viernes, 11 de octubre de 2013

J y Yo

Conocí a J por casualidad como suelen pasar estas cosas. Fue un 11. Al rato ella dijo “hola” y ese “hola” cambió todo. Me cuesta hablar de J porque ella es una persona diferente a todas las que he conocido hasta ahora. Me gusta hablar con J porque sonríe y, muchas veces, esa sonrisa estalla en risa contagiosa para volver a su estado natural de sonrisa. La primera vez que hablé con J pensé que su voz era demasiado grave que no pegaba con su cara tan blanca que, a veces, parece que se transparenta. Pero no. Con el tiempo su voz es indisociable de su cara. Una cara que me tiene hipnotizado. Porque cuando me mira me quedo paralizado y se me olvida que existe algo fuera de eso.

J no es una persona como las demás. J me ve como soy. Y nadie me había visto como soy hasta ahora. Pero ella lo consigue. Y lo que ve le gusta. Así que J con naturalidad, sin darle importancia, me hace ser mejor cada día porque con ella no tengo que tratar de adaptarme a las hechuras del mundo porque nuestro mundo se adapta a nuestros tamaños.

J es pequeña. Y yo soy pequeño. Cabemos en cualquier parte y por eso nos podemos esconder de los ojos de los demás en cualquier momento. Aunque estemos rodeados de gente. Ella dice un “hola” y esa es la señal de que quiere que nos escabullamos, que estemos a solas y que nadie nos moleste. Que nos quedaremos mirándonos fijamente durante minutos sin decir nada, ella sonriendo y yo muerto de vergüenza y de amor.

J tiene un secreto y ese secreto soy yo. Cuando me muestra los discos en la habitación para decidir cuál poner sé que cada uno de ellos le importa. Como ha de ser cuando uno compra y tiene un disco. A veces abre la caja y dentro no está el disco y pone cara de sorpresa y yo me río. Y así pasamos el rato esperando el siguiente.

J y yo podemos jugar a ser Las Vírgenes Suicidas y hablarnos mediante canciones, sin tener que decir una palabra. Me gusta escuchar cómo se emociona con algo que le gusta y cómo calla cuando digo algo que acelera su pulso. Y aunque, a veces, me dice que no debería decir esas cosas yo espero el momento en que volver a decir algo nuevo, algo que no estaba previsto y jugar a desarmarla para que piense que jamás serán las cosas iguales, que no habrá rutina y que cada día podemos encontrar nuevas reglas que imponer para romperlas al final del día.

J es la persona más valiente que conozco. J trabaja rodeada de gente que por ser hombre piensa que sabe más o sabe mejor hacer el trabajo que ella. Pero no es verdad. J es mejor y lo demuestra aunque tenga que demostrarlo el doble para ser reconocida lo mismo. Admiro a J. No puedo querer a alguien que no admire. Tampoco puedo querer a alguien que no le gusten The Beach Boys y a J le gustan The Beach Boys. Pero J es doblemente valiente porque está siendo valiente por mí. Se está arriesgando por mí. Y lo sabe. Y puede perder mucho pero se arriesga. Por mí.

J me pregunta muchas veces porqué la quiero. Una día le dije que había esperado por ella muchos años. Ella rió y me dijo que no nos conocíamos hace años. Y yo le respondí que sí, que yo sabía que ella existía pero que no sabía quién era. Sólo era cuestión de encontrar en qué persona se escondía. Pero yo sabía que J existía. Cómo no saberlo si  la había imaginado por años y en una semana ya sabía que era ella la que imaginaba. Cuando uno piensa en que se enamorará fantasea con una serie de ideales. A las personas que va encontrando las hace encajar en el molde de sus fantasías. Unas caben mejor que otras. Algunas hay que empujar y otras pueden cubrir una parte grande de ese molde y uno preguntarse si era la persona perfecta al quedar tan ajustada a el. Pero con J es diferente. J no encajaba en el molde de lo que quería. J era el molde.

A veces J me pregunta si yo existo. Y tengo que pasar un rato convenciéndola que sí, que existo. Que me puede ver y escuchar. J y yo hacemos planes. Pero a veces se asusta y hace como si no los hubiéramos hecho. Pero los planes están hechos y los planes son para ser realizados.

J enfermó de faringitis y entre el delirio de la fiebre alta, altísima, y su debilidad tomé las riendas para cuidarla. Y no pudo negarse. Fue la mejor enferma que uno puede desear. Y además ha prometido dejar de fumar. Se pasaba el día metida en la cama y, cuando llegaba la noche, dejaba que yo le hablase y le hablase, le contara historias de mí que quería conocer hasta que, agotada, se terminaba durmiendo murmurando entre sueños “no dejes de hablar”. Y cuando dormía yo aprovechaba para decirle cosas que ella sabe pero que cuestan decir si me mira con esos ojos que me paralizan. Y, al estar cerrados, no puede usar su arma contra mí. Porque J tiene poderes. Extraños poderes.

J y yo sólo somos enfermos

J y yo, que más da lo que pase.
Tomamos cualquier cosa,
y viajamos en alfombras
y todo parece distinto, 
siempre es otro sitio.

Es mejor que esperar todo el tiempo, 
así que atravesamos los paisajes más extraños,
pues que placer obtienes de algo
que nunca has probado. 

J y yo también
podemos saltar, podemos crecer, 
porque J y yo
sabemos lo qué hay que hacer,
sabemos lo qué hay que hacer.

J y yo sólo somos enfermos, 
pero es que nunca tuve una enfermedad más dulce,
así que por ahora seguiremos.

J y yo también
podemos saltar, podemos crecer,
porque ella y yo 
sabemos lo que hay que hacer,
sabemos lo que hay que hacer.

Las olas lentamente
se acercan a la orilla.

Y quiero estar con ella
el resto de mi vida.



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