miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Miedo

Qué cosa extraña es el miedo. Desde hace unos días mi vida ha estado dominada por el miedo. Por diferentes miedos a diferentes cosas aunque en el epicentro de todas estaba, claro, J.

Yo, supongo que como todos, soy producto de mis miedos. Tengo miedo a muchas cosas entre las que destacaría a las arañas (también a los insectos en general), a volar y diría que hasta los propios aviones, a la velocidad, a la altura, a la muerte (quizá esta resuma varios de los otros), a llamar la atención en público, a los ascensores (si alguien se mueve con cierta violencia o un niño salta jugando puede verse mi cara de terror), a ahogarme al comer (tanto que mastico hasta la sopa, supongo que una secuela de lo contado en esta entrada) y varios miedos menores. Algunos son persistentes desde hace mucho e incluso tienen una extraña relación. Cuando era más pequeño, al inicio de mi adolescencia incluso en mi última niñez, cada vez que veía un perro suelto cambiaba de acera. Lo curioso es que jamás me ha mordido un perro pero aún los tengo miedo aunque trato de dominarlo.

Pero no era la única razón para cambiar de acera. Cuando yendo por la calle tenía que atravesar un grupo de chicas digamos, cuatro o cinco, sentía tal pánico que solía cruzar a la otra acera por evitar el trance de pasar entre ellas. Era un miedo raro y quizá un poco estúpido. Pensaba que se reirían de mí y quería evitarlo a toda costa. Tenía miedo a ese grupo de chicas. Supongo que mi relación problemática con mi propio físico era el detonante. Nunca me he encontrado cómodo con mi propio físico aunque eso no entraría en el tena de los miedos sino en uno diferente como es el de los complejos. Las chicas sí, me han dado un poco de miedo siempre. Sobre todo en grupo y si gritan entre ellas aunque sea de felicidad. Supongo que es puro desconocimiento. Muchas veces los miedos son por pura ignorancia.

Por J si bien no podría decir que supero sí que enfrento a varios de esos miedos: a volar, a las alturas y la velocidad, a los perros, a las arañas y, por supuesto, a las chicas. O al menos a una chica porque ella lo es. Y preciosa. A la belleza no le tengo miedo. Ni a una inteligencia como la suya como ya expliqué hace un mes.

El fin de semana sucedió algo que me hizo entrar en un pánico que no recordaba haber sentido antes y del que parezco incapaz de despegar, de dejar atrás. No entraré en detalles porque ni viene a cuento ni es el lugar ni si quiera es relevante para lo que hablo. Pero desde esa madrugada del sábado al domingo soy incapaz de pasar demasiado rato sin que el escalofrío me asalte.

El miedo es paralizante porque no responde a un hecho, a algo que resolver, sino a un enigma. A algo que, en realidad, no sabes cómo es de manera real. Porque es como pegar puñetazos a una nube, a la niebla. Tengo miedo de algo que no ha ocurrido pero que podría ocurrir o, como es el caso, haber ocurrido. Tengo miedo a algo que no pasó y que es improbable que vuelva a ocurrir. Pero me da miedo. Un miedo tan grande que a ratos no me dejaba dormir y que me asalta y domina en lo momentos más insospechados y desestructura lo que esté haciendo ya sea comer, trabajar, ver la tele o leer. Mi mente salta al origen de ese miedo, de un miedo a algo terminado, sin consecuencias pero que me lleva dominando por días.

Supongo que no hay miedo mayor que la idea de que algo malo  le pueda suceder algo a un hijo. Yo eso no lo he experimentado pero espero hacerlo en el futuro. El futuro es un miedo recurrente aunque yo temo más a mi pasado por desaprovechado. Pero el miedo por la persona amada también es aterrador. Desde que J está en mi vida hay varios miedos relacionados con ella que, lejos de remitir, parece que aumentan cada día. Por supuesto el lógico a que le pase algo malo, ese que me tiene atenazado desde el fin de semana. Pero también otros como el miedo a que no salga bien esto cuando todo está preparado para que sea perfecto, cuando todos los indicios y señales parecen no dejar otra opción que sea así. A veces esto es un miedo menor porque no veo razón o posibilidad de que esto ocurra pero otras se convierte en miedo mayor como cuando un simple malentendido trastoca un plan.

Cuando se encadenan dos miedos atronadores como ha ocurrido en apenas cuatro días uno siente que es el pobre Totó llevado en círculos por el tornado camino de Oz. Que no le queda más remedio que permanecer en la cama esperando que todo pase, que todo se calme, que todo vuelva a la normalidad. Pero el miedo destensa el tiempo también y las horas parecen días y los días parecen semanas. Y el sábado parece que fue hace meses y por eso la desazón es mayor porque, aunque pasa el tiempo el miedo no cede sino que, por momentos, retorna con más fuerza si cabe. Y quizá me da más miedo porque soy yo el que más miedo tiene. Y me sorprende y me da miedo. 

Debería sentirme aliviado porque, en realidad, sólo fue un aterrador susto, pero solo siento una cosa: miedo.