martes, 3 de septiembre de 2013

Capítulo 8

A WHOLE WIDE WORLD AHEAD

A mí me gustan las cosas en general. Y luego me gustan otras en particular.

A mí me gusta la música y la tele. Y a veces me gusta el cine y los libros. Pero sólo a veces.

Me gustan las patatas fritas, el salmón ahumado y las anchoas de Santoña.

Me gusta viajar pero me dan miedo los aviones. Y alguna que otra vez me gustan los aviones pero me da miedo viajar.

Me gustan las chicas, los chicos, y varios cachivaches más. Y así ha sido desde que recuerdo.

Mis recuerdos no van más allá de los ocho ó nueve años hacia adelante. Por alguna extraña razón tengo bloqueados, si exceptuamos pequeños detalles, esa zona de mi vida. Supongo que esto, de aquí en unos años más, me costará una millonada en psicoanalistas.  Al tiempo.

Pero ahora estoy en una clase y a nadie le importa mi futuro. Y a mí menos que a nadie.

Tengo más de treinta años. Pero una vez tuve catorce. Y cuando eres un chico acomplejado de catorce años sólo tienes dos intereses en tu vida: las chicas y otra cosa. La otra cosa es a elección de cada individuo de catorce años.

Mi otra cosa era el cine. Y lo vivía como una especie de parafilia vergonzosa y vergonzante que había que ocultar.

Ese año me regalaron una cámara de vídeo. Me sentí feliz. Después me senté feliz. Y un rato más tarde comencé a pensar a qué dedicaría mis interminables y solitarias tardes.

Experimenté de forma y maneras diversas y, una noche que mis padres habían salido a cenar, decidí incursionar en el mundo de la pornografía cinematográfica. Así, como suena.

El problema es que estaba solo y eso no iba a cambiar. Decidí buscarme una pareja que no pusiese demasiadas pegas y elegí un oso de peluche gigante. Pero cuando digo gigante, estoy diciendo gi-gan-te.

En medio folio esbocé una trama sencilla y divertida para, unos minutos más tarde, comenzar el rodaje. En primer lugar me motivé yo y después pasé a motivar al infeliz oso.

No se quejó ni una sola vez a pesar de que esa noche probó el sexo oral, el anal, el masoquismo, el bondage y todo lo que se me fue ocurriendo. Y eso que, yo sospecho, mi oso era aún virgen.

El rodaje terminó y tuve entre mis manos el resultado. Lo vi un par de veces en compañía de mi suave amigo y, acto seguido, procedí a su eliminación vía borrado. Era demasiado peligroso tenerlo a mano y poder ser descubierto.

Alguna vez he tenido la tentación de contárselo a alguien, pero siempre me pareció demasiado deshonesto. No por mí, sino por contar las intimidades de mi oso.

Después de eso las cosas cambiaron entre él y yo. Nunca más le volví a hablar. Y desde entonces observo un extraño halo de tristeza en su gracioso morro.

Pero no me atrevo a preguntarle.








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