viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 4

NEW FRIEND SONG

Hace unos años tras pasar unos días en casa de mis padres en Torrelavega cuando fui a sacar el billete de vuelta me dijeron en taquilla que el autobús estaba completo. Y ese era el último del día. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, yo tenía que estar sí o sí en la oficina para trabajar. Quise no ponerme histérico y busqué en Internet a qué hora salía el tren desde Torrelavega a Madrid y si había plazas. Encontré uno que salía a las doce de la noche de mi ciudad y llegaba a Chamartín a las ocho de la mañana. Iba a ser una paliza tremenda pero, al menos, a las nueve estaría en el trabajo. Trataría de dormir un rato en el tren. No podría ser más incómodo que el autobús al que ya estaba acostumbrado. Que la mañana pasase rápido y luego a dormir una siesta.

A las doce menos diez estaba yo con mi pequeña maleta en la estación solo y muerto de frío por el viento del norte, escuchando el mp3 y esperando el tren que llegó cuando faltaba un minuto para la medianoche. Me metí en el vagón que quise porque no había asientos asignados y resultó que ese vagón estaba vacío. La verdad es que sentí miedo pero a la vez me veía ridículo por ese mismo miedo.

Dejé mis cosas sobre la rejilla de encima de mi cabeza y saqué el Rock de Luxe que había comprado unas horas antes para acompañar el viaje. El tren arrancó y yo me puse a leer una entrevista a Iron and Wine.

Pocos minutos después la puerta trasera del vagón se abrió y yo saqué de mi bolsillo el billete de tren. Pero no era el revisor. Una chica de una edad que rondaría alguna zona indeterminada de mediados los veinte, morena, pequeña, preciosa, con unos ojos tan claros que parecían trasparentarse y marcando los mofletes al sonreír se sentó en los asientos al otro lado del pasillo.
-     Me ha dado miedo estar sola en el otro vagón, ya ves qué tontería- me dijo.

Yo sonreí un tanto intimidado por lo espontáneo e inesperado de su franqueza.
-            Normal- atiné a decir-. A mí también me hubiese pasado.

Ella sacó de su bolsa un portátil y le enchufó unos auriculares antes que llegase el sonido de inicio de Windows. Yo seguía leyendo mientras, de reojo, miraba qué hacía. Era una de las chicas más guapas que había visto jamás, lo juro. No era una belleza agresiva sino obvia, discreta, en voz baja.

Unos minutos después vino, esta vez sí, el revisor. Yo posé la revista en el asiento para buscar en los bolsillos el billete. Cuando el revisor se había ido y me había vuelto a sentar ella llamó mi atención. “Mira”. Yo miré y me enseñó el mismo ejemplar del Rock de Luxe que yo leía. Me reí. Se rió de forma espontánea, casi infantil.
-     ¿Qué escuchas?
-     El “Down Colorful hill” de Red House Painters- contesté.
-     Oh, ¡Qué bonito! ¿Conoces a Ben and Bruno?.
-     No.

Confieso que era la primera vez que escuchaba ese nombre. Ella arrancó de un tirón los auriculares. Comenzó a sonar una voz lastimosa sobre una minimalista base de guitarra. Me gustó mucho.
-     Esta es mi favorita. Se llama “New Friend”. Como nosotros.

Lo dijo con una sonrisa que le llenaba la boca. Escuchamos en silencio los tres minutos que dura la canción. Quedé absolutamente enamorado del grupo tras ese primer contacto. Me preguntó qué me había parecido. No sabía qué decirle. Tenía la misma incapacidad para dar una opinión que me ocurre cuando, al salir del cine, me preguntan qué me ha parecido la película sin aún haberla digerido.
-     Me ha gustado. Mucho. Muchísimo, me ha encantado- acerté a decir.
-     Lo sabía. No podía no gustarte.

Estuvimos hablando un par de horas separados por el pasillo. Hablamos de películas, de libros, de trabajos, de nosotros y de música, claro. Ella sugirió ir a la cafetería. Nos tomamos unos cafés sin parar de hablar. Ella gesticulaba mucho con las manos cuando contaba algo lo que le daba un aspecto muy cómico. Era de Madrid y había ido a pasar unos días a casa de su prima en Santander. Regresamos al vagón que seguía igual de desolado que antes de irnos. Ella se sentó frente a mí y dejó el ordenador en su lugar primitivo sonando de fondo, en repeat  el “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Ya ni siquiera pensaba que en menos de cinco horas debería de estar trabajando.

Más tarde se cambió de asiento y se puso junto al mío para cotillear la música que yo llevaba en el mp3: Vashti Bunyan, Animal Collective, Vashti Bunyan y Animal Collective, Red House Painters, Slowdive, Le Mans, Death Cab For Cutie, Girls vs Boys…
-     El disco de Ben and Bruno es el disco que ya no saben, pueden, quieren hacer Death Cab For Cutie.

Escuchándolo pensé que algo de eso había en el.

Ahora que estaba junto a mí me daba apuro mirarle a los ojos tan grandes, tan bonitos, tan cercanos a los míos. Hablamos y seguimos hablando cada vez más de nosotros y menos de las cosas. Ella me advertía que yo no podría soportar el día de trabajo. Me desaparecía el cansancio en cuanto rompía a hablar con su voz tranquila, dulce, siempre sonriente.

En un momento dado, mientras yo hablaba, me besó. Fue un beso rápido, indoloro, inesperado. De los que, tras ocurrir, te preguntas si ha sido o no real. Pero lo era porque al morderme el labio estaba aún el sabor dulce de los suyos. Puso cara de “yonohesido” y sus mofletes se dispararon hacia arriba como si fuesen a salir disparados si sonreía más.

Nos estuvimos besando media hora más. Le pedí su mail.
-     No puedo dártelo.
-     ¿Por?
-     En Madrid, en la estación, me esperan.

Fue un doloroso puñetazo. Ya eran las seis de la mañana.
-     Tengo dos horas para convencerte de que me lo des.

Ella apoyó su cabeza en mi hombro y entrelazó sus dedos con los míos.
-     No servirá de nada.

Esa vez su voz no sonaba cantarina, ni risueña, ni alegre sino pesarosa y amarga. Tras unos minutos tomados de la mano, en silencio, noté su respiración tranquila, ya dormida. La música de Ben and Bruno seguía sonando sin cesar.

“She is a girl friend but not my girlfriend”.

No sé cómo, ni cuándo, pero me dormí. Lo siguiente que pasó es que un empleado de RENFE me despertó porque ya estábamos en Madrid. Medio atontado la busqué con la mirada. No estaba. Ni ella, ni su ordenador, ni una nota de papel. Nada. Se había esfumado.

Con rapidez cogí mis cosas y salí corriendo afuera del tren con la esperanza de que ella estuviese allí o pudiese alcanzarla antes de que se fuese. Aunque estuviese acompañada. Me daba igual. Pero no estaba.

Entré en el metro confuso con dolor de cabeza por el sueño, enfadado conmigo por dormirme, con ella por irse así. Mientras iba en el metro camino del trabajo ya no sabía si en realidad yo estaba loco y no sería más que un sueño que había tenido, un sueño tan intenso que lo confundía con la realidad.

Saqué del bolsillo el mp3 y lo encendí. Al navegar por las carpetas vi un disco que no estaba cuando yo salí de Torrelavega, “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Lo puse.

Nunca más la volví a ver ni en conciertos, bares, la calle o cualquier otro sitio que dadas sus características y gustos debería de frecuentar o conocer. Me hubiese gustado decirle que, años después, el disco no ha salido jamás de mi mp3 por muchos cambios y limpiezas que haya hecho. Algunas veces al escucharlo, como ahora mismo, me cuesta pensar si en realidad fue buena o mala suerte lo que pasó. Unos días pienso que fue buena. Otros que mala. Pero nunca ambas cosas a la vez.


“cause is not the same thing”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario