calle, un jardín, y unas puertas metálicas de garajes que nos servían de porterías de fútbol.

Ignacio era tartamudo. Cuanto más nervioso se ponía más tartamudeaba. Me tocó como compañero de clase en tercero de BUP. No era un mal estudiante y, a pesar de su tartamudeo, siempre andaba preguntando.

Es extraño que una persona tan curiosa como yo apenas haya preguntado en clase. Ni en el cole, ni en el instituto, ni en la universidad… Siempre he tratado de buscarme yo las respuestas. Supongo que por eso soy tan observador y de lo que me cuentan los demás, unido a lo que yo deduzco, me hago las composiciones de lugar.

Cuando terminé el instituto dejé de ver a Ignacio. Me dijeron que se había hecho militar. Hace como siete años me enteré que se había matado en un accidente de coche. Se empotró contra un puente. Por lo que me contaron iba tan puesto de éxtasis que en vez de pupilas le brillaban dos pequeños smilies.

A muchos de ellos no los he vuelto a ver. A Sorolla o a Nene cada vez que los veo los saludo con una tímida sonrisa a punto de estallar y un ligero movimiento de cabeza. Nada demasiado efusivo. Antonia y Lucía están casadas y con hijos. Cipi anda trabajando por Luxemburgo. De la mayoría no sé nada. Paradójicamente hace mucho que no veo a Elías.

¿Y yo?. Llevo un abrigo(cosas de la vida) muy parecido a los que odiaba llevar cuando iba al cole del que prende una chapa de Sin Chan y, con más de treinta años, me paso más tiempo en el pasado (musical, sentimental, literario, ideológico) que en el presente o que en el futuro.

Como si aún no hubiese aprendido a vivir fuera de aquel barrio.