EL INFIERNO
Pasados muchos años en la retina de
mi memoria la imagen de la foto de Romy vestida de novia para la película “El
infierno” de Henry-Georges Clouzot aún palpitaba con bastante fuerza. En alguna
web de cine a mediados de la década pasada leí que habían encontrado un
material que se creía perdido relacionado con esa película pero tampoco había
más información sobre el asunto. Silencio. Olvido.
Cuando se anunciaron las películas que participarían en Cannes en 2009 para mi sorpresa vi que estaba un documental sobre la historia de esta película inacabada. Busqué algo de información sobre ella y la historia no podía ser más apasionante. El documentalista Serge Bromberg se quedó encerrado en un ascensor durante dos horas con una mujer de cierta edad. Cuando comenzaron a hablar y él reveló que era un cineasta ella dijo que también estaba relacionada con el mundo del cine. Su nombre era Inés de González y era viuda de un famoso y venerado cineasta francés: Henri-Georges Clouzot. La conversación en el ascensor fue más fructífera que la de una intrascendente sobre el tiempo. Una parte en concreto llamó la atención de forma arrebatadora a Bromberg. La historia de una película que jamás llegó a terminarse, una película llamada a revolucionar el cine de la época y que, tras comenzar el rodaje, toda una serie de catástrofes buscadas o no terminaron por dejar en estado de shock al equipo y cancelar la producción. Una película que iban protagonizar un consolidado galán italofrancés, Serge Reggiani, y una de las mayores estrellas del cine europeo, Romy Schneider. Esa película se llama “L’enfer”.
Bromberg había sabido de ella por la misma razón que los demás, la versión que rodó de aquella historia Claude Chabrol. Inés de González envió años antes a Chabrol el guión pensando que podría tener interés para este y tanto le gustó que decidió que sería su siguiente proyecto. Una historia de celos enfermizos protagonizada por una preciosa Enmanuel Beart. El interés de Chabrol en su versión no pasaba del habitual en su cine: el retrato de la burguesía del interior francés, sus miedos, sus envidias y, en resumen, sus miserias en resumen. La película no dejaba de ser un Chabrol (muy) menor, entretenido, un tanto pedestre y burdo en las recreaciones de las ensoñaciones sicópatas del marido celoso y que no pasará ni a la historia del cine ni a la de la carrera de los implicados. Además, en un extraño movimiento, cambió incluso los nombres de los personajes principales. Mientras que en el guión original sus nombres Odette y Marcel hacían referencia a “En Busca De El Tiempo Perdido” de Proust en la versión más reciente eran vaciados de significado y pasaban a ser Nelly y Paul.
Cuando se anunciaron las películas que participarían en Cannes en 2009 para mi sorpresa vi que estaba un documental sobre la historia de esta película inacabada. Busqué algo de información sobre ella y la historia no podía ser más apasionante. El documentalista Serge Bromberg se quedó encerrado en un ascensor durante dos horas con una mujer de cierta edad. Cuando comenzaron a hablar y él reveló que era un cineasta ella dijo que también estaba relacionada con el mundo del cine. Su nombre era Inés de González y era viuda de un famoso y venerado cineasta francés: Henri-Georges Clouzot. La conversación en el ascensor fue más fructífera que la de una intrascendente sobre el tiempo. Una parte en concreto llamó la atención de forma arrebatadora a Bromberg. La historia de una película que jamás llegó a terminarse, una película llamada a revolucionar el cine de la época y que, tras comenzar el rodaje, toda una serie de catástrofes buscadas o no terminaron por dejar en estado de shock al equipo y cancelar la producción. Una película que iban protagonizar un consolidado galán italofrancés, Serge Reggiani, y una de las mayores estrellas del cine europeo, Romy Schneider. Esa película se llama “L’enfer”.
Bromberg había sabido de ella por la misma razón que los demás, la versión que rodó de aquella historia Claude Chabrol. Inés de González envió años antes a Chabrol el guión pensando que podría tener interés para este y tanto le gustó que decidió que sería su siguiente proyecto. Una historia de celos enfermizos protagonizada por una preciosa Enmanuel Beart. El interés de Chabrol en su versión no pasaba del habitual en su cine: el retrato de la burguesía del interior francés, sus miedos, sus envidias y, en resumen, sus miserias en resumen. La película no dejaba de ser un Chabrol (muy) menor, entretenido, un tanto pedestre y burdo en las recreaciones de las ensoñaciones sicópatas del marido celoso y que no pasará ni a la historia del cine ni a la de la carrera de los implicados. Además, en un extraño movimiento, cambió incluso los nombres de los personajes principales. Mientras que en el guión original sus nombres Odette y Marcel hacían referencia a “En Busca De El Tiempo Perdido” de Proust en la versión más reciente eran vaciados de significado y pasaban a ser Nelly y Paul.
Tras ser rescatados del ascensor
Bromberg pide ver el material que, según la viuda de Clouzot, se había rodado y
estaba guardado en un laboratorio. Muchas horas de imagen y sonido. El cineasta
intuye que ahí hay una película y, tras ver el material, queda fascinado.
Quince horas de imágenes y más de treinta de banda de sonido sin imágenes, con
diálogos, sonidos, efectos...lo que encuentra es una joya fantástica que trata
de reconstruir con el libreto en mano. Es complicado porque la película
pretendía romper todos los esquemas del cine de su época, hacerlo avanzar de un
salto a una forma de arte casi conceptual.
En esa época Clouzot estaba obsesionado con “8 y medio” de Fellini, con romper y hacer pedazos la narrativa y la lógica cinematográfica y dar un paso más allá. También con la magistral “La Aventura” de Antonioni. Un cine que se abría paso en ese momento en el que Clouzot estaba siendo muy criticado por una panda de jóvenes airados que comenzaban a hacer un cine distinto y radical y a los que denominaron Nouvelle Vague que le veían como representante de un cine asfixiado por el guión y la planificación. Esta película podía representar para él su reivindicación y su demostración de fuerza ante ellos de estar cien pasos por delante.
Además se interesó por artistas visuales que hacían arte cinético. Gente como Yvaral o Vasarely que trascendían la representación artística tradicional para crear objetos en los que el punto de vista, el espacio y la transformación pasaba a ser parte conceptual del objeto artístico. Quería introducir esos mismos conceptos pero en el cine. Clouzot llevaba cuatro años sin hacer películas y la industria francesa confiaba a ciegas en él tras haber dado obras mayores como “El Salario Del Miedo” o “Las Diabólicas”. Su nombre era tan poderoso y se rumoreaba que esa película sería un antes y un después que un día se presentaron jefes de estudio de Columbia Pictures desde los Estados Unidos y pidieron ver esas pruebas de antes del rodaje. Tras eso, sin leer el guión, se reunieron con la parte francesa de la producción y dijeron: presupuesto sin límites. Un proyecto tan ambicioso necesitaba de libertad absoluta y el dinero no sería ya el problema.
Clouzot se vuelve absolutamente demente. Contratan un equipo de 150 personas, dos directores de fotografía de entre los mejores del momento, forma tres equipos para que nunca se detenga el rodaje pero como quiere supervisar los tres jamás están activos dos y como en el primero de ellos exprime cada milímetro para que quede como él quiere al final todo se hace inoperativo. Tortura a los actores con peticiones salvajes. Inventa sistemas de color, quiere teñir un lago natural donde se desarrolla parte de la acción, crean lentes especiales para dotar a la foto de nuevos tonos, juega a experimentar con sonidos, efectos especiales insólitos...todo ello sin límite. Sin más límite que la paciencia de todos los que le rodean. Su cabeza echa humo y tiene graves enfrentamientos con Reggiani que explotan el día que hace correr al actor durante horas, sin apenas descanso, sólo para filmarlo agotado realmente. Horas y horas corriendo para un sólo plano que quizá jamás se fuese a usar. Reggiani no se presenta al rodaje más y argumenta que está enfermo. Esto destroza los planes y se piensa en sustituir por otro actor, quizá Jean Louis Trintignac amigo de Romy Schneider y estrella del cine galo.
En esa época Clouzot estaba obsesionado con “8 y medio” de Fellini, con romper y hacer pedazos la narrativa y la lógica cinematográfica y dar un paso más allá. También con la magistral “La Aventura” de Antonioni. Un cine que se abría paso en ese momento en el que Clouzot estaba siendo muy criticado por una panda de jóvenes airados que comenzaban a hacer un cine distinto y radical y a los que denominaron Nouvelle Vague que le veían como representante de un cine asfixiado por el guión y la planificación. Esta película podía representar para él su reivindicación y su demostración de fuerza ante ellos de estar cien pasos por delante.
Además se interesó por artistas visuales que hacían arte cinético. Gente como Yvaral o Vasarely que trascendían la representación artística tradicional para crear objetos en los que el punto de vista, el espacio y la transformación pasaba a ser parte conceptual del objeto artístico. Quería introducir esos mismos conceptos pero en el cine. Clouzot llevaba cuatro años sin hacer películas y la industria francesa confiaba a ciegas en él tras haber dado obras mayores como “El Salario Del Miedo” o “Las Diabólicas”. Su nombre era tan poderoso y se rumoreaba que esa película sería un antes y un después que un día se presentaron jefes de estudio de Columbia Pictures desde los Estados Unidos y pidieron ver esas pruebas de antes del rodaje. Tras eso, sin leer el guión, se reunieron con la parte francesa de la producción y dijeron: presupuesto sin límites. Un proyecto tan ambicioso necesitaba de libertad absoluta y el dinero no sería ya el problema.
Clouzot se vuelve absolutamente demente. Contratan un equipo de 150 personas, dos directores de fotografía de entre los mejores del momento, forma tres equipos para que nunca se detenga el rodaje pero como quiere supervisar los tres jamás están activos dos y como en el primero de ellos exprime cada milímetro para que quede como él quiere al final todo se hace inoperativo. Tortura a los actores con peticiones salvajes. Inventa sistemas de color, quiere teñir un lago natural donde se desarrolla parte de la acción, crean lentes especiales para dotar a la foto de nuevos tonos, juega a experimentar con sonidos, efectos especiales insólitos...todo ello sin límite. Sin más límite que la paciencia de todos los que le rodean. Su cabeza echa humo y tiene graves enfrentamientos con Reggiani que explotan el día que hace correr al actor durante horas, sin apenas descanso, sólo para filmarlo agotado realmente. Horas y horas corriendo para un sólo plano que quizá jamás se fuese a usar. Reggiani no se presenta al rodaje más y argumenta que está enfermo. Esto destroza los planes y se piensa en sustituir por otro actor, quizá Jean Louis Trintignac amigo de Romy Schneider y estrella del cine galo.
Pero nada de esto ocurre. La
presión supera a todos incluido, al fin, a Clouzot, y su corazón dice basta
teniendo un ataque que le lleva al hospital y, al poco, declaran suspendido el
rodaje para siempre. Aunque aún rodaría alguna otra película ya jamás recuperá
su posición en la industria aún respetando su estatus de gran creador. Romy se
siente muy decepcionada porque está segura que era el papel que acabaría al fin
hacer olvidar los papeles de la etapa de Sissi de una década antes, aunque a
esa altura ella ya había trabajado con Welles, Visconti o Preminger.
Toda esta historia se explica en el excelente documental de Bromber y Ruxandra Medrea “El Infierno de Henri-Georges Clouzot”. El gran valor de la película es, sin duda, el editar en lo posible el material existente y hacer al espectador un frustrado guionista tratando de recomponer los espacios vacíos. La imaginería visual es apabullante. Imaginar un resultado en el que con un gran presupuesto y estrellas había ecos y anticipaciones a cines que estaban naciendo en esos momentos fuera del circuito comercial en gente como Standish Lawder, Jonas Mekas o Kenneth Anger. Que pertenece a ese mundo da fe un vídeo en youtube titulado por su autor, un tal “facedebouc1”, quizá de forma un poco pedante “Essai sur l’enfer”. Durante casi nueve minutos extractos de la película se suceden acompañados de la música del trabajo conjunto de Stereolab y Nurse With Wound. La sincronía de los dos elementos, imagen y música, es perfecta. Parecen creados el uno para el otro. Imágenes de gran impacto junto a música incómoda, poco convencional como siempre acostumbraba en su lado más arty, más experimental, siempre hacia adelante un grupo como Stereolab. Una orgía para disfrutar y ensimismarse.
Toda esta historia se explica en el excelente documental de Bromber y Ruxandra Medrea “El Infierno de Henri-Georges Clouzot”. El gran valor de la película es, sin duda, el editar en lo posible el material existente y hacer al espectador un frustrado guionista tratando de recomponer los espacios vacíos. La imaginería visual es apabullante. Imaginar un resultado en el que con un gran presupuesto y estrellas había ecos y anticipaciones a cines que estaban naciendo en esos momentos fuera del circuito comercial en gente como Standish Lawder, Jonas Mekas o Kenneth Anger. Que pertenece a ese mundo da fe un vídeo en youtube titulado por su autor, un tal “facedebouc1”, quizá de forma un poco pedante “Essai sur l’enfer”. Durante casi nueve minutos extractos de la película se suceden acompañados de la música del trabajo conjunto de Stereolab y Nurse With Wound. La sincronía de los dos elementos, imagen y música, es perfecta. Parecen creados el uno para el otro. Imágenes de gran impacto junto a música incómoda, poco convencional como siempre acostumbraba en su lado más arty, más experimental, siempre hacia adelante un grupo como Stereolab. Una orgía para disfrutar y ensimismarse.
La belleza de Romy en la película
es desarmante. Es probable que jamás, y es mucho decir, apareciese tan
magnética, adorable, sexual, turbadora, e inalcanzablemente cruel por la
ansiedad que me produce el pensamiento de no asistir al espectáculo de ser ella
misma ante mí.
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