NEW FRIEND SONG
Hace unos años tras pasar unos días
en casa de mis padres en Torrelavega cuando fui a sacar el billete de vuelta me
dijeron en taquilla que el autobús estaba completo. Y ese era el último del
día. Al día siguiente, a las nueve de la mañana, yo tenía que estar sí o sí en
la oficina para trabajar. Quise no ponerme histérico y busqué en Internet a qué
hora salía el tren desde Torrelavega a Madrid y si había plazas. Encontré uno
que salía a las doce de la noche de mi ciudad y llegaba a Chamartín a las ocho
de la mañana. Iba a ser una paliza tremenda pero, al menos, a las nueve estaría
en el trabajo. Trataría de dormir un rato en el tren. No podría ser más
incómodo que el autobús al que ya estaba acostumbrado. Que la mañana pasase
rápido y luego a dormir una siesta.
A las doce menos diez estaba yo con
mi pequeña maleta en la estación solo y muerto de frío por el viento del norte,
escuchando el mp3 y esperando el tren que llegó cuando faltaba un minuto para
la medianoche. Me metí en el vagón que quise porque no había asientos asignados
y resultó que ese vagón estaba vacío. La verdad es que sentí miedo pero a la
vez me veía ridículo por ese mismo miedo.
Dejé mis cosas sobre la rejilla de
encima de mi cabeza y saqué el Rock de Luxe que había comprado unas horas antes
para acompañar el viaje. El tren arrancó y yo me puse a leer una entrevista a
Iron and Wine.
Pocos minutos después la puerta
trasera del vagón se abrió y yo saqué de mi bolsillo el billete de tren. Pero
no era el revisor. Una chica de una edad que rondaría alguna zona indeterminada
de mediados los veinte, morena, pequeña, preciosa, con unos ojos tan claros que
parecían trasparentarse y marcando los mofletes al sonreír se sentó en los
asientos al otro lado del pasillo.
- Me ha dado
miedo estar sola en el otro vagón, ya ves qué tontería- me dijo.
Yo sonreí un tanto intimidado por
lo espontáneo e inesperado de su franqueza.
- Normal-
atiné a decir-. A mí también me hubiese pasado.
Ella sacó de su bolsa un portátil y
le enchufó unos auriculares antes que llegase el sonido de inicio de Windows.
Yo seguía leyendo mientras, de reojo, miraba qué hacía. Era una de las chicas
más guapas que había visto jamás, lo juro. No era una belleza agresiva sino
obvia, discreta, en voz baja.
Unos minutos después vino, esta vez
sí, el revisor. Yo posé la revista en el asiento para buscar en los bolsillos
el billete. Cuando el revisor se había ido y me había vuelto a sentar ella
llamó mi atención. “Mira”. Yo miré y me enseñó el mismo ejemplar del Rock de
Luxe que yo leía. Me reí. Se rió de forma espontánea, casi infantil.
- ¿Qué escuchas?
- El “Down Colorful hill” de Red House
Painters- contesté.
- Oh, ¡Qué
bonito! ¿Conoces a Ben and Bruno?.
- No.
Confieso que era la primera vez que
escuchaba ese nombre. Ella arrancó de un tirón los auriculares. Comenzó a sonar
una voz lastimosa sobre una minimalista base de guitarra. Me gustó mucho.
- Esta es mi
favorita. Se llama “New Friend”. Como nosotros.
Lo dijo con una sonrisa que le
llenaba la boca. Escuchamos en silencio los tres minutos que dura la canción.
Quedé absolutamente enamorado del grupo tras ese primer contacto. Me preguntó
qué me había parecido. No sabía qué decirle. Tenía la misma incapacidad para
dar una opinión que me ocurre cuando, al salir del cine, me preguntan qué me ha
parecido la película sin aún haberla digerido.
- Me ha
gustado. Mucho. Muchísimo, me ha encantado- acerté a decir.
- Lo sabía. No
podía no gustarte.
Estuvimos hablando un par de horas
separados por el pasillo. Hablamos de películas, de libros, de trabajos, de
nosotros y de música, claro. Ella sugirió ir a la cafetería. Nos tomamos unos
cafés sin parar de hablar. Ella gesticulaba mucho con las manos cuando contaba
algo lo que le daba un aspecto muy cómico. Era de Madrid y había ido a pasar
unos días a casa de su prima en Santander. Regresamos al vagón que seguía igual
de desolado que antes de irnos. Ella se sentó frente a mí y dejó el ordenador
en su lugar primitivo sonando de fondo, en repeat el “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Ya
ni siquiera pensaba que en menos de cinco horas debería de estar trabajando.
Más tarde se cambió de asiento y se
puso junto al mío para cotillear la música que yo llevaba en el mp3: Vashti
Bunyan, Animal Collective, Vashti Bunyan y Animal Collective, Red House
Painters, Slowdive, Le Mans, Death Cab For Cutie, Girls vs Boys…
- El disco de
Ben and Bruno es el disco que ya no saben, pueden, quieren hacer Death Cab For
Cutie.
Escuchándolo pensé que algo de eso
había en el.
Ahora que estaba junto a mí me daba
apuro mirarle a los ojos tan grandes, tan bonitos, tan cercanos a los míos.
Hablamos y seguimos hablando cada vez más de nosotros y menos de las cosas.
Ella me advertía que yo no podría soportar el día de trabajo. Me desaparecía el
cansancio en cuanto rompía a hablar con su voz tranquila, dulce, siempre
sonriente.
En un momento dado, mientras yo
hablaba, me besó. Fue un beso rápido, indoloro, inesperado. De los que, tras
ocurrir, te preguntas si ha sido o no real. Pero lo era porque al morderme el
labio estaba aún el sabor dulce de los suyos. Puso cara de “yonohesido”
y sus mofletes se dispararon hacia arriba como si fuesen a salir disparados si
sonreía más.
Nos estuvimos besando media hora
más. Le pedí su mail.
- No puedo
dártelo.
- ¿Por?
- En Madrid, en
la estación, me esperan.
Fue un doloroso puñetazo. Ya eran
las seis de la mañana.
- Tengo dos
horas para convencerte de que me lo des.
Ella apoyó su cabeza en mi hombro y
entrelazó sus dedos con los míos.
- No servirá de
nada.
Esa vez su voz no sonaba cantarina,
ni risueña, ni alegre sino pesarosa y amarga. Tras unos minutos tomados de la
mano, en silencio, noté su respiración tranquila, ya dormida. La música de Ben
and Bruno seguía sonando sin cesar.
“She is a girl friend but not my girlfriend”.
No sé cómo, ni cuándo, pero me
dormí. Lo siguiente que pasó es que un empleado de RENFE me despertó porque ya
estábamos en Madrid. Medio atontado la busqué con la mirada. No estaba. Ni
ella, ni su ordenador, ni una nota de papel. Nada. Se había esfumado.
Con rapidez cogí mis cosas y salí
corriendo afuera del tren con la esperanza de que ella estuviese allí o pudiese
alcanzarla antes de que se fuese. Aunque estuviese acompañada. Me daba igual.
Pero no estaba.
Entré en el metro confuso con dolor
de cabeza por el sueño, enfadado conmigo por dormirme, con ella por irse así. Mientras
iba en el metro camino del trabajo ya no sabía si en realidad yo estaba loco y
no sería más que un sueño que había tenido, un sueño tan intenso que lo
confundía con la realidad.
Saqué del bolsillo el mp3 y lo
encendí. Al navegar por las carpetas vi un disco que no estaba cuando yo salí
de Torrelavega, “100 Grims Reapers” de Ben and Bruno. Lo puse.
Nunca más la volví a ver ni en
conciertos, bares, la calle o cualquier otro sitio que dadas sus
características y gustos debería de frecuentar o conocer. Me hubiese gustado
decirle que, años después, el disco no ha salido jamás de mi mp3 por muchos
cambios y limpiezas que haya hecho. Algunas veces al escucharlo, como ahora
mismo, me cuesta pensar si en realidad fue buena o mala suerte lo que pasó.
Unos días pienso que fue buena. Otros que mala. Pero nunca ambas cosas a la
vez.
“cause is not the same thing”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario