Qué cosa extraña es el miedo. Desde hace unos días mi vida
ha estado dominada por el miedo. Por diferentes miedos a diferentes cosas
aunque en el epicentro de todas estaba, claro, J.
Yo, supongo que como todos, soy producto de mis miedos.
Tengo miedo a muchas cosas entre las que destacaría a las arañas (también a los
insectos en general), a volar y diría que hasta los propios aviones, a la
velocidad, a la altura, a la muerte (quizá esta resuma varios de los otros), a
llamar la atención en público, a los ascensores (si alguien se mueve con cierta
violencia o un niño salta jugando puede verse mi cara de terror), a ahogarme al
comer (tanto que mastico hasta la sopa, supongo que una secuela de lo contado
en esta entrada) y varios miedos menores. Algunos son persistentes desde hace
mucho e incluso tienen una extraña relación. Cuando era más pequeño, al inicio
de mi adolescencia incluso en mi última niñez, cada vez que veía un perro
suelto cambiaba de acera. Lo curioso es que jamás me ha mordido un perro pero
aún los tengo miedo aunque trato de dominarlo.
Pero no era la única razón para cambiar de acera. Cuando
yendo por la calle tenía que atravesar un grupo de chicas digamos, cuatro o
cinco, sentía tal pánico que solía cruzar a la otra acera por evitar el trance
de pasar entre ellas. Era un miedo raro y quizá un poco estúpido. Pensaba que
se reirían de mí y quería evitarlo a toda costa. Tenía miedo a ese grupo de
chicas. Supongo que mi relación problemática con mi propio físico era el
detonante. Nunca me he encontrado cómodo con mi propio físico aunque eso no
entraría en el tena de los miedos sino en uno diferente como es el de los
complejos. Las chicas sí, me han dado un poco de miedo siempre. Sobre todo en
grupo y si gritan entre ellas aunque sea de felicidad. Supongo que es puro
desconocimiento. Muchas veces los miedos son por pura ignorancia.
Por J si bien no podría decir que supero sí que enfrento a
varios de esos miedos: a volar, a las alturas y la velocidad, a los perros, a
las arañas y, por supuesto, a las chicas. O al menos a una chica porque ella lo
es. Y preciosa. A la belleza no le tengo miedo. Ni a una inteligencia como la
suya como ya expliqué hace un mes.
El fin de semana sucedió algo que me hizo entrar en un
pánico que no recordaba haber sentido antes y del que parezco incapaz de
despegar, de dejar atrás. No entraré en detalles porque ni viene a cuento ni es
el lugar ni si quiera es relevante para lo que hablo. Pero desde esa madrugada
del sábado al domingo soy incapaz de pasar demasiado rato sin que el escalofrío
me asalte.
El miedo es paralizante porque no responde a un hecho, a
algo que resolver, sino a un enigma. A algo que, en realidad, no sabes cómo es
de manera real. Porque es como pegar puñetazos a una nube, a la niebla. Tengo
miedo de algo que no ha ocurrido pero que podría ocurrir o, como es el caso,
haber ocurrido. Tengo miedo a algo que no pasó y que es improbable que vuelva a
ocurrir. Pero me da miedo. Un miedo tan grande que a ratos no me dejaba dormir
y que me asalta y domina en lo momentos más insospechados y desestructura lo
que esté haciendo ya sea comer, trabajar, ver la tele o leer. Mi mente salta al
origen de ese miedo, de un miedo a algo terminado, sin consecuencias pero que
me lleva dominando por días.
Supongo que no hay miedo mayor que la idea de que algo
malo le pueda suceder algo a un hijo.
Yo eso no lo he experimentado pero espero hacerlo en el futuro. El futuro es un
miedo recurrente aunque yo temo más a mi pasado por desaprovechado. Pero el
miedo por la persona amada también es aterrador. Desde que J está en mi vida
hay varios miedos relacionados con ella que, lejos de remitir, parece que
aumentan cada día. Por supuesto el lógico a que le pase algo malo, ese que me
tiene atenazado desde el fin de semana. Pero también otros como el miedo a que
no salga bien esto cuando todo está preparado para que sea perfecto, cuando
todos los indicios y señales parecen no dejar otra opción que sea así. A veces
esto es un miedo menor porque no veo razón o posibilidad de que esto ocurra
pero otras se convierte en miedo mayor como cuando un simple malentendido
trastoca un plan.
Cuando se encadenan dos miedos atronadores como ha ocurrido
en apenas cuatro días uno siente que es el pobre Totó llevado en círculos por
el tornado camino de Oz. Que no le queda más remedio que permanecer en la cama
esperando que todo pase, que todo se calme, que todo vuelva a la normalidad.
Pero el miedo destensa el tiempo también y las horas parecen días y los días
parecen semanas. Y el sábado parece que fue hace meses y por eso la desazón es
mayor porque, aunque pasa el tiempo el miedo no cede sino que, por momentos,
retorna con más fuerza si cabe. Y quizá me da más miedo porque soy yo el que
más miedo tiene. Y me sorprende y me da miedo.
Debería sentirme aliviado porque, en realidad, sólo fue un aterrador susto, pero solo siento una cosa: miedo.
Debería sentirme aliviado porque, en realidad, sólo fue un aterrador susto, pero solo siento una cosa: miedo.