Creo que toda mi vida, desde que era
muy pequeño, me la he pasado haciendo planes e imaginando qué me
esperaba y, a veces, deseándolo con tanta fuerza que estaba seguro
que pasaría sin remedio. Siempre fantaseaba en cómo sería el
verano, los regalos de Reyes, el curso próximo, cuando fuese a la
universidad, el momento en que me enamorase, cuando me casara y la
excitante vida que me esperaba una vez llegase a lo que consideraba
“ser mayor” (de niño algún lugar impreciso de la veintena en
adelante).
Como a casi todos enfrentar la
realidad a la fantasía nos traía no pocas frustraciones. El verano
era tedioso en muchos momentos, los regalos de Reyes nunca cumplían
las expectativas (familia humilde obliga), el siguiente curso siempre
era muy parecido al anterior, la universidad era como el instituto
pero sin los repetidores que hacían chistes en alto y con muchos
profesores que sólo parecían saber de lo suyo y nada sobre el resto
de cosas, el amor tenía un defecto llamado desamor, el matrimonio,
pues por ahí estará, he escuchado sobre el y, a veces, mi
excitante vida se ha convertido en una pequeña sucesión continua de
decepciones. Sobre todo conmigo mismo.
Pero, a pesar de todo, jamás he dejado
de hacer planes y seguir esperando por un cambio, por algo que diese
sentido a la espera, a las esperas. Porque, a veces, la vida es
básicamente esperar. Y, a veces, esperar da resultados. Y, a veces,
las fantasías sobrepasan las realidades. Y, a veces, uno piensa que
todo lo anterior no era la pérdida de tiempo que parecía sino la
preparación para otra cosa que, en otro momento, en otro lugar con
los mismos protagonistas hubiera sido muy diferente. No hablo del
destino y no me estoy poniendo Paulocoelhesco o al menos no lo estoy
intentando. Hablo de todas esas cosas que ocurren al margen de lo
esperado justo cuando seguíamos esperando. Y que superan, en mucho,
todo lo imaginado, todo lo deseado.
No es sorpresa adivinar que estoy
hablando de J. Hoy es 11 otra vez pero no es un 11 cualquiera. Hoy es el
último 11. Y, a veces, no está mal que algo sea lo último aunque
ese algo haya sido muy bonito, te haya dado muchas alegrías o haya
determinado el amor hacia una persona.
Desde hace un tiempo hago planes que no
son en primera persona del singular y los planes se vuelven
conjuntos. No el tú y el yo sino el nosotros. Y, a veces, es tanta
la emoción que me entra miedo a que se vuelvan como el resto de
planes, deseos, anhelos y acaben por no materializarse. Pero tengo la
estúpida convicción de que sí pasará. Y no es un bobo optimismo
Lo digo porque ya está pasando.
Al pensar en planes recordaba la
canción de Le Mans “Mejor Dormir”. Es una de mis canciones
preferidas de uno de mis grupos favoritos. La sencilla descripción
de lo que puede ser un simple domingo en una pareja de enamorados llena de actos normales, de arrumacos y, por supuesto, de planes en
pareja. Planes como salir a pasear en el coche y perderse y perder el
tiempo. Pero hacerlo juntos. Cuando J y yo planeamos esas cosas,
cuando jugamos a ser encantadoramente convencionales es de los
momentos que más disfruto. Y, a veces, me darían ganas de que sólo
fuese un domingo interminable de planes que dejamos de hacer por
pereza. Por esa pereza que nunca se valora lo suficiente.
Ahora cumpliremos los planes inmediatos
para pasar a los de más adelante. Y, a veces, no podríamos ni
recordarlos. Hay planes para mañana, para el próximo domingo, para
el lunes 20 (¡vamos al cine!) o para el próximo Mayo. Y para la
navidad siguiente y el 2015. Sin miedo a que algunos se nos vayan
quedando por el camino. Sin tiempo a lamentarnos por ellos porque
nosotros, o sea, nosotros, tenemos tantos planes como amor: para
derrochar.