sábado, 7 de septiembre de 2013

Epílogo

Este blog nació tras un fin de semana de errores y comportamientos estúpidos. Los textos estaban escritos hace tiempo y cuentan cosas que quizá sólo estén relacionadas en mi cabeza y no en realidad. Los he copiado tal cual estaban en el documento word porque si me hubiese puesto a repasarlos es posible que no me hubiese atrevido a publicarlos.

El hacerlo no cambia nada: no me siento mucho mejor, los muertos siguen muertos, las culpas siguen en el mismo lugar y, aunque el destino no exista, las casualidades sí. Imagino que todo es cuestión de ensayo y error. Sobre todo de error.


Capítulo 12: F.I.N.

KATY SONG (PARTE II)

Mi primera gran salida durante mi medicación fue para ir a hacer otra de las pruebas de la Escuela de Cine. Como coincidía que mi madre estaba en España (en aquella época vivieron unos años en Argentina y Chile por cuestiones de trabajo) me acompañó. Tras un proceso de aprendizaje (caldos, sopas, purés) más o menos recuperé mi vida diaria aunque sin dejar las medicaciones y las visitas a los doctores. Y me apunté a hacer un curso de informática. En realidad era del paquete Office y un par de días, al final, de Internet.

Cuando terminé el curso comencé a ir a un cibercafé a buscar cosas, sobre todo fotos e información sobre Romy Schneider. En uno de esos días, en el ordenador de al lado, había dos adolescentes que no dejaban de reir. Miré con disimulo qué hacían y vi que estaban en una página llamada elchat.com. Entré. Era la primera vez en mi vida que chateaba. Ni siquiera tenía messenger porque no tenía amigos que usasen Internet. La verdad, chatear me gustó. Permitía romper mi timidez patológica y hablar con gente. Con chicas. Poco a poco, cada día pasaba más y más horas en el chat. Compré un modem y me puse una conexión de la época a 56 k. Se convirtió en una autentica obsesión. Conocer a gente (chicas) y sentir que les podía gustar sin tener que guardar ciertas partes de mí como tenía que hacer en el día a día era muy halagador. Llegué a pasarme catorce horas al día en el chat. Sentía auténtica angustia el rato en el que no lo miraba pensando que podría estar X o Y y yo perdiéndomelo. Muchas veces cuando tenía que salir a la calle o a la hora de irme a dormir calmaba esa angustia con los medicamentos que tenía recetados.

Una de las personas que conocí se llamaba Eva y era de Granada. Tenía dieciocho años recién cumplidos (yo veintitrés) y acababa de hacer selectividad con una nota media de más de nueve. Eva era brillante, tierna y bastante guapa. Nos escribíamos muchos mails al día y hablábamos por teléfono casi a diario. Bah, el que haya estado en chats en aquella época sabrá de qué hablo. La cosa es que ella me dijo que estaba enamorada de mí. Pero, por alguna razón a mí ella no me gustaba de esa manera. Me decía que le daba igual, que cuando nos viésemos yo cambiaría de idea. Su confianza era enternecedora.
Yo me trasladé a vivir a Madrid. Trabajé ese verano antes de que, en Octubre, empezase en la Escuela de Cine. Durante ese verano conocí a una persona de la que creía estar enamorado. Y ella decía estarlo de mí. Las tardes paseando por el centro, por el retiro, el tomar una cerveza comprada en un chino sentados en alguna plaza perdida. No fue más que un amor de verano tardío pero yo, tras los meses anteriores, confundí mis necesidades puntuales con amor. Eva lo sabía y le daba igual. La otra chica me dejó y me quedé destrozado.

Eva, por su parte, había recibido como regalo por su nota de selectividad un deseado viaje a París. Me llamó desde allí y me dijo que me había comprado un pirata de los Smiths con un concierto en Francia y me lo daría cuando nos viésemos en Septiembre puesto que ella iba a venir a verme porque sus padres tenían una casa en Madrid. No sólo eso. Con una inocencia que desarmaba me dijo que cuando viniese a Madrid había decidido que quería que la primera vez que hiciese el amor fuera conmigo. Mi cabeza estaba en otro sitio, en mi dolor por sentirme abandonado y en que al fin había llegado lo que tanto tiempo había estado esperando para probar, el desamor. Si lo que escribía Nick Drake era cierto. La banda sonora de aquellos tiempos fue “Unidad de Desplazamiento”.

Un par de semanas antes de que ella fuese a venir me llamó llorando. Era la primera vez que no escuchaba su voz alegre y cantarina. Incluso cuando se le notaba la tristeza por mi frialdad hacia ella lo hacía con una sonrisa que traspasaba la línea de teléfono. Su abuela vivía junto a ella, su hermano y sus padres. Nuestras abuelas eran un punto que nos unía muchísimo porque, para mí, mi abuela es la persona que más he querido en mi vida como para ella lo era la suya. Yo he vivido con mis abuelos maternos desde que nací y mi relación con mi abuela es inseparable de mi personalidad. Toda la vida contando historias de su juventud, de su vida antes, durante y después de la guerra, sus años de internado, ella tocando el piano (tenía la carrera terminada), yo mirando cómo cocinaba o viendo la tele echado sobre su regazo.

La abuela de Eva había muerto de repente, por eso me llamó llorando. Unos pocos días más tarde me contó algo sorprendente. Cuando se leyó el testamento su abuela le había dejado una casa y casi todo lo que tenía a ella. Ni a sus hijos ni a los otros nietos. Eva me lo contó con la mayor naturalidad. Para ella lo único que contaba es que, en la habitación de su abuela había encontrado una caja de casettes que había estado grabando contándole cómo era Eva de niña, hablando con ella  para cuando muriese. Horas y horas de su voz de cómo había sido su vida junto al abuelo de Eva, cómo crió a sus hijos o cómo fue el día que Eva nació. A partir de ahí ella sólo escuchaba esas cintas en el coche, en casa…Cuando me llamaba su tono era un poco más sombrío pero su voz era igual de tintineante cuando hablaba de nuestro próximo encuentro y de lo que, según ella, pasaría entre nosotros. Aunque yo no tuviese intención alguna de que fuese así.

Quedaban cuatro días para que Eva viniese a Madrid y el sol, el trabajo, salir mucho, la perspectiva de mi vida y el cine me servían de terapia para mi desamor. Llamé esa tarde a Eva, a su móvil. Me saltó el contestador. Llamé de nuevo por la noche extrañado de no saber de ella. Saltó otra vez el contestador. Miré el correo y nada. Pregunté en la sala de chat a la que entrábamos si alguien la había visto. Nadie. Al día siguiente seguía saliendo el buzón y yo me estaba poniendo nervioso. Pensé que quizá estaba enfadada por algo que le había dicho aunque eso, con Eva, era casi imposible. Hubiese tenido una y mil razones para hacerlo porque no dejaba de ofrecerme algo tan valioso como su amor y yo lo esquivaba con cortesía pero sin comprensión.

Esa noche, al entrar en el chat, me dijeron que habían preguntado por mí. Pensé que sería Eva pero no, era una de sus amigas de Granada con la que alguna vez yo había hablado. Al rato entró esa amiga y me dijo que le diese mi teléfono. Me llamó llorando y apenas se le entendía. Me contó que, el día anterior, Eva se había salido de la carretera y se había empotrado con un árbol. Murió allí mismo.

Yo no me lo podía creer. Colgué. Llamé a Eva y saltó de nuevo el contestador. Estuve llamando toda la noche sin dejar de llorar como lloré los siguientes días. Lloré por ella y lloré por mí. Por mi egoísmo y por la cantidad obscena de cosas que había hecho mal respecto a ella. Llamaba varias veces al día a su teléfono rogando que me contestase, sin que apenas se me entendiese. Hasta que un día se llenó la capacidad del buzón de voz. Siempre tenía la esperanza de que al llamar me contestase y me dijera que todo había sido una mentira. 

Unos días después me llamó otra vez su amiga. Había estado en su casa, con sus padres que estaban, como era de esperar, destrozados. Me contó que yo no sabía cómo hablaba de mí y de sus planes para nuestro encuentro en Madrid. También me dijo que estando en su habitación había cogido el diario de Eva y lo había leído. Que hablaba mucho de mí. Me dijo que si yo leyese lo que ella escribía de mí, de su amor por mí, me volvería loco. Me preguntó si quería que fotocopiase esas páginas y me las enviara. Le respondí que no. Que no quería leer eso.

Hoy, más de diez años después, me acuerdo de ella mucho más que de la mayoría de las personas que han pasado por mi vida. Pero de Eva sólo tengo el recuerdo de una voz siempre risueña, una foto en jpg escondida en algún disquette y una carga de culpa que creo que jamás va a desaparecer.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Capítulo 11

EL INFIERNO

Pasados muchos años en la retina de mi memoria la imagen de la foto de Romy vestida de novia para la película “El infierno” de Henry-Georges Clouzot aún palpitaba con bastante fuerza. En alguna web de cine a mediados de la década pasada leí que habían encontrado un material que se creía perdido relacionado con esa película pero tampoco había más información sobre el asunto. Silencio. Olvido.

Cuando se anunciaron las películas que participarían en Cannes en 2009 para mi sorpresa vi que estaba un documental sobre la historia de esta película inacabada. Busqué algo de información sobre ella y la historia no podía ser más apasionante. El documentalista Serge Bromberg se quedó encerrado en un ascensor durante dos horas con una mujer de cierta edad. Cuando comenzaron a hablar y él reveló que era un cineasta ella dijo que también estaba relacionada con el mundo del cine. Su nombre era Inés de González y era viuda de un famoso y venerado cineasta francés: Henri-Georges Clouzot. La conversación en el ascensor fue más fructífera que la de una intrascendente sobre el tiempo. Una parte en concreto llamó la atención de forma arrebatadora a Bromberg. La historia de una película que jamás llegó a terminarse, una película llamada a revolucionar el cine de la época y que, tras comenzar el rodaje, toda una serie de catástrofes buscadas o no terminaron por dejar en estado de shock al equipo y cancelar la producción. Una película que iban  protagonizar un consolidado galán italofrancés, Serge Reggiani,  y una de las mayores estrellas del cine europeo, Romy Schneider. Esa película se llama “L’enfer”.

Bromberg había sabido de ella por la misma razón que los demás, la versión que rodó de aquella historia Claude Chabrol. Inés de González envió años antes a Chabrol el guión pensando que podría tener interés para este y tanto le gustó que decidió que sería su siguiente proyecto. Una historia de celos enfermizos protagonizada por una preciosa  Enmanuel Beart. El interés de Chabrol en su versión no pasaba del habitual en su cine: el retrato de la burguesía del interior francés, sus miedos, sus envidias y, en resumen,  sus miserias en resumen. La película no dejaba de ser un Chabrol (muy) menor, entretenido, un tanto pedestre y burdo en las recreaciones de las ensoñaciones sicópatas del marido celoso y que no pasará ni a la historia del cine ni a la de la carrera de los implicados. Además, en un extraño movimiento, cambió incluso los nombres de los personajes principales. Mientras que en el guión original sus nombres Odette y Marcel hacían referencia a “En Busca De El Tiempo Perdido” de Proust en la versión más reciente eran vaciados de significado y pasaban a ser Nelly y Paul.

Tras ser rescatados del ascensor Bromberg pide ver el material que, según la viuda de Clouzot, se había rodado y estaba guardado en un laboratorio. Muchas horas de imagen y sonido. El cineasta intuye que ahí hay una película y, tras ver el material, queda fascinado. Quince horas de imágenes y más de treinta de banda de sonido sin imágenes, con diálogos, sonidos, efectos...lo que encuentra es una joya fantástica que trata de reconstruir con el libreto en mano. Es complicado porque la película pretendía romper todos los esquemas del cine de su época, hacerlo avanzar de un salto a una forma de arte casi conceptual.

En esa época Clouzot estaba obsesionado con “8 y medio” de Fellini, con romper y hacer pedazos la narrativa y la lógica cinematográfica y dar un paso más allá. También con la magistral “La Aventura” de Antonioni. Un cine que se abría paso en ese momento en el que Clouzot estaba siendo muy criticado por una panda de jóvenes airados que comenzaban a hacer un cine distinto y radical y a los que denominaron Nouvelle Vague que le veían como representante de un cine asfixiado por el guión y la planificación. Esta película podía representar para él su reivindicación y su demostración de fuerza ante ellos de estar cien pasos por delante.

Además se interesó por artistas visuales que hacían arte cinético. Gente como Yvaral o Vasarely que trascendían la representación artística tradicional para crear objetos en los que el punto de vista, el espacio y la transformación pasaba a ser parte conceptual del objeto artístico. Quería introducir esos mismos conceptos pero en el cine. Clouzot llevaba cuatro años sin hacer películas y la industria francesa confiaba a ciegas en él tras haber dado obras mayores como “El Salario Del Miedo” o “Las Diabólicas”. Su nombre era tan poderoso y se rumoreaba que esa película sería un antes y un después que un día se presentaron jefes de estudio de Columbia Pictures desde los Estados Unidos y pidieron ver esas pruebas de antes del rodaje. Tras eso, sin leer el guión, se reunieron con la parte francesa de la producción y dijeron: presupuesto sin límites. Un proyecto tan ambicioso necesitaba de libertad absoluta y el dinero no sería ya el problema.

Clouzot se vuelve absolutamente demente. Contratan un equipo de 150 personas, dos directores de fotografía de entre los mejores del momento, forma tres equipos para que nunca se detenga el rodaje pero como quiere supervisar los tres jamás están activos dos y como en el primero de ellos exprime cada milímetro para que quede como él quiere al final todo se hace inoperativo. Tortura a los actores con peticiones salvajes. Inventa sistemas de color, quiere teñir un lago natural donde se desarrolla parte de la acción, crean lentes especiales para dotar a la foto de nuevos tonos, juega a experimentar con sonidos, efectos especiales insólitos...todo ello sin límite. Sin más límite que la paciencia de todos los que le rodean. Su cabeza echa humo y tiene graves enfrentamientos con Reggiani que explotan el día que hace correr al actor durante horas, sin apenas descanso, sólo para filmarlo agotado realmente. Horas y horas corriendo para un sólo plano que quizá jamás se fuese a usar. Reggiani no se presenta al rodaje más y argumenta que está enfermo. Esto destroza los planes y se piensa en sustituir por otro actor, quizá Jean Louis Trintignac amigo de Romy Schneider y estrella del cine galo.

Pero nada de esto ocurre. La presión supera a todos incluido, al fin, a Clouzot, y su corazón dice basta teniendo un ataque que le lleva al hospital y, al poco, declaran suspendido el rodaje para siempre. Aunque aún rodaría alguna otra película ya jamás recuperá su posición en la industria aún respetando su estatus de gran creador. Romy se siente muy decepcionada porque está segura que era el papel que acabaría al fin hacer olvidar los papeles de la etapa de Sissi de una década antes, aunque a esa altura ella ya había trabajado con Welles, Visconti o Preminger.

Toda esta historia se explica en el excelente documental de Bromber y Ruxandra Medrea “El Infierno de Henri-Georges Clouzot”. El gran valor de la película es, sin duda, el editar en lo posible el material existente y hacer al espectador un frustrado guionista tratando de recomponer los espacios vacíos. La imaginería visual es apabullante. Imaginar un resultado en el que con un gran presupuesto y estrellas había ecos y anticipaciones a cines que estaban naciendo en esos momentos fuera del circuito comercial en gente como Standish Lawder, Jonas Mekas o Kenneth Anger. Que pertenece a ese mundo da fe un vídeo en youtube titulado por su autor, un tal “facedebouc1”, quizá de forma un poco pedante “Essai sur l’enfer”. Durante casi nueve minutos extractos de la película se suceden acompañados de la música del trabajo conjunto de Stereolab y Nurse With Wound. La sincronía de los dos elementos, imagen y música, es perfecta. Parecen creados el uno para el otro. Imágenes de gran impacto junto a música incómoda, poco convencional como siempre acostumbraba en su lado más arty, más experimental, siempre hacia adelante un grupo como Stereolab. Una orgía para disfrutar y ensimismarse.

La belleza de Romy en la película es desarmante. Es probable que jamás, y es mucho decir, apareciese tan magnética, adorable, sexual, turbadora, e inalcanzablemente cruel por la ansiedad que me produce el pensamiento de no asistir al espectáculo de ser ella misma ante mí.

“Lo Importante es Amar” y “El Infierno”. Entre esos dos títulos, sus significados, parece resumirse la vida entera de Romy Schneider.



jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 10

KATY SONG (PARTE I)

Al comenzar el año 2000 me faltaba una asignatura para terminar Sociología porque me había quedado pendiente del último año. A finales del 99 me había apuntado a hacer las pruebas de ingreso en la Escuela de Cine. Ese año 2000 iba a ser más o menos  de relax en función de lo que pasase con esos exámenes de ingreso. Si los pasaba encauzaría mi vida hacia el cine y abandonaría Torrelavega con la que mantenía una relación de amor-odio porque me sentía encerrado en su pequeñez. Como tenía mucho tiempo libre lo dedicaba a escribir, leer, escuchar música e ir a clases de francés e inglés.

Un día, a principio de Febrero, estando en Madrid para una de las pruebas de acceso, después de comer en casa de unos tíos que viven allí me senté a ver la tele con ellos. Sentía que algo se me había quedado en la garganta durante la comida y me molestaba mucho. No dejaba de carraspear y de ir a la cocina a beber agua.

Como cada vez estaba más nervioso cada vez me costaba más respirar. Fui al baño y me provoqué un par de vómitos. Pero, lo que fuese, seguía en mi garganta y sentía que apenas podía pasar el aire. Mis tíos se preocuparon con esas idas y venidas y me preguntaron qué pasaba. Se lo expliqué y me dijeron que fuésemos a urgencias. Tenía todo el cuerpo tembloroso y llevaba un botellín de agua del que daba pequeños tragos a cada rato porque mi lógica enfermiza me decía que si pasaba el agua pasaba el aire. 
Las urgencias del 12 de Octubre estaban hasta arriba porque era domingo y yo me iba al baño para provocarme no sé, quizá ocho vómitos. También calculo que bebí más de cuatro litros de agua antes de que me atendiesen. Con una de las clásicas palas de madera el médico me miró la garganta. No vio nada. Pero yo sentía el ahogo y el trozo de “algo” en mi garganta. Era una sensación física y tenía que tener una explicación. Un rato después, de mucho agua después y de varios vómitos después, me llevaron a la sala de Rayos X para hacerme una placa. Pasada una hora entramos a la consulta del médico que me correspondía y, mientras el doctor miraba la radiografía al trasluz, dijo que se veía algo extraño en mi garganta. Pero que no me preocupase porque no tenía aspecto de peligroso al ser pequeño.

Decidieron hacerme una endoscopia. Vino un tipo con una silla de ruedas y me dijo que me sentase. Todo aquello me parecía un poco demencial porque a mí no me dolían las piernas sino la garganta. Sólo consiguió ponerme mucho más nervioso aunque ya llevaba tres tranquilizantes. Me condujo por varios pasillos mientras yo no dejaba de preguntarle en qué consistía la endoscopia y si dolía. Su explicación parecía poco creíble cuando dijo que molestaba un poco.

Me metieron en una pequeña consulta y tras un par de minutos a solas llegó el doctor que me iba a hacer la prueba. Me dijo que abriese la boca y sin avisar, como todo lo malo en la vida, me metió un metro de tubo de plástico esófago abajo. Aunque mis ojos se salían de sus órbitas veía en un  monitor mi interior. Y no era una metáfora. El médico trataba de tranquilizarme con un argumento parecido al mío del agua y el aire pero cambiando agua por tubo. La sensación de esa culebrilla subiendo garganta arriba al sacarlo aún hoy me da escalofríos al recordarla. Mi chófer me condujo de nuevo a la sala de espera donde estaban mis tíos. Tenía los ojos llorosos y sólo quería que terminase toda esa mierda. Habíamos llegado a las cinco de la tarde y eran más de la una de la mañana cuando nos volvió a atender el primer doctor de todos los que había visto. Nos comentó que en la endoscopia no se apreciaba nada y que cuando regresase a Torrelavega me pasara por mi médico de cabecera y pidiese cita en Salud Mental.

A partir de aquí todo se vuelve un poco confuso. Empecé una peregrinación por psicólogos y psiquiatras y una medicación controlada que consistía en tranxilium y diazepán cuando me sentía mal (o sea, todo el día) y Prozac por la mañanas para animarme.

Fueron un par de meses en los que yo no salí de la cama más que para ir al baño y a los médicos. Tampoco me atrevía a comer nada que no fuese líquido. Cuando trataba de comer otra cosa, aunque fuese una miga de pan, sentía esa miga durante horas obstruyendo mis vías respiratorias. Me iba al baño y me provocaba vómitos pero la puta miga seguía allí, estrangulándome. Todo esto me deprimía más. En la cama no podía dejar de pensar que esa mierda condicionaría el resto de mi vida. Que no podría ir a ningún sitio, viajar, porque no habría alimentos líquidos en todos los sitios y no podría comer nada. Que no podría vivir fuera de Torrelavega, estudiar cine, llevar una vida normal. Por las noches, de madrugada, probaba a comer pequeñas cosas, no sé, una onza de chocolate chupada para ver si era capaz. No había manera. Me tenía que ir al baño para provocarme un vómito y me pasaba un par de horas llorando abrazado al retrete, sintiéndome muy miserable.

Los psiquiatras y los psicólogos trataban de buscar la razón a este bloqueo. Que si me veía muy gordo, que si tenía problemas en los estudios, con mi familia, que si había sufrido un desengaño amoroso (ya me hubiese gustado, pensaba yo, que sólo los vivía  a través de las canciones de los Smiths y de  Slowdive). Me enseñaron a respirar en caso de ahogo, ejercicios de relajación con música New Age de fondo…



miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo 9

LO IMPORTANTE ES AMAR

Uno de los ciclos de la filmoteca de Torrelavega era de cine extremo y polémico. Entre las películas estaba la extraordinaria “La Mamá y la Puta” de Jean Eustache o la famosa “Sweet Movie” de Dusan Makavejev probablemente la película más chocante que jamás había visto hasta ese momento.  Pero lo que me causó más ansiedad es que en ese ciclo estaba “Lo Importante es Amar” de Zulawski. Yo sólo había visto una película de Zulawski por televisión, “Mis Noches Son Más Hermosas que tus Días” protagonizada por su esposa Sophie Marceau mucho antes de volverse una pequeña estrella y sex simbol internacional tras ser la mujer de Mel Gibson en “Braveheart”.

De ”Lo Importante es Amar” siempre había leído que era la interpretación más descarnada y extraordinaria de Romy Schneider. Sabía que estaba entre las películas favoritas de Terenci Moix gran fan de Romy y del que conocí una semblanza de la actriz que publicó en El País Semanal en la que hablaba de la belleza y el parecido de Sarah con su madre. Y de la trágica vida de una estrella tan fulgurante, tan talentosa.

Es curiosa la cuestión genética y de tradición. Romy era nieta de una afamada actriz de teatro austriaca, Rosa Rhetty. Actriz durante los últimos vestigios del Imperio Austrohúngaro al que luego Romy representaría para el mundo en su esplendor en la serie de Sissi, tenía debilidad por su nieta y esta por ella. Con su madre Magda Schneider de la que tomaría su apellido artístico la relación no era igual. Desde niña la tuvo en el ambiente del cine y a través de ella comenzó a actuar. La amistad de Magda con Hitler es un hecho muy documentado, tanto como la admiración de esta por el sanguinario dictador y de él en el plano carnal (algunos llegan a afirmar que fueron amantes). A Romy esto siempre le horrorizaría. Incluso en una película discreta como “El Viejo Fusil” que vi en el ciclo de cine francés de mi instituto haría de judía en la era de la ocupación.

Su hija Sarah Magdalena decía cuando era adolescente que no tenía ninguna intención de ser actriz. Que quería estudiar y llevar otra vida. Pero no sé si la vida, la tradición o la insistencia de terceros llevó al fin a la pequeña a ser actriz aunque sí que hizo una licenciatura en La Sorbona. No es una gran actriz o aún no ha tenido un papel para demostrarlo. En cine casi todo son apariciones anecdóticas, muy secundarias y en las que yo he visto, no destaca demasiado.

Tanto Magda como Sarah se parecen mucho a Romy. Mirándolas es imposible no darse cuenta de que son familia. Son parecidas, incluso similares, pero tanto la madre como la hija son mucho menos hermosas. A años luz de la belleza de Romy. No hay algo que las diferencie demasiado, incluso Sarah tiene esa mirada triste marca de la casa de su madre. Pero además de un mentón demasiado ancho hay algo que no funciona bien en su cara para ser armoniosa como sí pasaba en Romy. Con Magda pasaba lo mismo. Había algo poco estilizado en su rostro, algo que se pulía en su hija. Y luego está la cuestión del talento.

La película me dejó sin palabras. Hasta el día de hoy es mi película favorita. Un tótem vital insuperable. No sólo es la mejor película en la que participó Romy sino que es la única a la altura de su inmenso, infinito talento. La carnalidad que desprende el frágil personaje que interpreta, Nadine Chevalier, se hace indistinguible de la triste vida de la actriz. Basada en una novela llamada “La Noche Americana” de Christopher Frank, que nada tiene que ver con la divertida película de Truffaut, el argumento trata de una actriz caída en desgracia que tiene que dedicarse al cine pornográfico para que ella y su desgraciado y demente marido (Jacques Dutronc) puedan sobrevivir. Un joven fotógrafo (un excelente Fabio Testi antes de su ridículo paso por cuanto reality le proponían) entra en uno de los rodajes en el que participa Nadine Chevalier y saca unas fotos a escondidas. Tras ser descubierto y huir como puede se obsesiona con Nadine y decide que ella merece tener la oportunidad de mostrar su valía y, consiguiendo dinero de manera turbia, produce en secreto una obra de teatro en la que ella será la estrella. El  director de la obra interpretado por un desquiciado Klaus Kinski trata de sacar lo mejor de ella. Una trama llena de personajes excéntricos, maniacos, locos y enamorados por encima de todo, con un amor irracional que traspasa la pantalla con una violencia que yo no reconozco similar en otras historias, de la misma manera que deambulan como despojos a los que sólo ese amor dignifica. La sobrenatural música de George Deleure (con ecos a otra música suya para otra película igualmente maravillosa “Le Mepris” de Godard) es la guinda que convierte todo en una tragedia de magnitudes irracionales. Una película histérica en la que todos gritan, tiran cosas al suelo o contra otros personajes, una fotografía feísta hasta extremos desagradables y, en medio de todo ese caos, una Romy Schneider apenas maquillada por ella misma ofreciéndose con una generosidad como interprete pocas veces vista.

Explicar la película no tiene sentido porque todo va a ser injusto con ella. Dada mi obsesión con la misma decidí llamar N. Chevalier, en honor al personaje de Romy, a un efímero proyecto musical que tuve junto a mi hermano y del que quedó como herencia una sóla canción. Una curiosidad es que el plano más conocido de la afamada “Olvídate de mí” de Michel Gondry es un homenaje a uno mucho más hermoso y con más lecturas que hay en “Lo Importante es Amar”.


El rodaje parece que fue tomentoso, duro. Zulawsky se llevó a Romy a su casa para no dejarla descansar del personaje (algo que no era necesario porque ella vivía tanto sus personajes que a veces la hacía enloquecer). Ella en pantalla parece siempre al borde de romperse. Cuando sonríe su rostro adquiere una profundidad en su tristeza que es imposible mantenerse impermeable a ella.  Jamás volvieron a trabajar juntos aunque el director comentó que tenía un guión escrito para ella pero que, tras su muerte, no se realizaría jamás.


martes, 3 de septiembre de 2013

Capítulo 8

A WHOLE WIDE WORLD AHEAD

A mí me gustan las cosas en general. Y luego me gustan otras en particular.

A mí me gusta la música y la tele. Y a veces me gusta el cine y los libros. Pero sólo a veces.

Me gustan las patatas fritas, el salmón ahumado y las anchoas de Santoña.

Me gusta viajar pero me dan miedo los aviones. Y alguna que otra vez me gustan los aviones pero me da miedo viajar.

Me gustan las chicas, los chicos, y varios cachivaches más. Y así ha sido desde que recuerdo.

Mis recuerdos no van más allá de los ocho ó nueve años hacia adelante. Por alguna extraña razón tengo bloqueados, si exceptuamos pequeños detalles, esa zona de mi vida. Supongo que esto, de aquí en unos años más, me costará una millonada en psicoanalistas.  Al tiempo.

Pero ahora estoy en una clase y a nadie le importa mi futuro. Y a mí menos que a nadie.

Tengo más de treinta años. Pero una vez tuve catorce. Y cuando eres un chico acomplejado de catorce años sólo tienes dos intereses en tu vida: las chicas y otra cosa. La otra cosa es a elección de cada individuo de catorce años.

Mi otra cosa era el cine. Y lo vivía como una especie de parafilia vergonzosa y vergonzante que había que ocultar.

Ese año me regalaron una cámara de vídeo. Me sentí feliz. Después me senté feliz. Y un rato más tarde comencé a pensar a qué dedicaría mis interminables y solitarias tardes.

Experimenté de forma y maneras diversas y, una noche que mis padres habían salido a cenar, decidí incursionar en el mundo de la pornografía cinematográfica. Así, como suena.

El problema es que estaba solo y eso no iba a cambiar. Decidí buscarme una pareja que no pusiese demasiadas pegas y elegí un oso de peluche gigante. Pero cuando digo gigante, estoy diciendo gi-gan-te.

En medio folio esbocé una trama sencilla y divertida para, unos minutos más tarde, comenzar el rodaje. En primer lugar me motivé yo y después pasé a motivar al infeliz oso.

No se quejó ni una sola vez a pesar de que esa noche probó el sexo oral, el anal, el masoquismo, el bondage y todo lo que se me fue ocurriendo. Y eso que, yo sospecho, mi oso era aún virgen.

El rodaje terminó y tuve entre mis manos el resultado. Lo vi un par de veces en compañía de mi suave amigo y, acto seguido, procedí a su eliminación vía borrado. Era demasiado peligroso tenerlo a mano y poder ser descubierto.

Alguna vez he tenido la tentación de contárselo a alguien, pero siempre me pareció demasiado deshonesto. No por mí, sino por contar las intimidades de mi oso.

Después de eso las cosas cambiaron entre él y yo. Nunca más le volví a hablar. Y desde entonces observo un extraño halo de tristeza en su gracioso morro.

Pero no me atrevo a preguntarle.








lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 6

UN AMOR DE LLUVIA

Cuando iba a segundo de BUP en la clase de francés, que yo tenía como asignatura optativa, prepararon una excursión a San Juan de Luz en la frontera francesa para que practicásemos nuestros escasos conocimientos. He de decir que no dije ni una sóla palabra en francés a excepción de “merçi” cuando compraba algo. Pero ese viaje que no sirvió para mejorar mi uso del idioma galo me dio una oportunidad fantástica de añadir una pieza maestra a mi colección de fotos de la actriz que más amaba. El destino no pero sí la casualidad hizo que ese fin de semana de Mayo hiciese quince años de su muerte. Debido a eso Le Figaró en su dominical dedicaba la portada y un amplio reportaje interior a ella, a sus fotos y textos repasando su vida, sus éxitos profesionales y sus fracasos vitales. Lo compré tirando de inmediato el periódico. No era un estudiante demasiado aplicado a la lengua de nuestros vecinos a pesar de ser afrancesado hasta la médula. Al regresar coloqué la portada de Le Figaró en mi carpeta del instituto. Por la otra cara puse una foto de Los Planetas. Idolos también. No era la carpeta decorada de la manera más ortodoxa y lo más que conseguí era una mueca de incredulidad al confirmarles que sí, que era una foto de la actriz de Sissi. Esa carpeta decorada de la misma manera me acompañó el curso siguiente en tercero, en COU y toda la carrera en la Universidad.

Al año siguiente hice otra excursión con la clase de francés, esta de varios días, a París. Estando allí, en una tienda de memorabilia cinematográfica, compré una foto de una Romy joven, hermosa, llena de vida que enmarqué al regresar a Torrelavega y colgué en mi cuarto como si se tratase de una familiar. O de una novia. Y la otra cosa que hice fue coger la guía de teléfonos en el hotel que nos alojábamos y buscar cuantos Biasini D. había en París. Sólo había uno. No podía ser otro que el teléfono de la casa de Sarah y su padre. Apunté el teléfono en una agenda con el corazón acelerado, casi queriendo escapar de mi pecho. No me atreví a llamarla durante la excursión. Me parecía ridículo, ¿qué le iba a decir? ¿Qué hace años vi una foto suya en una revista de cotilleos y me enamoré de ella y luego de su madre fallecida dieciséis años antes?. Y que la llamaba para…para nada. Era una idea estúpida.


Regresamos a Torrelavega y unas semanas más tarde me acerqué a una cabina con muchas monedas y fui metiéndolas una a una con el corazón otra vez queriendo escapar de mí. Llovía de manera torrencial y el agua caía hasta mis zapatos resguardados en aquellas cabinas cerradas de antes. Tome aire mientras me temblaban las piernas. Marqué el prefijo de Francia. Marque el prefijo de París y mientras marcaba el teléfono apuntado en el hotel repetía entre dientes “Il est Sarah maintenant?”. No tenía ningún plan para seguir tras esa frase pero me daba igual. Tras unos tonos al fin una voz de mujer, no de una chica adolescente, se escuchó al otro lado. Medio trastabillándome pregunté “Il est Sarah maintenant?. La voz de la mujer comenzó a hablar muy rápido en un francés imposible de comprender por mí y entonces colgué. Me fui corriendo a casa, avergonzado, y jamás repetí mi intento de contactar con Sarah.