sábado, 31 de agosto de 2013

Capítulo 5

LAS 10:30 DE UNA NOCHE DE VERANO


En mi ciudad, cuando yo era niño, había tres salas de cine. El mayor el Concha Espina, antiguo teatro con la decadente majestuosidad de un gran cine en una ciudad pequeña en tiempos de cine aún más pequeño. En el vi “ET”, los Indiana Jones, “El Retorno del Jedi”, “Atrápalo Como Puedas”, varios James Bond de los peores…También es el cine en el que vi mi primera película. Una mañana de sábado había alguna razón para que fuese una sesión gratuita, algún tipo de actividad infantil-juvenil. Fui con mi hermana. El cine estaba a rebosar. Tanto que, a pesar de tener una capacidad monstruosa (o así lo recuerda mi mente) tuvimos que sentarnos en el suelo como otras docenas de niños porque estaban todos los asientos ocupados. Mi primer recuerdo del cine es traumático. La película era una adaptación muy libre de la Isla del Tesoro que jamás he vuelto a ver. Tras atar cabos creo suponer que era una llamada “Misterio en la Isla de los Monstruos” del inefable y añorado Juan Piquer Simón. No podría asegurarlo. Pero sí podría asegurar que el terror que invadió a ese niño de quizá cinco años debe de ser el más intenso que he experimentado jamás en el momento en que un monstruo cubierto de algas emerge de entre las aguas amenazante hacia los protagonistas. Supongo que ese día me enamoré del cine de manera irremediable.

Los otros dos cines eran el Pereda metido dentro de una galería comercial. Un cine que era nuevo y cómodo, y los cines Arlequín, una multisala(por llamarlo de algún modo pues eran sólo dos salas). Con eso y con mis viajes a Santander para ver películas tanto en el cine comercial como en la Filmoteca me fui formando como amante del séptimo arte. Tanto uno, el Pereda, víctima de un incendio como los otros, Los Arlequín, víctimas de la desidia terminaron por cerrar. El Concha Espina había cerrado mucho antes. Mucho tiempo después, de la mano del dinero público, se convertiría en un moderno teatro, auténtico eje cultural de mi ciudad natal.

Yo veía cualquier cosa que pusieran. No me importaba que fuese bueno o malo. El ritual de ir al cine era una droga que sólo se calmaba al entrar en la sala y comenzar los anuncios o los trailers anunciando futuras dosis de la misma droga. A principios de los 90 un hecho jugó a mi favor de manera decisiva. Gracias a la colaboración del ayuntamiento y un grupo de entusiastas se inició una filmoteca. Cine en versión original en Torrelavega. Un sueño. Se alternaban ciclos de clásicos atemporales con los estrenos más importantes de la temporada del circuito de arte y ensayo. Gracias a ello podía ver en el propio año películas de cineastas de los que me hice fan como Aki Kaurismaki, Hal Hartley, Olivier Assayas, Eric Rohmer (con su estreno anual o recuperando títulos antiguos) y otros que no me gustaban tanto pero siempre era interesante de ver como Jaime Humberto Hermosillo, Derek Jarman, Gianni Amelio o Nanni Moretti el cual jamás me hizo gracia. Tener eso cada jueves del año para un quinceañero enfermo de cine era un milagro. Allí, gracias a uno de esos ciclos, vi la mejor película que jamás hizo Romy, “Lo Importante es Amar” de Andrzej Zulawski.


viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 4

NEW FRIEND SONG

Hace unos años tras pasar unos días en casa de mis padres en Torrelavega cuando fui a sacar el billete de vuelta me dijeron en taquilla que el autobús estaba completo. Y ese era el último del día. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, yo tenía que estar sí o sí en la oficina para trabajar. Quise no ponerme histérico y busqué en Internet a qué hora salía el tren desde Torrelavega a Madrid y si había plazas. Encontré uno que salía a las doce de la noche de mi ciudad y llegaba a Chamartín a las ocho de la mañana. Iba a ser una paliza tremenda pero, al menos, a las nueve estaría en el trabajo. Trataría de dormir un rato en el tren. No podría ser más incómodo que el autobús al que ya estaba acostumbrado. Que la mañana pasase rápido y luego a dormir una siesta.

A las doce menos diez estaba yo con mi pequeña maleta en la estación solo y muerto de frío por el viento del norte, escuchando el mp3 y esperando el tren que llegó cuando faltaba un minuto para la medianoche. Me metí en el vagón que quise porque no había asientos asignados y resultó que ese vagón estaba vacío. La verdad es que sentí miedo pero a la vez me veía ridículo por ese mismo miedo.

Dejé mis cosas sobre la rejilla de encima de mi cabeza y saqué el Rock de Luxe que había comprado unas horas antes para acompañar el viaje. El tren arrancó y yo me puse a leer una entrevista a Iron and Wine.

Pocos minutos después la puerta trasera del vagón se abrió y yo saqué de mi bolsillo el billete de tren. Pero no era el revisor. Una chica de una edad que rondaría alguna zona indeterminada de mediados los veinte, morena, pequeña, preciosa, con unos ojos tan claros que parecían trasparentarse y marcando los mofletes al sonreír se sentó en los asientos al otro lado del pasillo.
-     Me ha dado miedo estar sola en el otro vagón, ya ves qué tontería- me dijo.

Yo sonreí un tanto intimidado por lo espontáneo e inesperado de su franqueza.
-            Normal- atiné a decir-. A mí también me hubiese pasado.

Ella sacó de su bolsa un portátil y le enchufó unos auriculares antes que llegase el sonido de inicio de Windows. Yo seguía leyendo mientras, de reojo, miraba qué hacía. Era una de las chicas más guapas que había visto jamás, lo juro. No era una belleza agresiva sino obvia, discreta, en voz baja.

Unos minutos después vino, esta vez sí, el revisor. Yo posé la revista en el asiento para buscar en los bolsillos el billete. Cuando el revisor se había ido y me había vuelto a sentar ella llamó mi atención. “Mira”. Yo miré y me enseñó el mismo ejemplar del Rock de Luxe que yo leía. Me reí. Se rió de forma espontánea, casi infantil.
-     ¿Qué escuchas?
-     El “Down Colorful hill” de Red House Painters- contesté.
-     Oh, ¡Qué bonito! ¿Conoces a Ben and Bruno?.
-     No.

Confieso que era la primera vez que escuchaba ese nombre. Ella arrancó de un tirón los auriculares. Comenzó a sonar una voz lastimosa sobre una minimalista base de guitarra. Me gustó mucho.
-     Esta es mi favorita. Se llama “New Friend”. Como nosotros.

Lo dijo con una sonrisa que le llenaba la boca. Escuchamos en silencio los tres minutos que dura la canción. Quedé absolutamente enamorado del grupo tras ese primer contacto. Me preguntó qué me había parecido. No sabía qué decirle. Tenía la misma incapacidad para dar una opinión que me ocurre cuando, al salir del cine, me preguntan qué me ha parecido la película sin aún haberla digerido.
-     Me ha gustado. Mucho. Muchísimo, me ha encantado- acerté a decir.
-     Lo sabía. No podía no gustarte.

Estuvimos hablando un par de horas separados por el pasillo. Hablamos de películas, de libros, de trabajos, de nosotros y de música, claro. Ella sugirió ir a la cafetería. Nos tomamos unos cafés sin parar de hablar. Ella gesticulaba mucho con las manos cuando contaba algo lo que le daba un aspecto muy cómico. Era de Madrid y había ido a pasar unos días a casa de su prima en Santander. Regresamos al vagón que seguía igual de desolado que antes de irnos. Ella se sentó frente a mí y dejó el ordenador en su lugar primitivo sonando de fondo, en repeat  el “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Ya ni siquiera pensaba que en menos de cinco horas debería de estar trabajando.

Más tarde se cambió de asiento y se puso junto al mío para cotillear la música que yo llevaba en el mp3: Vashti Bunyan, Animal Collective, Vashti Bunyan y Animal Collective, Red House Painters, Slowdive, Le Mans, Death Cab For Cutie, Girls vs Boys…
-     El disco de Ben and Bruno es el disco que ya no saben, pueden, quieren hacer Death Cab For Cutie.

Escuchándolo pensé que algo de eso había en el.

Ahora que estaba junto a mí me daba apuro mirarle a los ojos tan grandes, tan bonitos, tan cercanos a los míos. Hablamos y seguimos hablando cada vez más de nosotros y menos de las cosas. Ella me advertía que yo no podría soportar el día de trabajo. Me desaparecía el cansancio en cuanto rompía a hablar con su voz tranquila, dulce, siempre sonriente.

En un momento dado, mientras yo hablaba, me besó. Fue un beso rápido, indoloro, inesperado. De los que, tras ocurrir, te preguntas si ha sido o no real. Pero lo era porque al morderme el labio estaba aún el sabor dulce de los suyos. Puso cara de “yonohesido” y sus mofletes se dispararon hacia arriba como si fuesen a salir disparados si sonreía más.

Nos estuvimos besando media hora más. Le pedí su mail.
-     No puedo dártelo.
-     ¿Por?
-     En Madrid, en la estación, me esperan.

Fue un doloroso puñetazo. Ya eran las seis de la mañana.
-     Tengo dos horas para convencerte de que me lo des.

Ella apoyó su cabeza en mi hombro y entrelazó sus dedos con los míos.
-     No servirá de nada.

Esa vez su voz no sonaba cantarina, ni risueña, ni alegre sino pesarosa y amarga. Tras unos minutos tomados de la mano, en silencio, noté su respiración tranquila, ya dormida. La música de Ben and Bruno seguía sonando sin cesar.

“She is a girl friend but not my girlfriend”.

No sé cómo, ni cuándo, pero me dormí. Lo siguiente que pasó es que un empleado de RENFE me despertó porque ya estábamos en Madrid. Medio atontado la busqué con la mirada. No estaba. Ni ella, ni su ordenador, ni una nota de papel. Nada. Se había esfumado.

Con rapidez cogí mis cosas y salí corriendo afuera del tren con la esperanza de que ella estuviese allí o pudiese alcanzarla antes de que se fuese. Aunque estuviese acompañada. Me daba igual. Pero no estaba.

Entré en el metro confuso con dolor de cabeza por el sueño, enfadado conmigo por dormirme, con ella por irse así. Mientras iba en el metro camino del trabajo ya no sabía si en realidad yo estaba loco y no sería más que un sueño que había tenido, un sueño tan intenso que lo confundía con la realidad.

Saqué del bolsillo el mp3 y lo encendí. Al navegar por las carpetas vi un disco que no estaba cuando yo salí de Torrelavega, “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Lo puse.

Nunca más la volví a ver ni en conciertos, bares, la calle o cualquier otro sitio que dadas sus características y gustos debería de frecuentar o conocer. Me hubiese gustado decirle que, años después, el disco no ha salido jamás de mi mp3 por muchos cambios y limpiezas que haya hecho. Algunas veces al escucharlo, como ahora mismo, me cuesta pensar si en realidad fue buena o mala suerte lo que pasó. Unos días pienso que fue buena. Otros que mala. Pero nunca ambas cosas a la vez.


“cause is not the same thing”.


jueves, 29 de agosto de 2013

Capítulo 3

INOCENTES CON MANOS SUCIAS

Gracias a un ciclo de la Alianza Francesa que ponían en mi instituto, El Marqués de Santillana, pude ver otras dos películas de ella “El Viejo Fusil” de Roberto Enrico que me gustó, y “La Muerte en Directo” de Bertrand Tavernier que me encantó. En ese mismo ciclo pusieron “El Círculo Rojo” de Jean Pierre Melville que me pareció aburrida, incomprensible e infumable. Cosas de la edad y el gusto sin formar: es una obra maestra. En la tele pude ir viendo otras de sus películas “Mi Hijo, mi Amor”, “El Combate de la Isla”, “El Cardenal”, “El Proceso”... Del videoclub saqué la única disponible de ella a excepción de la serie de Sisi que ya tenía más que vistas, y que estaba allí por ser el protagonista Woody Allen. “Whats the New Pussicat?” es una divertida locura con una magnífica canción a cargo de Tom Jones. Adquirí en el catálogo de compra por correo de Discoplay “Préstame a Tu Marido” de David Swift en la que se acompaña de Jack Lemmon. La película  estaba en la sección de saldos. 

Mientras tanto seguía guardando lo que podía de Sarah y, si tenía suerte, lo que podía rapiñar de Romy. A veces algún artículo en alguna revista de cine (estaba suscrito a Fotogramas y compraba esporádicamente otras). Recuerdo que una vez en noticias breves había una foto de Romy vestida de novia en una prueba de vestuario para la película llamada “L’Enfer” de HG Clouzot. Una película maldita que jamás se pudo realizar y de la que Claude Chabrol realizaría una nueva versión con el guión original. La protagonista sería Enmanuel Beart en el papel de Romy. Beart que se convertiría en la segunda musa de Sautet tras Romy, Chabrol con el que Romy rodó “Inocentes con Manos Sucias”. Es evidente que, como dijo Sarah,  el destino no existe pero sí las casualidades circulares.

No mucho después se estrenó la película de Claude Chabrol basada en el guión de Clouzet. Beart era una actriz de la que había podido ver unas cuantas películas y la consideraba entre mis favoritas de entonces. Su belleza era insultante y estar casada con un feo-guapo como su coprotagonista en “Un Corazón en Invierno” de Sautet, Daniel Auteil, me hacían tenerla más simpatía. En esa época yo había visto de ella “El la Boca No” de André Techine y “La Bella Mentirosa” de Jaques Rivette (del que había visto “París nos Pertenece”, película que amaba con fervor). En los 90 más o menos podía seguir el cine contemporáneo y verlo en versión original gracias a que en mi edificio habían pirateado la señal de Canal + y junto a la programación de la 2 constituyeron parte de mi menú de cinéfago impenitente y de provincias.

La película de Chabrol me gustó de manera moderada. La vi una tórrida tarde de Julio en un cine de Santander mientras afuera, en el mundo, Indurain sentenciaba uno de sus cinco tours. No sé cuál. Fue la segunda película que vi absolutamente solo en una sala de cine. La primera había sido “Cronos” de Guillermo del Toro en los cines Arlequín de Torrelavega. Estar con pocas personas, incluso con otra persona, sí que me había ocurrido bastantes veces, pero solo únicamente en aquellas dos ocasiones. No me ha vuelto a pasar. Me daba bastante vergüenza salir de la sala tras acabar la película y pensar que les había jodido la tarde. 






miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 2

LA HISTORIA MÁS TRISTE JAMÁS CONTADA

Cuando yo tenía doce años mi hermana mayor compraba la Teleindiscreta. Entonces era una revista muy diferente a la que fue luego. Era la época en la que regalaban cromos de V, McGyver o Alf… Recuerdo que siempre se habló de una segunda parte de V. En plena V-manía, Teleindiscreta dijo que había conseguido “en exclusiva” la continuación y, durante varias semanas, publicaron una especia de cómic con esa secuela como guía.

Recuerdo vagamente el argumento que era algo parecido a que Diana y los suyos creaban un sol artificial que abrasaba la Tierra y terminaba con las reservas de agua. Vamos como Almería pero con lagartos más grandes. Al final los chicos de Donovan ganaban gracias a los polvos rojos.

Mis primeras indagaciones respecto al sexo se consumaron a través de las revistas para quinceañeras de mi hermana. Las preguntas sobre cómo masturbar a un noviete de 14 años, la forma menos dolorosa para la desfloración anal o si había algo de malo en tragarse el semen, unidos a las narraciones de “así fue mi primera vez” con supuestas quinceañeras que escribían todas con el mismo estilo (una mezcla entre la cursilería calentorra de Danielle Steel, y la cursilería  a secas de Corín Tellado) me ponían a cien.

Mi hermana compraba esas revistas porque era fan de A-ha y casi siempre salía algo de ellos en la cima de su popularidad. Lo que recuerdo con más cariño eran las entrevistas inventadas de la Superpop que siempre seguían un esquema similar a este:
-            preguntas sobre si se esperaban ese éxito
-            preguntas sobre las fans españolas.
-            preguntas sobre cómo les gustaban los pechos de las chicas, si grandes o pequeños (recuerdo una de esas supuestas entrevistas a Rob Lowe, en plena borrachera de éxito, que decía algo como: “a mí me gustan que quepan en una copa de champagne”. Los aficionados a lo más sórdido de Hollywood recordarán su escándalo con las cintas de video y las menores, y no parecía quejarse del tamaño de las tetas de sus coprotagonistas del film casero)

Esta pregunta era invariable y se la hacían desde a Franco Batiatto (hit en aquel tiempo) o a Jimmy Sommerville que, dejados atrás Bronsky Beat, era la estrella marciana con los Communards.

Me acuerdo de una portada en la que salía con cara de pocos amigos Don Johnson y que decía: Corrupción en Miami peligra porque, en una encuesta entre mujeres norteamericanas, el que hacía de  Ricardo Tubbs, salía elegido como el hombre más sexy del planeta por delante de él (bueno el titular sería más corto, pero yo no soy periodista)

Mi hermana tenía dos amigas en el portal. Una era Antonia, también fan de A-ha, y la otra era Lucía. La madre de Antonia murió cuando yo era pequeño y fue la primera persona que yo conocí que había muerto.

Lucía era fan de The Cure y de Depeche Mode. Vestía como Emily the Strange y todos pensábamos que era muy rara. Una vez estábamos en su casa y Lucía, que había suspendido siete, quemó las notas delante de nosotros, en el fregadero. Esto causó en mí una mezcla de miedo y fascinación atroz hacia el personaje: estaba haciendo algo terrible (quemar las notas) y siempre vestía de negro. Siniestro era un adjetivo más que adecuado.

Años después mis padres comprarían ese apartamento y lo gracioso es que, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que en lo que hoy es mi habitación cuando vengo a pasar unos días a Torrelavega, raspado sobre la pared, cerca del techo, apenas imperceptible, hay una inscripción que dice MODE en mayúsculas, y dentro de la “O”, escrito en pequeño “depeche”.

En invierno, durante varios años, tuve que llevar el mismo abrigo azul oscuro de botones en forma de colmillo o cuerno imitación marfil que odiaba con todo mi alma. Pero era una de las pocas prendas “buenas” que tenía y se resistía a desgastarse o romperse.

El hermano de Lucía se llamaba José, era de mi edad, y jugábamos siempre por el barrio. Yo vivía en un barrio de los de antes, dónde se hacía la vida en la calle. Llegaba del cole, merendaba un bocata de nocilla, chorizo o jamón y veía Barrio Sésamo y, más tarde, Los Mundos de Yupi para salir pitando a las aventuras que me esperaban abajo, en la acera.

También recuerdo practicar inglés viendo la tele: “Hello, I’m Mazzy”.

Sorolla (que así llamábamos a José por su apellido) era un chico de una desbordante imaginación. Fue el primero que tuvo vídeo y nos pasábamos tardes enteras viendo tres veces seguidas “Los Goonies”, “Exploradores”, o “Admiradora secreta”.

Salir del barrio para ir, no sé, a La Plaza Mayor, era toda una aventura para unos River Phoenix de medio pelo como nosotros. O escondernos cuando venía al barrio “El Drogui Ponchi”, un gitano yonki con sus converse desgastadas, del que se decía que había estado en la cárcel por matar a un hombre.

Sorolla cazaba arañas y las metía en un pequeño bote de cristal para hacer “guerras de arañas”. En realidad las arañas no peleaban sino que morían por asfixia o por falta de alimento transcurridos unos días.

El padre de Lucía y de Sorolla era taxista. Murió de cáncer de garganta uno de esos años.

En el barrio éramos mucha gente. Aparte de Sorolla estaban Rafa y su hermano David, los hijos de la peluquera. Marquitos, hijo de Quijano (un tipo mezcla entre bonachón e hijo de perra). Alexis y su hermano Rafita. Darío, Sixto, mis primos Borja y David, mi amigo José Cipitria al que toda la vida hemos llamado Cipi...

Cipi ha sido, lo que se suele llamar, mi mejor amigo. Sin él mi adolescencia hubiese sido mucho peor de lo que en realidad fue. En el instituto empezamos a comprar Rock de Luxe un mes cada uno menos la de Enero que la comprábamos los dos. Nos juntábamos en el boulevard con el catálogo de Discoplay, del Sur o de Tipo y elegíamos con cuidado los discos a pedir para luego intercambiárnoslos y, a la vez, ahorrar en los gastos de envío.

Hablábamos mucho de cine o de música pero no de sentimientos. Supongo que a través de la música exorcizábamos fantasmas con metáforas sobre lo que nos producía tal o cual canción. El compraba Slint o My Bloody Valentine, y yo Disco Inferno o The Jam. El “Disintegration”, yo “La Memoire Neuve”. Y luego nos los pasábamos unos días para disfrutar de los libretos o de la galleta original, antes de grabarlos en una de las cientos de TDK que duermen hoy en día bajo mi cama en casa de mis padres.

Como no existía Internet (para nosotros, hablo de los primeros y mediados 90) algunos discos y, sobre todo, canciones se convertían en míticos para nosotros. Me acuerdo especialmente de “Love Will Tear Us Appart” de Joy División, y de “Bela Lugosi’s Dead” de Bauhaus. Como había que decidir qué discos comprarse pues, por ejemplo, yo podía elegir comprar uno de Oasis en vez de un recopilatorio de Bauhaus. Ahora parece un acto estúpido pero en el momento en que salió “Definitive Maybe” parecía una decisión, cuando menos, razonable para un chico de 16 años.

El caso de “Love Will Tear Us Appart” fue diferente. Yo tenía el “Closer” y el “Unkown Pleasures” pero...en ninguno de los discos aparece esa canción. Y comprar un recopilatorio del que tenía casi todas las canciones sólo por ella, me parecía un despilfarro para unas decisiones que se tomaban una a una con meditada y matemática precisión. Cuando pasaron los años y ya escuché ambos temas, del de los de Curtis me enamoré a la primera escucha, casi al primer segundo, y en cambio Bela significó una profunda decepción, aunque el tiempo (no mucho) se encargó de subsanar esa primera impresión.

Casi toda la música que descubrí por aquella época me ha seguido gustando después aunque también hay grupos que ya no soporto. Nunca he entendido ese reverencial respeto por la música que fue importante en tu vida en un momento y que por ello deba seguir gustándote con el peso de los años. Yo no he tenido problemas en regar con gasolina mi pasado y hacerlo arder para que no quede ni rastro mientras me quedaba de pie mirando el crepitar de ese fuego.

Otro de mis amigos del barrio era Jesús Manuel, al que todos llamábamos “Nene”. Supongo que por su cara de niño, pero ¿qué cara puede tener un niño cuando es un niño?

Nene siempre fue un bala perdida. Era el que sacaba de quicio a los profesores, el que levantaba las faldas a las niñas, el que rompía las ventanas, o el que no iba a clase. Era hijo único y le daban todo lo que pedía.  Cuando la fiebre del skate él siempre tenía la mejor tabla, y la customizaba cada poco tiempo, la tuneaba hasta la admiración de los que lo rodeaban. Yo nunca tuve una tabla. Era, y sigo siendo, torpe. Y además era un objeto caro.

Yo prefería leer a “Los Cinco” o los seriales de internados de Enyd Blython y fantasear con mi vida en uno de ellos. Aunque fuesen internados femeninos. Eso era un detalle menor.

Nene empezó a pasar costo en el instituto y ha estado un par de veces en la cárcel por tráfico de sustancias mayores. Cuando teníamos trece ó catorce años Nene hizo un viaje con sus padres para visitar a unos familiares en Dinamarca. Su padre sufrió un accidente cardiovascular y murió allí. Según me contaron entonces, habían tenido muchos problemas para traer el cadáver. No sé. Su madre, Telma, hace arreglos de costura y plancha ropa por toneladas para no sé qué empresa. Ella vivía con un tipo muy desastrado que la dejó embarazada y luego, simplemente, la dejó.

Otro era mi vecino Elías al que llamábamos Dios porque daba igual por donde estuvieras que siempre te lo encontrabas. En el piso donde él vivía, de madrugada, se escuchaba un trajín de muebles, a veces casi insoportable. A las tres de la mañana y hasta más tarde. La teoría en mi casa es que la madre no podía dormir y que cambiaba los muebles de sitio cada noche. Es que la madre de Elías-Dios tenía unas ojeras muy pronunciadas.

Al barrio venía gente de otros barrios. El nuestro se llama El Carmen porque estaba donde la clínica El Carmen. Cuando cerraron la clínica se dejó abandonado mientras decidían qué hacer con el edificio y el terreno. El resultado es que se llenó de yonkis que se iban a pinchar allí y que, supongo, hasta vivirían allí. En esos tiempos teníamos que estar esquivando jeringuillas mientras jugábamos. Más tarde lo tiraron y construyeron unas dependencias municipales pero el edificio tenía algo que incumplía algún tipo de normativa y lo derribaron también para hacer un centro de salud. Hace como tres años tiraron ese centro de salud y lo hicieron parking municipal. Ahora es un edificio de dependencias judiciales.

A veces, en el barrio, como éramos medio asilvestrados, hacíamos lo que denominábamos “invasiones” y que consistían en ir a otro barrio cercano y apedrear a los niños de ese otro barrio. Tras la invasión nos quedábamos jugando allí hasta que nos aburríamos y nos volvíamos al nuestro dejando a los vencidos con su territorio natural.

Otras veces era más tranquilo y sólo jugábamos partidos de basket o de fútbol. O de béisbol. O de Hockey (sobre asfalto, con sticks hechos por nosotros, con una pelota de tenis como pastilla). Teníamos las rodillas y los codos llenos de raspaduras y costras pero era lo normal.

El barrio que más veces invadimos era La Cepa. En el vivía Ignacio Quintana y era compañero de mi primo Borja en el colegio Cervantes. Les daba clases quien años más tarde sería la alcaldesa de Torrelavega, Blanca Rosa Gómez.

Ignacio era casi un adoptado de nuestro barrio porque se pasaba casi todas las tardes por el. Lo que no evitaba que cuando nos enfadábamos con él saliese el alma xenófoba que habita en todos nosotros y le decíamos: “Vete a tu barrio, que este es el nuestro”. Y no era más que una calle, un jardín, y unas puertas metálicas de garajes que nos servían de porterías de fútbol.

Ignacio era tartamudo. Cuanto más nervioso se ponía más tartamudeaba. Me tocó como compañero de clase en tercero de BUP. No era un mal estudiante y, a pesar de su tartamudeo, siempre andaba preguntando.

Es extraño que una persona tan curiosa como yo apenas haya preguntado en clase. Ni en el cole, ni en el instituto, ni en la universidad… Siempre he tratado de buscarme yo las respuestas. Supongo que por eso soy tan observador y de lo que me cuentan los demás, unido a lo que yo deduzco, me hago las composiciones de lugar.

Cuando terminé el instituto dejé de ver a Ignacio. Me dijeron que se había hecho militar. Hace como siete años me enteré que se había matado en un accidente de coche. Se empotró contra un puente. Por lo que me contaron iba tan puesto de éxtasis que en vez de pupilas le brillaban dos pequeños smilies.

A muchos de ellos no los he vuelto a ver. A Sorolla o a Nene cada vez que los veo los saludo con una tímida sonrisa a punto de estallar y un ligero movimiento de cabeza. Nada demasiado efusivo. Antonia y Lucía están casadas y con hijos. Cipi anda trabajando por Luxemburgo. De la mayoría no sé nada. Paradójicamente hace mucho que no veo a Elías.

¿Y yo?. Llevo un abrigo(cosas de la vida) muy parecido a los que odiaba llevar cuando iba al cole del que prende una chapa de Sin Chan y, con más de treinta años, me paso más tiempo en el pasado (musical, sentimental, literario, ideológico) que en el presente o que en el futuro.

Como si aún no hubiese aprendido a vivir fuera de aquel barrio.



lunes, 26 de agosto de 2013

Capítulo 1

MI PRIMER AMOR

Descubrí a Romy Schneider por casualidad, como suelen suceder muchas de las cosas más emocionantes e importantes de la vida. Yo tenía catorce años y estaba ojeando la revista Hola y en ella aparecía un reportaje sobre la hija de una actriz muerta años antes. A pesar de mi cinefilia temprana jamás había escuchado el nombre de esa actriz. La chica, un año menor que yo, era fotografiada en un yate en unas vacaciones en Saint Tropez junto a su padre. Era verano y yo estaba de vacaciones en el instituto.

El titular del reportaje era “El Destino No Existe”. Sí, es extraño que en Hola se cuelen cargas de profundidad filosófica, y más dichas por una niña de trece años, pero así era. Ella me pareció preciosa. Su nombre era Sarah. Sarah Magdalena Biasini. Estaba acompañada de su padre que se llamaba como yo, Daniel. Daniel Biasini. El artículo estaba lleno de fotos, como es habitual en la prensa del corazón, y yo lo recorté. No era nada extraño. Tenía (y debo tener por algún lado) docenas de recortes de prensa que me llamaban la atención, noticias extravagantes o simplemente redactadas de una forma tan ininteligibles que las hacían humorísticas. En muchos casos eran atroces asesinatos o muertes violentas con el componente de la estupidez adosado. En otros como este era que, simplemente, me llamaban la atención por otros motivos.

Era un tiempo en el que buscar información era una tarea ardua. Lo primero que hice esa misma noche fue acudir a las dos enciclopedias que había en casa. Una de Salvat que mis padres habían coleccionado durante meses hasta completarla y otra regalada por un banco. Esta última era una auténtica mierda. Peor que la Wikipedia en español, no digo más.

Poca información pude encontrar fuera de que era una actriz austriaca nacida al final de los años 30, hija de actores y que alcanzó la fama interpretando a la Emperatriz Isabel de Austria en una serie de películas de una saga llamada Sissi. Que más tarde deja los papeles que le habían proporcionado éxito siendo una adolescente para encarnar otros más adultos y convertirse en una de las actrices europeas más importantes de los años 60-70. Que había ganado dos premios Cesar y que había muerto muy joven en circunstancias poco claras: suicidio o ataque al corazón.

Al día siguiente me fui a la biblioteca. La biblioteca de una ciudad pequeña como Torrelavega era muy limitada y la sección de cine, como era esperable, para llorar. Aún así en un diccionario de cine pude encontrar algo más de información. Tuvo una turbulenta relación con Alain Delon (a este sí lo conocía) y llegó a actuar en películas de Orson Welles, Visconti, Sautet (para que la que fue una especie de musa) o junto a Woody Allen, mi ídolo máximo, en un filme con guión de este.

Todo me parecía atractivo y estimulante. Pregunté a mi madre si la conocía. Efectivamente era así. Ella había sido muy muy famosa gracias a Sissi y  mi madre, en su infancia, tenía un álbum de cromos de la película, en la que se contaba la misma historia a través de fotos. Por desgracia mi madre dijo que en una mudanza al tener que, deshacerse de cosas, ese álbum de cromos fue uno de los nominados para la expulsión. Se había arrepentido por el valor sentimental (aún no existía Ebay para dotar del extra del valor crematístico al sentimental) y recordaba la felicidad que tuvo al terminarlo. Me contó que había varios, uno por cada película de la serie. Que la habían visto en el cine de su pueblo, Beranga, ella y sus hermanas. Un cine itinerante que una vez a la semana ponía películas en la pequeña localidad. Me habló de su muerte. Ella recordaba que se había suicidado y que su hijo había muerto en un accidente absurdo y horrendo. Al saltar una valla resbaló y los hierros le atravesaron el pecho para salir por la garganta. La agonía fue larga mientras los bomberos trataban de sacarlo ante la histeria angustiada de su madre que veía como su amado hijo David moría ante sus ojos. Mucha información de una fuente inesperada, mi madre.


Poco a poco pude ir leyendo más sobre ella, viendo algunas de sus películas (en los 90 Tele 5 emitía la trilogía de Sissi y sus otras dos películas de princesas centroeuropeas “La Panadera y el Emperador” y “Los Jóvenes Años de una Reina”. Me compré una rutinaria biografía y descubrí que tanto en el Hola como en otras revistas del corazón, de vez en cuando, salía algún reportaje de Sarah. Una amiga (mi mejor amiga, mi única amiga en aquel momento) me conseguía algunos de esos artículos porque en su casa eran bastante habituales de ese tipo de revistas.

En un ciclo de Claude Sautet en la 2 vi todas las películas que hicieron juntos: “Max y los Chatarreros”, “Una Vida de Mujer”, “El, yo…el Otro”…las películas habían sido muy exitosas y reputadas en su momento pero se habían quedado desfasadas. Era un cine adulto muy del gusto de los años 70 con conflictos de la mediana edad pero que ya no funcionaban. A pesar de la habilidad con que estaban filmadas ninguna se podía acercar a un film contemporáneo del propio Sautet que vi por esas fechas “Un Corazón en Invierno”, una auténtica obra maestra esta sí, atemporal. A pesar de todo, aunque las películas no fuesen perfectas en todas destacaba la poderosa presencia de Romy Schneider. Sin duda había elegido bien a la hora de hacerme un ídolo porque ella era una actriz espléndida. 


Mamihlapinatapai


De la Wikipedia en español, enciclopedia libre:


Mamihlapinatapai (a veces escrita incorrectamente como mamihlapinatapei) es una palabra del idioma de los indígenas yámanas de Tierra del Fuego, listada en el Libro Guinness de los Récords como la "palabra más concisa del mundo", y es considerada como uno de los términos más difíciles para traducir. Describe "una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar".1
La palabra consta de un prefijo ma(m)- de corte reflexivo pasivo (marcado por la segunda m antes de una partícula iniciada por vocal); la raíz ihlapi, que significa "estar confundido sobre lo que hacer después"; seguida por el sufijo condicionante -n y por el sufijo -at(a), que implica "logro"; y coronada por -apai, que al ser compuesto con ma(m) adquiere un significado de reciprocidad.




miércoles, 7 de agosto de 2013

Consecuencias de Katy

Todo tiene que empezar de alguna manera y la mía es tan válida como cualquier otra. Unas palabras, una declaración de intenciones a modo de editorial y un vídeo. El vídeo que sea importante por alguna razón. Este lo es no por el propio vídeo sino por la canción a la que se refiere. Hace unos años, en un foro musical, el de la revista mondosonoro, publiqué un post con el título Consecuencias de Katy. Katy no se refería a una persona en concreto que yo conocía sino a una canción de Red House Painters llamada "Katy Song". Pero aquel texto ni siquiera se refería a la canción. Esa noche había leído una entrevista de Ben Gibbard de Death Cab For Cutie a Mark Kozelek de Red House Painters. Era una gran entrevista entre dos músicos que me gustan mucho.

Durante una época de mi vida viví obsesionado con "Transatlanticism" de Death Cab For Cutie. Un disco que me marcó de manera tal como ningún disco ha vuelto a hacer desde entonces. Me han gustado muchos discos. Me han enamorado unos cuantos. Me han apasionado varios más pero ninguno me ha afectado tanto como ese desde entonces. Es algo por lo que rezo a diario, que me vuelva a pasar lo mismo con un disco. Que me transforme y que, al salir de el sea otra persona. mejor, espero.

De "Katy Song" poco puedo decir que lo resuma mejor: es mi canción favorita.

La entrevista es muy buena entre dos personas que se conocen, se respetan y hasta yo diría que se admiran (aunque tengo la sensación de que Kozelek se siente infravalorado por no alcanzar un gran éxito y no debe ser muy dado a valorar el trabajo de los otros, no al menos del de otros mucho más exitosos como es el caso).

Pero, más allá de la entrevista en general, hubo un momento en ella en el que se empezó a hablar de Katy, de la persona tras la canción. Y de que Katy era la inspiración tras varias de las canciones, no sólo la que lleva su nombre. Y se habla de la muerte de Katy. Y de como necesitó un tiempo tras su muerte, no sólo tras su ruptura, para lidiar con el hecho y la aceptación de culpas, errores y, quizá, cosas no tan malas. Pero necesitó de ese proceso orgánico que daba el tiempo para hacerlo. Hay un tópico sobre la creación, aquel de "aprovecha el dolor" pero yo creo que se puede crear en muchos estados pero el dolor no es el mejor porque el dolor nubla y ciega, como la rabia y el odio. A mí me encanta escribir desde la tristeza o desde la melancolía o desde la aceptación de la derrota que es el estado en el que escribo ahora,  pero no desde sentimientos agitados porque suele salirme algo que puede parecer muy intenso pero que rara vez me gustará.

Supongo que hay alguna explicación psicológica para definir qué me pasó. Pero al leer eso algo hizo clic en mi mente y dejó aflorar una situación que estaba atorada desde casi una década antes. Algo relacionado con una muerte, con un amor y con una culpa inmensa. Yo no era el muerto. Yo no era el enamorado. Pero yo era el que cargaba (y negaba) esa culpa.

Como esta noche pero en otra noche empecé a escribir sobre aquello. Como siempre, no sé si por pudor o algún tipo de reparo a decir de primeras lo que quiero decir, se iniciaba con un contexto necesario porque las cosas en la vida funcionan desencadenadas por otras y para llegar a un final hubo de haber una vez un principio. Por remoto y poco relacionado que nos parezca. Porque las piezas encajarán a su debido tiempo. Como aquellas imágenes en 3D que se hicieron tan famosas en los 90 y que sólo tras un rato largo mirando con cara de idiota a un punto fijo aparecían como por arte de magia ante tus ojos.

Ese texto, el que lo titula, podrá aparecer o no en este blog. Es probable que no. No le corresponde, supongo que es parte de un dibujo más amplio pero a la vez más concreto.

No sé si los post se dedican. Si es así este sólo podría ser para Eva mi propia Katy particular.