LA HISTORIA MÁS TRISTE JAMÁS CONTADA
Cuando yo tenía doce años mi
hermana mayor compraba la Teleindiscreta. Entonces era una revista muy
diferente a la que fue luego. Era la época en la que regalaban cromos de V, McGyver
o Alf… Recuerdo que siempre se habló de una segunda parte de V. En plena
V-manía, Teleindiscreta dijo que había conseguido “en exclusiva” la
continuación y, durante varias semanas, publicaron una especia de cómic con esa
secuela como guía.
Recuerdo vagamente el argumento que
era algo parecido a que Diana y los suyos creaban un sol artificial que
abrasaba la Tierra y terminaba con las reservas de agua. Vamos como Almería
pero con lagartos más grandes. Al final los chicos de Donovan ganaban gracias a
los polvos rojos.
Mis primeras indagaciones respecto
al sexo se consumaron a través de las revistas para quinceañeras de mi hermana.
Las preguntas sobre cómo masturbar a un noviete de 14 años, la forma menos
dolorosa para la desfloración anal o si había algo de malo en tragarse el
semen, unidos a las narraciones de “así fue mi primera vez” con supuestas
quinceañeras que escribían todas con el mismo estilo (una mezcla entre la
cursilería calentorra de Danielle Steel, y la cursilería a secas de Corín Tellado) me ponían a cien.
Mi hermana compraba esas revistas
porque era fan de A-ha y casi siempre salía algo de ellos en la cima de su
popularidad. Lo que recuerdo con más cariño eran las entrevistas inventadas de
la Superpop que siempre seguían un esquema similar a este:
- preguntas sobre si se
esperaban ese éxito
- preguntas sobre las fans
españolas.
- preguntas sobre cómo les
gustaban los pechos de las chicas, si grandes o pequeños (recuerdo una de esas
supuestas entrevistas a Rob Lowe, en plena borrachera de éxito, que decía algo
como: “a mí me gustan que quepan en una copa de champagne”. Los aficionados a
lo más sórdido de Hollywood recordarán su escándalo con las cintas de video y
las menores, y no parecía quejarse del tamaño de las tetas de sus
coprotagonistas del film casero)
Esta pregunta era invariable y se
la hacían desde a Franco Batiatto (hit en aquel tiempo) o a Jimmy Sommerville
que, dejados atrás Bronsky Beat, era la estrella marciana con los Communards.
Me acuerdo de una portada en la que
salía con cara de pocos amigos Don Johnson y que decía: Corrupción en Miami
peligra porque, en una encuesta entre mujeres norteamericanas, el que hacía
de Ricardo Tubbs, salía elegido como el
hombre más sexy del planeta por delante de él (bueno el titular sería más
corto, pero yo no soy periodista)
Mi hermana tenía dos amigas en el
portal. Una era Antonia, también fan de A-ha, y la otra era Lucía. La madre de
Antonia murió cuando yo era pequeño y fue la primera persona que yo conocí que
había muerto.
Lucía era fan de The Cure y de
Depeche Mode. Vestía como Emily the Strange y todos pensábamos que era muy
rara. Una vez estábamos en su casa y Lucía, que había suspendido siete, quemó
las notas delante de nosotros, en el fregadero. Esto causó en mí una mezcla de
miedo y fascinación atroz hacia el personaje: estaba haciendo algo terrible
(quemar las notas) y siempre vestía de negro. Siniestro era un adjetivo más que
adecuado.
Años después mis padres comprarían
ese apartamento y lo gracioso es que, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que
en lo que hoy es mi habitación cuando vengo a pasar unos días a Torrelavega,
raspado sobre la pared, cerca del techo, apenas imperceptible, hay una
inscripción que dice MODE en mayúsculas, y dentro de la “O”, escrito en pequeño
“depeche”.
En invierno, durante varios años,
tuve que llevar el mismo abrigo azul oscuro de botones en forma de colmillo o
cuerno imitación marfil que odiaba con todo mi alma. Pero era una de las pocas
prendas “buenas” que tenía y se resistía a desgastarse o romperse.
El hermano de Lucía se llamaba
José, era de mi edad, y jugábamos siempre por el barrio. Yo vivía en un barrio
de los de antes, dónde se hacía la vida en la calle. Llegaba del cole,
merendaba un bocata de nocilla, chorizo o jamón y veía Barrio Sésamo y, más
tarde, Los Mundos de Yupi para salir pitando a las aventuras que me esperaban
abajo, en la acera.
También recuerdo practicar inglés
viendo la tele: “Hello, I’m Mazzy”.
Sorolla (que así llamábamos a José
por su apellido) era un chico de una desbordante imaginación. Fue el primero
que tuvo vídeo y nos pasábamos tardes enteras viendo tres veces seguidas “Los
Goonies”, “Exploradores”, o “Admiradora secreta”.
Salir del barrio para ir, no sé, a
La Plaza Mayor, era toda una aventura para unos River Phoenix de medio pelo
como nosotros. O escondernos cuando venía al barrio “El Drogui Ponchi”, un
gitano yonki con sus converse desgastadas, del que se decía que había estado en
la cárcel por matar a un hombre.
Sorolla cazaba arañas y las metía
en un pequeño bote de cristal para hacer “guerras de arañas”. En realidad las
arañas no peleaban sino que morían por asfixia o por falta de alimento
transcurridos unos días.
El padre de Lucía y de Sorolla era
taxista. Murió de cáncer de garganta uno de esos años.
En el barrio éramos mucha gente.
Aparte de Sorolla estaban Rafa y su hermano David, los hijos de la peluquera.
Marquitos, hijo de Quijano (un tipo mezcla entre bonachón e hijo de perra).
Alexis y su hermano Rafita. Darío, Sixto, mis primos Borja y David, mi amigo
José Cipitria al que toda la vida hemos llamado Cipi...
Cipi ha sido, lo que se suele
llamar, mi mejor amigo. Sin él mi adolescencia hubiese sido mucho peor de lo
que en realidad fue. En el instituto empezamos a comprar Rock de Luxe un mes
cada uno menos la de Enero que la comprábamos los dos. Nos juntábamos en el
boulevard con el catálogo de Discoplay, del Sur o de Tipo y elegíamos con
cuidado los discos a pedir para luego intercambiárnoslos y, a la vez, ahorrar
en los gastos de envío.
Hablábamos mucho de cine o de
música pero no de sentimientos. Supongo que a través de la música exorcizábamos
fantasmas con metáforas sobre lo que nos producía tal o cual canción. El
compraba Slint o My Bloody Valentine, y yo Disco Inferno o The Jam. El
“Disintegration”, yo “La Memoire Neuve”. Y luego nos los pasábamos unos días
para disfrutar de los libretos o de la galleta original, antes de grabarlos en
una de las cientos de TDK que duermen hoy en día bajo mi cama en casa de mis
padres.
Como no existía Internet (para
nosotros, hablo de los primeros y mediados 90) algunos discos y, sobre todo,
canciones se convertían en míticos para nosotros. Me acuerdo especialmente de
“Love Will Tear Us Appart” de Joy División, y de “Bela Lugosi’s Dead” de Bauhaus.
Como había que decidir qué discos comprarse pues, por ejemplo, yo podía elegir
comprar uno de Oasis en vez de un recopilatorio de Bauhaus. Ahora parece un
acto estúpido pero en el momento en que salió “Definitive Maybe” parecía una
decisión, cuando menos, razonable para un chico de 16 años.
El caso de “Love Will Tear Us
Appart” fue diferente. Yo tenía el “Closer” y el “Unkown Pleasures” pero...en
ninguno de los discos aparece esa canción. Y comprar un recopilatorio del que
tenía casi todas las canciones sólo por ella, me parecía un despilfarro para
unas decisiones que se tomaban una a una con meditada y matemática precisión.
Cuando pasaron los años y ya escuché ambos temas, del de los de Curtis me
enamoré a la primera escucha, casi al primer segundo, y en cambio Bela
significó una profunda decepción, aunque el tiempo (no mucho) se encargó de
subsanar esa primera impresión.
Casi toda la música que descubrí
por aquella época me ha seguido gustando después aunque también hay grupos que
ya no soporto. Nunca he entendido ese reverencial respeto por la música que fue
importante en tu vida en un momento y que por ello deba seguir gustándote con
el peso de los años. Yo no he tenido problemas en regar con gasolina mi pasado
y hacerlo arder para que no quede ni rastro mientras me quedaba de pie mirando
el crepitar de ese fuego.
Otro de mis amigos del barrio era
Jesús Manuel, al que todos llamábamos “Nene”. Supongo que por su cara de niño,
pero ¿qué cara puede tener un niño cuando es un niño?
Nene siempre fue un bala perdida.
Era el que sacaba de quicio a los profesores, el que levantaba las faldas a las
niñas, el que rompía las ventanas, o el que no iba a clase. Era hijo único y le
daban todo lo que pedía. Cuando la
fiebre del skate él siempre tenía la mejor tabla, y la customizaba cada
poco tiempo, la tuneaba hasta la admiración de los que lo rodeaban. Yo nunca
tuve una tabla. Era, y sigo siendo, torpe. Y además era un objeto caro.
Yo prefería leer a “Los Cinco” o
los seriales de internados de Enyd Blython y fantasear con mi vida en uno de
ellos. Aunque fuesen internados femeninos. Eso era un detalle menor.
Nene empezó a pasar costo en el
instituto y ha estado un par de veces en la cárcel por tráfico de sustancias
mayores. Cuando teníamos trece ó catorce años Nene hizo un viaje con sus padres
para visitar a unos familiares en Dinamarca. Su padre sufrió un accidente
cardiovascular y murió allí. Según me contaron entonces, habían tenido muchos
problemas para traer el cadáver. No sé. Su madre, Telma, hace arreglos de
costura y plancha ropa por toneladas para no sé qué empresa. Ella vivía con un
tipo muy desastrado que la dejó embarazada y luego, simplemente, la dejó.
Otro era mi vecino Elías al que
llamábamos Dios porque daba igual por donde estuvieras que siempre te lo
encontrabas. En el piso donde él vivía, de madrugada, se escuchaba un trajín de
muebles, a veces casi insoportable. A las tres de la mañana y hasta más tarde.
La teoría en mi casa es que la madre no podía dormir y que cambiaba los muebles
de sitio cada noche. Es que la madre de Elías-Dios tenía unas ojeras muy
pronunciadas.
Al barrio venía gente de otros
barrios. El nuestro se llama El Carmen porque estaba donde la clínica El
Carmen. Cuando cerraron la clínica se dejó abandonado mientras decidían qué
hacer con el edificio y el terreno. El resultado es que se llenó de yonkis que
se iban a pinchar allí y que, supongo, hasta vivirían allí. En esos tiempos
teníamos que estar esquivando jeringuillas mientras jugábamos. Más tarde lo
tiraron y construyeron unas dependencias municipales pero el edificio tenía
algo que incumplía algún tipo de normativa y lo derribaron también para hacer
un centro de salud. Hace como tres años tiraron ese centro de salud y lo
hicieron parking municipal. Ahora es un edificio de dependencias judiciales.
A veces, en el barrio, como éramos
medio asilvestrados, hacíamos lo que denominábamos “invasiones” y que
consistían en ir a otro barrio cercano y apedrear a los niños de ese otro
barrio. Tras la invasión nos quedábamos jugando allí hasta que nos aburríamos y
nos volvíamos al nuestro dejando a los vencidos con su territorio natural.
Otras veces era más tranquilo y
sólo jugábamos partidos de basket o de fútbol. O de béisbol. O de Hockey (sobre
asfalto, con sticks hechos por nosotros, con una pelota de tenis como
pastilla). Teníamos las rodillas y los codos llenos de raspaduras y costras
pero era lo normal.
El barrio que más veces invadimos
era La Cepa. En el vivía Ignacio Quintana y era compañero de mi primo Borja en
el colegio Cervantes. Les daba clases quien años más tarde sería la alcaldesa
de Torrelavega, Blanca Rosa Gómez.
Ignacio era casi un adoptado de
nuestro barrio porque se pasaba casi todas las tardes por el. Lo que no evitaba
que cuando nos enfadábamos con él saliese el alma xenófoba que habita en todos
nosotros y le decíamos: “Vete a tu barrio, que este es el nuestro”. Y no era
más que una calle, un jardín, y unas puertas metálicas de garajes que nos
servían de porterías de fútbol.
Ignacio era tartamudo. Cuanto más
nervioso se ponía más tartamudeaba. Me tocó como compañero de clase en tercero
de BUP. No era un mal estudiante y, a pesar de su tartamudeo, siempre andaba
preguntando.
Es extraño que una persona tan
curiosa como yo apenas haya preguntado en clase. Ni en el cole, ni en el
instituto, ni en la universidad… Siempre he tratado de buscarme yo las
respuestas. Supongo que por eso soy tan observador y de lo que me cuentan los
demás, unido a lo que yo deduzco, me hago las composiciones de lugar.
Cuando terminé el instituto dejé de
ver a Ignacio. Me dijeron que se había hecho militar. Hace como siete años me
enteré que se había matado en un accidente de coche. Se empotró contra un
puente. Por lo que me contaron iba tan puesto de éxtasis que en vez de pupilas
le brillaban dos pequeños smilies.
A muchos de ellos no los he vuelto
a ver. A Sorolla o a Nene cada vez que los veo los saludo con una tímida
sonrisa a punto de estallar y un ligero movimiento de cabeza. Nada demasiado
efusivo. Antonia y Lucía están casadas y con hijos. Cipi anda trabajando por
Luxemburgo. De la mayoría no sé nada. Paradójicamente hace mucho que no veo a
Elías.
¿Y yo?. Llevo un abrigo(cosas de la
vida) muy parecido a los que odiaba llevar cuando iba al cole del que prende
una chapa de Sin Chan y, con más de treinta años, me paso más tiempo en el
pasado (musical, sentimental, literario, ideológico) que en el presente o que
en el futuro.
Como si aún no hubiese aprendido a
vivir fuera de aquel barrio.
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