En mi ciudad, cuando yo era niño,
había tres salas de cine. El mayor el Concha Espina, antiguo teatro con la
decadente majestuosidad de un gran cine en una ciudad pequeña en tiempos de
cine aún más pequeño. En el vi “ET”, los Indiana Jones, “El Retorno del Jedi”,
“Atrápalo Como Puedas”, varios James Bond de los peores…También es el cine en
el que vi mi primera película. Una mañana de sábado había alguna razón para que
fuese una sesión gratuita, algún tipo de actividad infantil-juvenil. Fui con mi
hermana. El cine estaba a rebosar. Tanto que, a pesar de tener una capacidad
monstruosa (o así lo recuerda mi mente) tuvimos que sentarnos en el suelo como
otras docenas de niños porque estaban todos los asientos ocupados. Mi primer
recuerdo del cine es traumático. La película era una adaptación muy libre de la
Isla del Tesoro que jamás he vuelto a ver. Tras atar cabos creo suponer que era
una llamada “Misterio en la Isla de los Monstruos” del inefable y añorado Juan
Piquer Simón. No podría asegurarlo. Pero sí podría asegurar que el terror que
invadió a ese niño de quizá cinco años debe de ser el más intenso que he experimentado
jamás en el momento en que un monstruo cubierto de algas emerge de entre las
aguas amenazante hacia los protagonistas. Supongo que ese día me enamoré del
cine de manera irremediable.
Los otros dos cines eran el Pereda metido dentro de una galería comercial. Un
cine que era nuevo y cómodo, y los cines Arlequín, una multisala(por llamarlo
de algún modo pues eran sólo dos salas). Con eso y con mis viajes a Santander
para ver películas tanto en el cine comercial como en la Filmoteca me fui
formando como amante del séptimo arte. Tanto uno, el Pereda, víctima de un
incendio como los otros, Los Arlequín, víctimas de la desidia terminaron por
cerrar. El Concha Espina había cerrado mucho antes. Mucho tiempo después, de la
mano del dinero público, se convertiría en un moderno teatro, auténtico eje
cultural de mi ciudad natal.
Yo veía cualquier cosa que pusieran. No me importaba que fuese bueno o malo. El
ritual de ir al cine era una droga que sólo se calmaba al entrar en la sala y
comenzar los anuncios o los trailers anunciando futuras dosis de la misma
droga. A principios de los 90 un hecho jugó a mi favor de manera decisiva.
Gracias a la colaboración del ayuntamiento y un grupo de entusiastas se inició
una filmoteca. Cine en versión original en Torrelavega. Un sueño. Se alternaban
ciclos de clásicos atemporales con los estrenos más importantes de la temporada
del circuito de arte y ensayo. Gracias a ello podía ver en el propio año
películas de cineastas de los que me hice fan como Aki Kaurismaki, Hal Hartley,
Olivier Assayas, Eric Rohmer (con su estreno anual o recuperando títulos
antiguos) y otros que no me gustaban tanto pero siempre era interesante de ver
como Jaime Humberto Hermosillo, Derek Jarman, Gianni Amelio o Nanni Moretti el
cual jamás me hizo gracia. Tener eso cada jueves del año para un quinceañero
enfermo de cine era un milagro. Allí, gracias a uno de esos ciclos, vi la mejor
película que jamás hizo Romy, “Lo Importante es Amar” de Andrzej Zulawski.
Hace unos años tras pasar unos días
en casa de mis padres en Torrelavega cuando fui a sacar el billete de vuelta me
dijeron en taquilla que el autobús estaba completo. Y ese era el último del
día. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, yo tenía que estar sí o sí en
la oficina para trabajar. Quise no ponerme histérico y busqué en Internet a qué
hora salía el tren desde Torrelavega a Madrid y si había plazas. Encontré uno
que salía a las doce de la noche de mi ciudad y llegaba a Chamartín a las ocho
de la mañana. Iba a ser una paliza tremenda pero, al menos, a las nueve estaría
en el trabajo. Trataría de dormir un rato en el tren. No podría ser más
incómodo que el autobús al que ya estaba acostumbrado. Que la mañana pasase
rápido y luego a dormir una siesta.
A las doce menos diez estaba yo con
mi pequeña maleta en la estación solo y muerto de frío por el viento del norte,
escuchando el mp3 y esperando el tren que llegó cuando faltaba un minuto para
la medianoche. Me metí en el vagón que quise porque no había asientos asignados
y resultó que ese vagón estaba vacío. La verdad es que sentí miedo pero a la
vez me veía ridículo por ese mismo miedo.
Dejé mis cosas sobre la rejilla de
encima de mi cabeza y saqué el Rock de Luxe que había comprado unas horas antes
para acompañar el viaje. El tren arrancó y yo me puse a leer una entrevista a
Iron and Wine.
Pocos minutos después la puerta
trasera del vagón se abrió y yo saqué de mi bolsillo el billete de tren. Pero
no era el revisor. Una chica de una edad que rondaría alguna zona indeterminada
de mediados los veinte, morena, pequeña, preciosa, con unos ojos tan claros que
parecían trasparentarse y marcando los mofletes al sonreír se sentó en los
asientos al otro lado del pasillo.
- Me ha dado
miedo estar sola en el otro vagón, ya ves qué tontería- me dijo.
Yo sonreí un tanto intimidado por
lo espontáneo e inesperado de su franqueza.
- Normal-
atiné a decir-. A mí también me hubiese pasado.
Ella sacó de su bolsa un portátil y
le enchufó unos auriculares antes que llegase el sonido de inicio de Windows.
Yo seguía leyendo mientras, de reojo, miraba qué hacía. Era una de las chicas
más guapas que había visto jamás, lo juro. No era una belleza agresiva sino
obvia, discreta, en voz baja.
Unos minutos después vino, esta vez
sí, el revisor. Yo posé la revista en el asiento para buscar en los bolsillos
el billete. Cuando el revisor se había ido y me había vuelto a sentar ella
llamó mi atención. “Mira”. Yo miré y me enseñó el mismo ejemplar del Rock de
Luxe que yo leía. Me reí. Se rió de forma espontánea, casi infantil.
- ¿Qué escuchas?
- El “Down Colorful hill” de Red House
Painters- contesté.
- Oh, ¡Qué
bonito! ¿Conoces a Ben and Bruno?.
- No.
Confieso que era la primera vez que
escuchaba ese nombre. Ella arrancó de un tirón los auriculares. Comenzó a sonar
una voz lastimosa sobre una minimalista base de guitarra. Me gustó mucho.
- Esta es mi
favorita. Se llama “New Friend”. Como nosotros.
Lo dijo con una sonrisa que le
llenaba la boca. Escuchamos en silencio los tres minutos que dura la canción.
Quedé absolutamente enamorado del grupo tras ese primer contacto. Me preguntó
qué me había parecido. No sabía qué decirle. Tenía la misma incapacidad para
dar una opinión que me ocurre cuando, al salir del cine, me preguntan qué me ha
parecido la película sin aún haberla digerido.
- Me ha
gustado. Mucho. Muchísimo, me ha encantado- acerté a decir.
- Lo sabía. No
podía no gustarte.
Estuvimos hablando un par de horas
separados por el pasillo. Hablamos de películas, de libros, de trabajos, de
nosotros y de música, claro. Ella sugirió ir a la cafetería. Nos tomamos unos
cafés sin parar de hablar. Ella gesticulaba mucho con las manos cuando contaba
algo lo que le daba un aspecto muy cómico. Era de Madrid y había ido a pasar
unos días a casa de su prima en Santander. Regresamos al vagón que seguía igual
de desolado que antes de irnos. Ella se sentó frente a mí y dejó el ordenador
en su lugar primitivo sonando de fondo, en repeat el “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Ya
ni siquiera pensaba que en menos de cinco horas debería de estar trabajando.
Más tarde se cambió de asiento y se
puso junto al mío para cotillear la música que yo llevaba en el mp3: Vashti
Bunyan, Animal Collective, Vashti Bunyan y Animal Collective, Red House
Painters, Slowdive, Le Mans, Death Cab For Cutie, Girls vs Boys…
- El disco de
Ben and Bruno es el disco que ya no saben, pueden, quieren hacer Death Cab For
Cutie.
Escuchándolo pensé que algo de eso
había en el.
Ahora que estaba junto a mí me daba
apuro mirarle a los ojos tan grandes, tan bonitos, tan cercanos a los míos.
Hablamos y seguimos hablando cada vez más de nosotros y menos de las cosas.
Ella me advertía que yo no podría soportar el día de trabajo. Me desaparecía el
cansancio en cuanto rompía a hablar con su voz tranquila, dulce, siempre
sonriente.
En un momento dado, mientras yo
hablaba, me besó. Fue un beso rápido, indoloro, inesperado. De los que, tras
ocurrir, te preguntas si ha sido o no real. Pero lo era porque al morderme el
labio estaba aún el sabor dulce de los suyos. Puso cara de “yonohesido”
y sus mofletes se dispararon hacia arriba como si fuesen a salir disparados si
sonreía más.
Nos estuvimos besando media hora
más. Le pedí su mail.
- No puedo
dártelo.
- ¿Por?
- En Madrid, en
la estación, me esperan.
Fue un doloroso puñetazo. Ya eran
las seis de la mañana.
- Tengo dos
horas para convencerte de que me lo des.
Ella apoyó su cabeza en mi hombro y
entrelazó sus dedos con los míos.
- No servirá de
nada.
Esa vez su voz no sonaba cantarina,
ni risueña, ni alegre sino pesarosa y amarga. Tras unos minutos tomados de la
mano, en silencio, noté su respiración tranquila, ya dormida. La música de Ben
and Bruno seguía sonando sin cesar.
“She is a girl friend but not my girlfriend”.
No sé cómo, ni cuándo, pero me
dormí. Lo siguiente que pasó es que un empleado de RENFE me despertó porque ya
estábamos en Madrid. Medio atontado la busqué con la mirada. No estaba. Ni
ella, ni su ordenador, ni una nota de papel. Nada. Se había esfumado.
Con rapidez cogí mis cosas y salí
corriendo afuera del tren con la esperanza de que ella estuviese allí o pudiese
alcanzarla antes de que se fuese. Aunque estuviese acompañada. Me daba igual.
Pero no estaba.
Entré en el metro confuso con dolor
de cabeza por el sueño, enfadado conmigo por dormirme, con ella por irse así. Mientras
iba en el metro camino del trabajo ya no sabía si en realidad yo estaba loco y
no sería más que un sueño que había tenido, un sueño tan intenso que lo
confundía con la realidad.
Saqué del bolsillo el mp3 y lo
encendí. Al navegar por las carpetas vi un disco que no estaba cuando yo salí
de Torrelavega, “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Lo puse.
Nunca más la volví a ver ni en
conciertos, bares, la calle o cualquier otro sitio que dadas sus
características y gustos debería de frecuentar o conocer. Me hubiese gustado
decirle que, años después, el disco no ha salido jamás de mi mp3 por muchos
cambios y limpiezas que haya hecho. Algunas veces al escucharlo, como ahora
mismo, me cuesta pensar si en realidad fue buena o mala suerte lo que pasó.
Unos días pienso que fue buena. Otros que mala. Pero nunca ambas cosas a la
vez.
Gracias a un ciclo de la Alianza
Francesa que ponían en mi instituto, El Marqués de Santillana, pude ver otras
dos películas de ella “El Viejo Fusil” de Roberto Enrico que me gustó, y “La
Muerte en Directo” de Bertrand Tavernier que me encantó. En ese mismo ciclo
pusieron “El Círculo Rojo” de Jean Pierre Melville que me pareció aburrida,
incomprensible e infumable. Cosas de la edad y el gusto sin formar: es una obra
maestra. En la tele pude ir viendo otras de sus películas “Mi Hijo, mi Amor”,
“El Combate de la Isla”, “El Cardenal”, “El Proceso”... Del videoclub saqué la
única disponible de ella a excepción de la serie de Sisi que ya tenía más que
vistas, y que estaba allí por ser el protagonista Woody Allen. “What’s the New Pussicat?” es una divertida
locura con una magnífica canción a cargo de Tom Jones. Adquirí en el catálogo
de compra por correo de Discoplay “Préstame a Tu Marido” de David Swift en la
que se acompaña de Jack Lemmon. La película
estaba en la sección de saldos.
Mientras tanto seguía guardando lo que podía de Sarah
y, si tenía suerte, lo que podía rapiñar de Romy. A veces algún artículo en
alguna revista de cine (estaba suscrito a Fotogramas y compraba esporádicamente
otras). Recuerdo que una vez en noticias breves había una foto de Romy vestida
de novia en una prueba de vestuario para la película llamada “L’Enfer” de HG
Clouzot. Una película maldita que jamás se pudo realizar y de la que Claude
Chabrol realizaría una nueva versión con el guión original. La protagonista
sería Enmanuel Beart en el papel de Romy. Beart que se convertiría en la
segunda musa de Sautet tras Romy, Chabrol con el que Romy rodó “Inocentes con
Manos Sucias”. Es evidente que, como dijo Sarah, el destino no existe pero sí las casualidades circulares.
No mucho después se estrenó la película de Claude Chabrol basada en el guión de
Clouzet. Beart era una actriz de la que había podido ver unas cuantas películas
y la consideraba entre mis favoritas de entonces. Su belleza era insultante y
estar casada con un feo-guapo como su coprotagonista en “Un Corazón en
Invierno” de Sautet, Daniel Auteil, me hacían tenerla más simpatía. En esa
época yo había visto de ella “El la Boca No” de André Techine y “La Bella
Mentirosa” de Jaques Rivette (del que había visto “París nos Pertenece”,
película que amaba con fervor). En los 90 más o menos podía seguir el cine
contemporáneo y verlo en versión original gracias a que en mi edificio habían
pirateado la señal de Canal + y junto a la programación de la 2 constituyeron
parte de mi menú de cinéfago impenitente y de provincias.
La película de Chabrol me gustó de manera moderada. La vi una tórrida tarde de
Julio en un cine de Santander mientras afuera, en el mundo, Indurain
sentenciaba uno de sus cinco tours. No sé cuál. Fue la segunda película que vi
absolutamente solo en una sala de cine. La primera había sido “Cronos” de
Guillermo del Toro en los cines Arlequín de Torrelavega. Estar con pocas
personas, incluso con otra persona, sí que me había ocurrido bastantes veces,
pero solo únicamente en aquellas dos ocasiones. No me ha vuelto a pasar. Me
daba bastante vergüenza salir de la sala tras acabar la película y pensar que
les había jodido la tarde.
Cuando yo tenía doce años mi
hermana mayor compraba la Teleindiscreta. Entonces era una revista muy
diferente a la que fue luego. Era la época en la que regalaban cromos de V, McGyver
o Alf… Recuerdo que siempre se habló de una segunda parte de V. En plena
V-manía, Teleindiscreta dijo que había conseguido “en exclusiva” la
continuación y, durante varias semanas, publicaron una especia de cómic con esa
secuela como guía.
Recuerdo vagamente el argumento que
era algo parecido a que Diana y los suyos creaban un sol artificial que
abrasaba la Tierra y terminaba con las reservas de agua. Vamos como Almería
pero con lagartos más grandes. Al final los chicos de Donovan ganaban gracias a
los polvos rojos.
Mis primeras indagaciones respecto
al sexo se consumaron a través de las revistas para quinceañeras de mi hermana.
Las preguntas sobre cómo masturbar a un noviete de 14 años, la forma menos
dolorosa para la desfloración anal o si había algo de malo en tragarse el
semen, unidos a las narraciones de “así fue mi primera vez” con supuestas
quinceañeras que escribían todas con el mismo estilo (una mezcla entre la
cursilería calentorra de Danielle Steel, y la cursilería a secas de Corín Tellado) me ponían a cien.
Mi hermana compraba esas revistas
porque era fan de A-ha y casi siempre salía algo de ellos en la cima de su
popularidad. Lo que recuerdo con más cariño eran las entrevistas inventadas de
la Superpop que siempre seguían un esquema similar a este:
- preguntas sobre si se
esperaban ese éxito
- preguntas sobre las fans
españolas.
- preguntas sobre cómo les
gustaban los pechos de las chicas, si grandes o pequeños (recuerdo una de esas
supuestas entrevistas a Rob Lowe, en plena borrachera de éxito, que decía algo
como: “a mí me gustan que quepan en una copa de champagne”. Los aficionados a
lo más sórdido de Hollywood recordarán su escándalo con las cintas de video y
las menores, y no parecía quejarse del tamaño de las tetas de sus
coprotagonistas del film casero)
Esta pregunta era invariable y se
la hacían desde a Franco Batiatto (hit en aquel tiempo) o a Jimmy Sommerville
que, dejados atrás Bronsky Beat, era la estrella marciana con los Communards.
Me acuerdo de una portada en la que
salía con cara de pocos amigos Don Johnson y que decía: Corrupción en Miami
peligra porque, en una encuesta entre mujeres norteamericanas, el que hacía
de Ricardo Tubbs, salía elegido como el
hombre más sexy del planeta por delante de él (bueno el titular sería más
corto, pero yo no soy periodista)
Mi hermana tenía dos amigas en el
portal. Una era Antonia, también fan de A-ha, y la otra era Lucía. La madre de
Antonia murió cuando yo era pequeño y fue la primera persona que yo conocí que
había muerto.
Lucía era fan de The Cure y de
Depeche Mode. Vestía como Emily the Strange y todos pensábamos que era muy
rara. Una vez estábamos en su casa y Lucía, que había suspendido siete, quemó
las notas delante de nosotros, en el fregadero. Esto causó en mí una mezcla de
miedo y fascinación atroz hacia el personaje: estaba haciendo algo terrible
(quemar las notas) y siempre vestía de negro. Siniestro era un adjetivo más que
adecuado.
Años después mis padres comprarían
ese apartamento y lo gracioso es que, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que
en lo que hoy es mi habitación cuando vengo a pasar unos días a Torrelavega,
raspado sobre la pared, cerca del techo, apenas imperceptible, hay una
inscripción que dice MODE en mayúsculas, y dentro de la “O”, escrito en pequeño
“depeche”.
En invierno, durante varios años,
tuve que llevar el mismo abrigo azul oscuro de botones en forma de colmillo o
cuerno imitación marfil que odiaba con todo mi alma. Pero era una de las pocas
prendas “buenas” que tenía y se resistía a desgastarse o romperse.
El hermano de Lucía se llamaba
José, era de mi edad, y jugábamos siempre por el barrio. Yo vivía en un barrio
de los de antes, dónde se hacía la vida en la calle. Llegaba del cole,
merendaba un bocata de nocilla, chorizo o jamón y veía Barrio Sésamo y, más
tarde, Los Mundos de Yupi para salir pitando a las aventuras que me esperaban
abajo, en la acera.
También recuerdo practicar inglés
viendo la tele: “Hello, I’m Mazzy”.
Sorolla (que así llamábamos a José
por su apellido) era un chico de una desbordante imaginación. Fue el primero
que tuvo vídeo y nos pasábamos tardes enteras viendo tres veces seguidas “Los
Goonies”, “Exploradores”, o “Admiradora secreta”.
Salir del barrio para ir, no sé, a
La Plaza Mayor, era toda una aventura para unos River Phoenix de medio pelo
como nosotros. O escondernos cuando venía al barrio “El Drogui Ponchi”, un
gitano yonki con sus converse desgastadas, del que se decía que había estado en
la cárcel por matar a un hombre.
Sorolla cazaba arañas y las metía
en un pequeño bote de cristal para hacer “guerras de arañas”. En realidad las
arañas no peleaban sino que morían por asfixia o por falta de alimento
transcurridos unos días.
El padre de Lucía y de Sorolla era
taxista. Murió de cáncer de garganta uno de esos años.
En el barrio éramos mucha gente.
Aparte de Sorolla estaban Rafa y su hermano David, los hijos de la peluquera.
Marquitos, hijo de Quijano (un tipo mezcla entre bonachón e hijo de perra).
Alexis y su hermano Rafita. Darío, Sixto, mis primos Borja y David, mi amigo
José Cipitria al que toda la vida hemos llamado Cipi...
Cipi ha sido, lo que se suele
llamar, mi mejor amigo. Sin él mi adolescencia hubiese sido mucho peor de lo
que en realidad fue. En el instituto empezamos a comprar Rock de Luxe un mes
cada uno menos la de Enero que la comprábamos los dos. Nos juntábamos en el
boulevard con el catálogo de Discoplay, del Sur o de Tipo y elegíamos con
cuidado los discos a pedir para luego intercambiárnoslos y, a la vez, ahorrar
en los gastos de envío.
Hablábamos mucho de cine o de
música pero no de sentimientos. Supongo que a través de la música exorcizábamos
fantasmas con metáforas sobre lo que nos producía tal o cual canción. El
compraba Slint o My Bloody Valentine, y yo Disco Inferno o The Jam. El
“Disintegration”, yo “La Memoire Neuve”. Y luego nos los pasábamos unos días
para disfrutar de los libretos o de la galleta original, antes de grabarlos en
una de las cientos de TDK que duermen hoy en día bajo mi cama en casa de mis
padres.
Como no existía Internet (para
nosotros, hablo de los primeros y mediados 90) algunos discos y, sobre todo,
canciones se convertían en míticos para nosotros. Me acuerdo especialmente de
“Love Will Tear Us Appart” de Joy División, y de “Bela Lugosi’s Dead” de Bauhaus.
Como había que decidir qué discos comprarse pues, por ejemplo, yo podía elegir
comprar uno de Oasis en vez de un recopilatorio de Bauhaus. Ahora parece un
acto estúpido pero en el momento en que salió “Definitive Maybe” parecía una
decisión, cuando menos, razonable para un chico de 16 años.
El caso de “Love Will Tear Us
Appart” fue diferente. Yo tenía el “Closer” y el “Unkown Pleasures” pero...en
ninguno de los discos aparece esa canción. Y comprar un recopilatorio del que
tenía casi todas las canciones sólo por ella, me parecía un despilfarro para
unas decisiones que se tomaban una a una con meditada y matemática precisión.
Cuando pasaron los años y ya escuché ambos temas, del de los de Curtis me
enamoré a la primera escucha, casi al primer segundo, y en cambio Bela
significó una profunda decepción, aunque el tiempo (no mucho) se encargó de
subsanar esa primera impresión.
Casi toda la música que descubrí
por aquella época me ha seguido gustando después aunque también hay grupos que
ya no soporto. Nunca he entendido ese reverencial respeto por la música que fue
importante en tu vida en un momento y que por ello deba seguir gustándote con
el peso de los años. Yo no he tenido problemas en regar con gasolina mi pasado
y hacerlo arder para que no quede ni rastro mientras me quedaba de pie mirando
el crepitar de ese fuego.
Otro de mis amigos del barrio era
Jesús Manuel, al que todos llamábamos “Nene”. Supongo que por su cara de niño,
pero ¿qué cara puede tener un niño cuando es un niño?
Nene siempre fue un bala perdida.
Era el que sacaba de quicio a los profesores, el que levantaba las faldas a las
niñas, el que rompía las ventanas, o el que no iba a clase. Era hijo único y le
daban todo lo que pedía. Cuando la
fiebre del skate él siempre tenía la mejor tabla, y la customizaba cada
poco tiempo, la tuneaba hasta la admiración de los que lo rodeaban. Yo nunca
tuve una tabla. Era, y sigo siendo, torpe. Y además era un objeto caro.
Yo prefería leer a “Los Cinco” o
los seriales de internados de Enyd Blython y fantasear con mi vida en uno de
ellos. Aunque fuesen internados femeninos. Eso era un detalle menor.
Nene empezó a pasar costo en el
instituto y ha estado un par de veces en la cárcel por tráfico de sustancias
mayores. Cuando teníamos trece ó catorce años Nene hizo un viaje con sus padres
para visitar a unos familiares en Dinamarca. Su padre sufrió un accidente
cardiovascular y murió allí. Según me contaron entonces, habían tenido muchos
problemas para traer el cadáver. No sé. Su madre, Telma, hace arreglos de
costura y plancha ropa por toneladas para no sé qué empresa. Ella vivía con un
tipo muy desastrado que la dejó embarazada y luego, simplemente, la dejó.
Otro era mi vecino Elías al que
llamábamos Dios porque daba igual por donde estuvieras que siempre te lo
encontrabas. En el piso donde él vivía, de madrugada, se escuchaba un trajín de
muebles, a veces casi insoportable. A las tres de la mañana y hasta más tarde.
La teoría en mi casa es que la madre no podía dormir y que cambiaba los muebles
de sitio cada noche. Es que la madre de Elías-Dios tenía unas ojeras muy
pronunciadas.
Al barrio venía gente de otros
barrios. El nuestro se llama El Carmen porque estaba donde la clínica El
Carmen. Cuando cerraron la clínica se dejó abandonado mientras decidían qué
hacer con el edificio y el terreno. El resultado es que se llenó de yonkis que
se iban a pinchar allí y que, supongo, hasta vivirían allí. En esos tiempos
teníamos que estar esquivando jeringuillas mientras jugábamos. Más tarde lo
tiraron y construyeron unas dependencias municipales pero el edificio tenía
algo que incumplía algún tipo de normativa y lo derribaron también para hacer
un centro de salud. Hace como tres años tiraron ese centro de salud y lo
hicieron parking municipal. Ahora es un edificio de dependencias judiciales.
A veces, en el barrio, como éramos
medio asilvestrados, hacíamos lo que denominábamos “invasiones” y que
consistían en ir a otro barrio cercano y apedrear a los niños de ese otro
barrio. Tras la invasión nos quedábamos jugando allí hasta que nos aburríamos y
nos volvíamos al nuestro dejando a los vencidos con su territorio natural.
Otras veces era más tranquilo y
sólo jugábamos partidos de basket o de fútbol. O de béisbol. O de Hockey (sobre
asfalto, con sticks hechos por nosotros, con una pelota de tenis como
pastilla). Teníamos las rodillas y los codos llenos de raspaduras y costras
pero era lo normal.
El barrio que más veces invadimos
era La Cepa. En el vivía Ignacio Quintana y era compañero de mi primo Borja en
el colegio Cervantes. Les daba clases quien años más tarde sería la alcaldesa
de Torrelavega, Blanca Rosa Gómez.
Ignacio era casi un adoptado de
nuestro barrio porque se pasaba casi todas las tardes por el. Lo que no evitaba
que cuando nos enfadábamos con él saliese el alma xenófoba que habita en todos
nosotros y le decíamos: “Vete a tu barrio, que este es el nuestro”. Y no era
más que una calle, un jardín, y unas puertas metálicas de garajes que nos
servían de porterías de fútbol.
Ignacio era tartamudo. Cuanto más
nervioso se ponía más tartamudeaba. Me tocó como compañero de clase en tercero
de BUP. No era un mal estudiante y, a pesar de su tartamudeo, siempre andaba
preguntando.
Es extraño que una persona tan
curiosa como yo apenas haya preguntado en clase. Ni en el cole, ni en el
instituto, ni en la universidad… Siempre he tratado de buscarme yo las
respuestas. Supongo que por eso soy tan observador y de lo que me cuentan los
demás, unido a lo que yo deduzco, me hago las composiciones de lugar.
Cuando terminé el instituto dejé de
ver a Ignacio. Me dijeron que se había hecho militar. Hace como siete años me
enteré que se había matado en un accidente de coche. Se empotró contra un
puente. Por lo que me contaron iba tan puesto de éxtasis que en vez de pupilas
le brillaban dos pequeños smilies.
A muchos de ellos no los he vuelto
a ver. A Sorolla o a Nene cada vez que los veo los saludo con una tímida
sonrisa a punto de estallar y un ligero movimiento de cabeza. Nada demasiado
efusivo. Antonia y Lucía están casadas y con hijos. Cipi anda trabajando por
Luxemburgo. De la mayoría no sé nada. Paradójicamente hace mucho que no veo a
Elías.
¿Y yo?. Llevo un abrigo(cosas de la
vida) muy parecido a los que odiaba llevar cuando iba al cole del que prende
una chapa de Sin Chan y, con más de treinta años, me paso más tiempo en el
pasado (musical, sentimental, literario, ideológico) que en el presente o que
en el futuro.
Como si aún no hubiese aprendido a
vivir fuera de aquel barrio.
Descubrí a Romy Schneider por
casualidad, como suelen suceder muchas de las cosas más emocionantes e
importantes de la vida. Yo tenía catorce años y estaba ojeando la revista Hola
y en ella aparecía un reportaje sobre la hija de una actriz muerta años antes.
A pesar de mi cinefilia temprana jamás había escuchado el nombre de esa actriz.
La chica, un año menor que yo, era fotografiada en un yate en unas vacaciones
en Saint Tropez junto a su padre. Era verano y yo estaba de vacaciones en el
instituto.
El titular del reportaje era “El Destino No Existe”. Sí, es extraño que en Hola
se cuelen cargas de profundidad filosófica, y más dichas por una niña de trece
años, pero así era. Ella me pareció preciosa. Su nombre era Sarah. Sarah
Magdalena Biasini. Estaba acompañada de su padre que se llamaba como yo,
Daniel. Daniel Biasini. El artículo estaba lleno de fotos, como es habitual en
la prensa del corazón, y yo lo recorté. No era nada extraño. Tenía (y debo
tener por algún lado) docenas de recortes de prensa que me llamaban la
atención, noticias extravagantes o simplemente redactadas de una forma tan
ininteligibles que las hacían humorísticas. En muchos casos eran atroces
asesinatos o muertes violentas con el componente de la estupidez adosado. En
otros como este era que, simplemente, me llamaban la atención por otros
motivos.
Era un tiempo en el que buscar información era una tarea ardua. Lo primero que
hice esa misma noche fue acudir a las dos enciclopedias que había en casa. Una
de Salvat que mis padres habían coleccionado durante meses hasta completarla y
otra regalada por un banco. Esta última era una auténtica mierda. Peor que la
Wikipedia en español, no digo más.
Poca información pude encontrar fuera de que era una actriz austriaca nacida al
final de los años 30, hija de actores y que alcanzó la fama interpretando a la
Emperatriz Isabel de Austria en una serie de películas de una saga llamada
Sissi. Que más tarde deja los papeles que le habían proporcionado éxito siendo
una adolescente para encarnar otros más adultos y convertirse en una de las
actrices europeas más importantes de los años 60-70. Que había ganado dos
premios Cesar y que había muerto muy joven en circunstancias poco claras: suicidio
o ataque al corazón.
Al día siguiente me fui a la biblioteca. La biblioteca de una ciudad pequeña
como Torrelavega era muy limitada y la sección de cine, como era esperable,
para llorar. Aún así en un diccionario de cine pude encontrar algo más de información.
Tuvo una turbulenta relación con Alain Delon (a este sí lo conocía) y llegó a
actuar en películas de Orson Welles, Visconti, Sautet (para que la que fue una
especie de musa) o junto a Woody Allen, mi ídolo máximo, en un filme con guión
de este.
Todo me parecía atractivo y estimulante. Pregunté a mi madre si la conocía.
Efectivamente era así. Ella había sido muy muy famosa gracias a Sissi y mi madre, en su infancia, tenía un álbum de
cromos de la película, en la que se contaba la misma historia a través de
fotos. Por desgracia mi madre dijo que en una mudanza al tener que, deshacerse
de cosas, ese álbum de cromos fue uno de los nominados para la expulsión. Se
había arrepentido por el valor sentimental (aún no existía Ebay para dotar del
extra del valor crematístico al sentimental) y recordaba la felicidad que tuvo
al terminarlo. Me contó que había varios, uno por cada película de la serie.
Que la habían visto en el cine de su pueblo, Beranga, ella y sus hermanas. Un
cine itinerante que una vez a la semana ponía películas en la pequeña
localidad. Me habló de su muerte. Ella recordaba que se había suicidado y que
su hijo había muerto en un accidente absurdo y horrendo. Al saltar una valla
resbaló y los hierros le atravesaron el pecho para salir por la garganta. La
agonía fue larga mientras los bomberos trataban de sacarlo ante la histeria
angustiada de su madre que veía como su amado hijo David moría ante sus ojos.
Mucha información de una fuente inesperada, mi madre.
Poco a poco pude ir leyendo más
sobre ella, viendo algunas de sus películas (en los 90 Tele 5 emitía la
trilogía de Sissi y sus otras dos películas de princesas centroeuropeas “La
Panadera y el Emperador” y “Los Jóvenes Años de una Reina”. Me compré una
rutinaria biografía y descubrí que tanto en el Hola como en otras revistas del
corazón, de vez en cuando, salía algún reportaje de Sarah. Una amiga (mi mejor
amiga, mi única amiga en aquel momento) me conseguía algunos de esos artículos
porque en su casa eran bastante habituales de ese tipo de revistas.
En un ciclo de Claude Sautet en la 2 vi todas las películas que hicieron
juntos: “Max y los Chatarreros”, “Una Vida de Mujer”, “El, yo…el Otro”…las
películas habían sido muy exitosas y reputadas en su momento pero se habían
quedado desfasadas. Era un cine adulto muy del gusto de los años 70 con
conflictos de la mediana edad pero que ya no funcionaban. A pesar de la
habilidad con que estaban filmadas ninguna se podía acercar a un film
contemporáneo del propio Sautet que vi por esas fechas “Un Corazón en
Invierno”, una auténtica obra maestra esta sí, atemporal. A pesar de todo,
aunque las películas no fuesen perfectas en todas destacaba la poderosa
presencia de Romy Schneider. Sin duda había elegido bien a la hora de hacerme
un ídolo porque ella era una actriz espléndida.
Mamihlapinatapai(a veces escrita incorrectamente comomamihlapinatapei) es una
palabra delidiomade los indígenas yámanas deTierra del Fuego, listada en elLibro Guinness de los Récordscomo la "palabra más concisa del
mundo", y es considerada como uno de los términos más difíciles para
traducir. Describe"una
mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience
una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar".1
La palabra consta de unprefijoma(m)-de corte reflexivo pasivo (marcado por
la segundamantes de una partícula iniciada porvocal); la raízihlapi, que significa
"estar confundido sobre lo que hacer después"; seguida por elsufijocondicionante-ny por el sufijo-at(a), que implica
"logro"; y coronada por-apai,
que al ser compuesto conma(m)adquiere un significado de
reciprocidad.
Todo tiene que empezar de alguna manera y la mía es tan válida como cualquier otra. Unas palabras, una declaración de intenciones a modo de editorial y un vídeo. El vídeo que sea importante por alguna razón. Este lo es no por el propio vídeo sino por la canción a la que se refiere. Hace unos años, en un foro musical, el de la revista mondosonoro, publiqué un post con el título Consecuencias de Katy. Katy no se refería a una persona en concreto que yo conocía sino a una canción de Red House Painters llamada "Katy Song". Pero aquel texto ni siquiera se refería a la canción. Esa noche había leído una entrevista de Ben Gibbard de Death Cab For Cutie a Mark Kozelek de Red House Painters. Era una gran entrevista entre dos músicos que me gustan mucho.
Durante una época de mi vida viví obsesionado con "Transatlanticism" de Death Cab For Cutie. Un disco que me marcó de manera tal como ningún disco ha vuelto a hacer desde entonces. Me han gustado muchos discos. Me han enamorado unos cuantos. Me han apasionado varios más pero ninguno me ha afectado tanto como ese desde entonces. Es algo por lo que rezo a diario, que me vuelva a pasar lo mismo con un disco. Que me transforme y que, al salir de el sea otra persona. mejor, espero.
De "Katy Song" poco puedo decir que lo resuma mejor: es mi canción favorita.
La entrevista es muy buena entre dos personas que se conocen, se respetan y hasta yo diría que se admiran (aunque tengo la sensación de que Kozelek se siente infravalorado por no alcanzar un gran éxito y no debe ser muy dado a valorar el trabajo de los otros, no al menos del de otros mucho más exitosos como es el caso).
Pero, más allá de la entrevista en general, hubo un momento en ella en el que se empezó a hablar de Katy, de la persona tras la canción. Y de que Katy era la inspiración tras varias de las canciones, no sólo la que lleva su nombre. Y se habla de la muerte de Katy. Y de como necesitó un tiempo tras su muerte, no sólo tras su ruptura, para lidiar con el hecho y la aceptación de culpas, errores y, quizá, cosas no tan malas. Pero necesitó de ese proceso orgánico que daba el tiempo para hacerlo. Hay un tópico sobre la creación, aquel de "aprovecha el dolor" pero yo creo que se puede crear en muchos estados pero el dolor no es el mejor porque el dolor nubla y ciega, como la rabia y el odio. A mí me encanta escribir desde la tristeza o desde la melancolía o desde la aceptación de la derrota que es el estado en el que escribo ahora, pero no desde sentimientos agitados porque suele salirme algo que puede parecer muy intenso pero que rara vez me gustará.
Supongo que hay alguna explicación psicológica para definir qué me pasó. Pero al leer eso algo hizo clic en mi mente y dejó aflorar una situación que estaba atorada desde casi una década antes. Algo relacionado con una muerte, con un amor y con una culpa inmensa. Yo no era el muerto. Yo no era el enamorado. Pero yo era el que cargaba (y negaba) esa culpa.
Como esta noche pero en otra noche empecé a escribir sobre aquello. Como siempre, no sé si por pudor o algún tipo de reparo a decir de primeras lo que quiero decir, se iniciaba con un contexto necesario porque las cosas en la vida funcionan desencadenadas por otras y para llegar a un final hubo de haber una vez un principio. Por remoto y poco relacionado que nos parezca. Porque las piezas encajarán a su debido tiempo. Como aquellas imágenes en 3D que se hicieron tan famosas en los 90 y que sólo tras un rato largo mirando con cara de idiota a un punto fijo aparecían como por arte de magia ante tus ojos.
Ese texto, el que lo titula, podrá aparecer o no en este blog. Es probable que no. No le corresponde, supongo que es parte de un dibujo más amplio pero a la vez más concreto.
No sé si los post se dedican. Si es así este sólo podría ser para Eva mi propia Katy particular.