miércoles, 28 de agosto de 2013

Capítulo 2

LA HISTORIA MÁS TRISTE JAMÁS CONTADA

Cuando yo tenía doce años mi hermana mayor compraba la Teleindiscreta. Entonces era una revista muy diferente a la que fue luego. Era la época en la que regalaban cromos de V, McGyver o Alf… Recuerdo que siempre se habló de una segunda parte de V. En plena V-manía, Teleindiscreta dijo que había conseguido “en exclusiva” la continuación y, durante varias semanas, publicaron una especia de cómic con esa secuela como guía.

Recuerdo vagamente el argumento que era algo parecido a que Diana y los suyos creaban un sol artificial que abrasaba la Tierra y terminaba con las reservas de agua. Vamos como Almería pero con lagartos más grandes. Al final los chicos de Donovan ganaban gracias a los polvos rojos.

Mis primeras indagaciones respecto al sexo se consumaron a través de las revistas para quinceañeras de mi hermana. Las preguntas sobre cómo masturbar a un noviete de 14 años, la forma menos dolorosa para la desfloración anal o si había algo de malo en tragarse el semen, unidos a las narraciones de “así fue mi primera vez” con supuestas quinceañeras que escribían todas con el mismo estilo (una mezcla entre la cursilería calentorra de Danielle Steel, y la cursilería  a secas de Corín Tellado) me ponían a cien.

Mi hermana compraba esas revistas porque era fan de A-ha y casi siempre salía algo de ellos en la cima de su popularidad. Lo que recuerdo con más cariño eran las entrevistas inventadas de la Superpop que siempre seguían un esquema similar a este:
-            preguntas sobre si se esperaban ese éxito
-            preguntas sobre las fans españolas.
-            preguntas sobre cómo les gustaban los pechos de las chicas, si grandes o pequeños (recuerdo una de esas supuestas entrevistas a Rob Lowe, en plena borrachera de éxito, que decía algo como: “a mí me gustan que quepan en una copa de champagne”. Los aficionados a lo más sórdido de Hollywood recordarán su escándalo con las cintas de video y las menores, y no parecía quejarse del tamaño de las tetas de sus coprotagonistas del film casero)

Esta pregunta era invariable y se la hacían desde a Franco Batiatto (hit en aquel tiempo) o a Jimmy Sommerville que, dejados atrás Bronsky Beat, era la estrella marciana con los Communards.

Me acuerdo de una portada en la que salía con cara de pocos amigos Don Johnson y que decía: Corrupción en Miami peligra porque, en una encuesta entre mujeres norteamericanas, el que hacía de  Ricardo Tubbs, salía elegido como el hombre más sexy del planeta por delante de él (bueno el titular sería más corto, pero yo no soy periodista)

Mi hermana tenía dos amigas en el portal. Una era Antonia, también fan de A-ha, y la otra era Lucía. La madre de Antonia murió cuando yo era pequeño y fue la primera persona que yo conocí que había muerto.

Lucía era fan de The Cure y de Depeche Mode. Vestía como Emily the Strange y todos pensábamos que era muy rara. Una vez estábamos en su casa y Lucía, que había suspendido siete, quemó las notas delante de nosotros, en el fregadero. Esto causó en mí una mezcla de miedo y fascinación atroz hacia el personaje: estaba haciendo algo terrible (quemar las notas) y siempre vestía de negro. Siniestro era un adjetivo más que adecuado.

Años después mis padres comprarían ese apartamento y lo gracioso es que, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que en lo que hoy es mi habitación cuando vengo a pasar unos días a Torrelavega, raspado sobre la pared, cerca del techo, apenas imperceptible, hay una inscripción que dice MODE en mayúsculas, y dentro de la “O”, escrito en pequeño “depeche”.

En invierno, durante varios años, tuve que llevar el mismo abrigo azul oscuro de botones en forma de colmillo o cuerno imitación marfil que odiaba con todo mi alma. Pero era una de las pocas prendas “buenas” que tenía y se resistía a desgastarse o romperse.

El hermano de Lucía se llamaba José, era de mi edad, y jugábamos siempre por el barrio. Yo vivía en un barrio de los de antes, dónde se hacía la vida en la calle. Llegaba del cole, merendaba un bocata de nocilla, chorizo o jamón y veía Barrio Sésamo y, más tarde, Los Mundos de Yupi para salir pitando a las aventuras que me esperaban abajo, en la acera.

También recuerdo practicar inglés viendo la tele: “Hello, I’m Mazzy”.

Sorolla (que así llamábamos a José por su apellido) era un chico de una desbordante imaginación. Fue el primero que tuvo vídeo y nos pasábamos tardes enteras viendo tres veces seguidas “Los Goonies”, “Exploradores”, o “Admiradora secreta”.

Salir del barrio para ir, no sé, a La Plaza Mayor, era toda una aventura para unos River Phoenix de medio pelo como nosotros. O escondernos cuando venía al barrio “El Drogui Ponchi”, un gitano yonki con sus converse desgastadas, del que se decía que había estado en la cárcel por matar a un hombre.

Sorolla cazaba arañas y las metía en un pequeño bote de cristal para hacer “guerras de arañas”. En realidad las arañas no peleaban sino que morían por asfixia o por falta de alimento transcurridos unos días.

El padre de Lucía y de Sorolla era taxista. Murió de cáncer de garganta uno de esos años.

En el barrio éramos mucha gente. Aparte de Sorolla estaban Rafa y su hermano David, los hijos de la peluquera. Marquitos, hijo de Quijano (un tipo mezcla entre bonachón e hijo de perra). Alexis y su hermano Rafita. Darío, Sixto, mis primos Borja y David, mi amigo José Cipitria al que toda la vida hemos llamado Cipi...

Cipi ha sido, lo que se suele llamar, mi mejor amigo. Sin él mi adolescencia hubiese sido mucho peor de lo que en realidad fue. En el instituto empezamos a comprar Rock de Luxe un mes cada uno menos la de Enero que la comprábamos los dos. Nos juntábamos en el boulevard con el catálogo de Discoplay, del Sur o de Tipo y elegíamos con cuidado los discos a pedir para luego intercambiárnoslos y, a la vez, ahorrar en los gastos de envío.

Hablábamos mucho de cine o de música pero no de sentimientos. Supongo que a través de la música exorcizábamos fantasmas con metáforas sobre lo que nos producía tal o cual canción. El compraba Slint o My Bloody Valentine, y yo Disco Inferno o The Jam. El “Disintegration”, yo “La Memoire Neuve”. Y luego nos los pasábamos unos días para disfrutar de los libretos o de la galleta original, antes de grabarlos en una de las cientos de TDK que duermen hoy en día bajo mi cama en casa de mis padres.

Como no existía Internet (para nosotros, hablo de los primeros y mediados 90) algunos discos y, sobre todo, canciones se convertían en míticos para nosotros. Me acuerdo especialmente de “Love Will Tear Us Appart” de Joy División, y de “Bela Lugosi’s Dead” de Bauhaus. Como había que decidir qué discos comprarse pues, por ejemplo, yo podía elegir comprar uno de Oasis en vez de un recopilatorio de Bauhaus. Ahora parece un acto estúpido pero en el momento en que salió “Definitive Maybe” parecía una decisión, cuando menos, razonable para un chico de 16 años.

El caso de “Love Will Tear Us Appart” fue diferente. Yo tenía el “Closer” y el “Unkown Pleasures” pero...en ninguno de los discos aparece esa canción. Y comprar un recopilatorio del que tenía casi todas las canciones sólo por ella, me parecía un despilfarro para unas decisiones que se tomaban una a una con meditada y matemática precisión. Cuando pasaron los años y ya escuché ambos temas, del de los de Curtis me enamoré a la primera escucha, casi al primer segundo, y en cambio Bela significó una profunda decepción, aunque el tiempo (no mucho) se encargó de subsanar esa primera impresión.

Casi toda la música que descubrí por aquella época me ha seguido gustando después aunque también hay grupos que ya no soporto. Nunca he entendido ese reverencial respeto por la música que fue importante en tu vida en un momento y que por ello deba seguir gustándote con el peso de los años. Yo no he tenido problemas en regar con gasolina mi pasado y hacerlo arder para que no quede ni rastro mientras me quedaba de pie mirando el crepitar de ese fuego.

Otro de mis amigos del barrio era Jesús Manuel, al que todos llamábamos “Nene”. Supongo que por su cara de niño, pero ¿qué cara puede tener un niño cuando es un niño?

Nene siempre fue un bala perdida. Era el que sacaba de quicio a los profesores, el que levantaba las faldas a las niñas, el que rompía las ventanas, o el que no iba a clase. Era hijo único y le daban todo lo que pedía.  Cuando la fiebre del skate él siempre tenía la mejor tabla, y la customizaba cada poco tiempo, la tuneaba hasta la admiración de los que lo rodeaban. Yo nunca tuve una tabla. Era, y sigo siendo, torpe. Y además era un objeto caro.

Yo prefería leer a “Los Cinco” o los seriales de internados de Enyd Blython y fantasear con mi vida en uno de ellos. Aunque fuesen internados femeninos. Eso era un detalle menor.

Nene empezó a pasar costo en el instituto y ha estado un par de veces en la cárcel por tráfico de sustancias mayores. Cuando teníamos trece ó catorce años Nene hizo un viaje con sus padres para visitar a unos familiares en Dinamarca. Su padre sufrió un accidente cardiovascular y murió allí. Según me contaron entonces, habían tenido muchos problemas para traer el cadáver. No sé. Su madre, Telma, hace arreglos de costura y plancha ropa por toneladas para no sé qué empresa. Ella vivía con un tipo muy desastrado que la dejó embarazada y luego, simplemente, la dejó.

Otro era mi vecino Elías al que llamábamos Dios porque daba igual por donde estuvieras que siempre te lo encontrabas. En el piso donde él vivía, de madrugada, se escuchaba un trajín de muebles, a veces casi insoportable. A las tres de la mañana y hasta más tarde. La teoría en mi casa es que la madre no podía dormir y que cambiaba los muebles de sitio cada noche. Es que la madre de Elías-Dios tenía unas ojeras muy pronunciadas.

Al barrio venía gente de otros barrios. El nuestro se llama El Carmen porque estaba donde la clínica El Carmen. Cuando cerraron la clínica se dejó abandonado mientras decidían qué hacer con el edificio y el terreno. El resultado es que se llenó de yonkis que se iban a pinchar allí y que, supongo, hasta vivirían allí. En esos tiempos teníamos que estar esquivando jeringuillas mientras jugábamos. Más tarde lo tiraron y construyeron unas dependencias municipales pero el edificio tenía algo que incumplía algún tipo de normativa y lo derribaron también para hacer un centro de salud. Hace como tres años tiraron ese centro de salud y lo hicieron parking municipal. Ahora es un edificio de dependencias judiciales.

A veces, en el barrio, como éramos medio asilvestrados, hacíamos lo que denominábamos “invasiones” y que consistían en ir a otro barrio cercano y apedrear a los niños de ese otro barrio. Tras la invasión nos quedábamos jugando allí hasta que nos aburríamos y nos volvíamos al nuestro dejando a los vencidos con su territorio natural.

Otras veces era más tranquilo y sólo jugábamos partidos de basket o de fútbol. O de béisbol. O de Hockey (sobre asfalto, con sticks hechos por nosotros, con una pelota de tenis como pastilla). Teníamos las rodillas y los codos llenos de raspaduras y costras pero era lo normal.

El barrio que más veces invadimos era La Cepa. En el vivía Ignacio Quintana y era compañero de mi primo Borja en el colegio Cervantes. Les daba clases quien años más tarde sería la alcaldesa de Torrelavega, Blanca Rosa Gómez.

Ignacio era casi un adoptado de nuestro barrio porque se pasaba casi todas las tardes por el. Lo que no evitaba que cuando nos enfadábamos con él saliese el alma xenófoba que habita en todos nosotros y le decíamos: “Vete a tu barrio, que este es el nuestro”. Y no era más que una calle, un jardín, y unas puertas metálicas de garajes que nos servían de porterías de fútbol.

Ignacio era tartamudo. Cuanto más nervioso se ponía más tartamudeaba. Me tocó como compañero de clase en tercero de BUP. No era un mal estudiante y, a pesar de su tartamudeo, siempre andaba preguntando.

Es extraño que una persona tan curiosa como yo apenas haya preguntado en clase. Ni en el cole, ni en el instituto, ni en la universidad… Siempre he tratado de buscarme yo las respuestas. Supongo que por eso soy tan observador y de lo que me cuentan los demás, unido a lo que yo deduzco, me hago las composiciones de lugar.

Cuando terminé el instituto dejé de ver a Ignacio. Me dijeron que se había hecho militar. Hace como siete años me enteré que se había matado en un accidente de coche. Se empotró contra un puente. Por lo que me contaron iba tan puesto de éxtasis que en vez de pupilas le brillaban dos pequeños smilies.

A muchos de ellos no los he vuelto a ver. A Sorolla o a Nene cada vez que los veo los saludo con una tímida sonrisa a punto de estallar y un ligero movimiento de cabeza. Nada demasiado efusivo. Antonia y Lucía están casadas y con hijos. Cipi anda trabajando por Luxemburgo. De la mayoría no sé nada. Paradójicamente hace mucho que no veo a Elías.

¿Y yo?. Llevo un abrigo(cosas de la vida) muy parecido a los que odiaba llevar cuando iba al cole del que prende una chapa de Sin Chan y, con más de treinta años, me paso más tiempo en el pasado (musical, sentimental, literario, ideológico) que en el presente o que en el futuro.

Como si aún no hubiese aprendido a vivir fuera de aquel barrio.



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