sábado, 31 de agosto de 2013

Capítulo 5

LAS 10:30 DE UNA NOCHE DE VERANO


En mi ciudad, cuando yo era niño, había tres salas de cine. El mayor el Concha Espina, antiguo teatro con la decadente majestuosidad de un gran cine en una ciudad pequeña en tiempos de cine aún más pequeño. En el vi “ET”, los Indiana Jones, “El Retorno del Jedi”, “Atrápalo Como Puedas”, varios James Bond de los peores…También es el cine en el que vi mi primera película. Una mañana de sábado había alguna razón para que fuese una sesión gratuita, algún tipo de actividad infantil-juvenil. Fui con mi hermana. El cine estaba a rebosar. Tanto que, a pesar de tener una capacidad monstruosa (o así lo recuerda mi mente) tuvimos que sentarnos en el suelo como otras docenas de niños porque estaban todos los asientos ocupados. Mi primer recuerdo del cine es traumático. La película era una adaptación muy libre de la Isla del Tesoro que jamás he vuelto a ver. Tras atar cabos creo suponer que era una llamada “Misterio en la Isla de los Monstruos” del inefable y añorado Juan Piquer Simón. No podría asegurarlo. Pero sí podría asegurar que el terror que invadió a ese niño de quizá cinco años debe de ser el más intenso que he experimentado jamás en el momento en que un monstruo cubierto de algas emerge de entre las aguas amenazante hacia los protagonistas. Supongo que ese día me enamoré del cine de manera irremediable.

Los otros dos cines eran el Pereda metido dentro de una galería comercial. Un cine que era nuevo y cómodo, y los cines Arlequín, una multisala(por llamarlo de algún modo pues eran sólo dos salas). Con eso y con mis viajes a Santander para ver películas tanto en el cine comercial como en la Filmoteca me fui formando como amante del séptimo arte. Tanto uno, el Pereda, víctima de un incendio como los otros, Los Arlequín, víctimas de la desidia terminaron por cerrar. El Concha Espina había cerrado mucho antes. Mucho tiempo después, de la mano del dinero público, se convertiría en un moderno teatro, auténtico eje cultural de mi ciudad natal.

Yo veía cualquier cosa que pusieran. No me importaba que fuese bueno o malo. El ritual de ir al cine era una droga que sólo se calmaba al entrar en la sala y comenzar los anuncios o los trailers anunciando futuras dosis de la misma droga. A principios de los 90 un hecho jugó a mi favor de manera decisiva. Gracias a la colaboración del ayuntamiento y un grupo de entusiastas se inició una filmoteca. Cine en versión original en Torrelavega. Un sueño. Se alternaban ciclos de clásicos atemporales con los estrenos más importantes de la temporada del circuito de arte y ensayo. Gracias a ello podía ver en el propio año películas de cineastas de los que me hice fan como Aki Kaurismaki, Hal Hartley, Olivier Assayas, Eric Rohmer (con su estreno anual o recuperando títulos antiguos) y otros que no me gustaban tanto pero siempre era interesante de ver como Jaime Humberto Hermosillo, Derek Jarman, Gianni Amelio o Nanni Moretti el cual jamás me hizo gracia. Tener eso cada jueves del año para un quinceañero enfermo de cine era un milagro. Allí, gracias a uno de esos ciclos, vi la mejor película que jamás hizo Romy, “Lo Importante es Amar” de Andrzej Zulawski.


2 comentarios:

  1. Me siento reflejado en cada uno de tus posts. Es una pena que no conocieras las cerillas garibaldi.
    En cualquier caso, el truco de la nostalgia no dura para siempre, pero ayuda.
    Abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Me alegra saber que estás bien. Me alegra saber que la gente que, por un motivo u otro quiero, está bien.

    ResponderEliminar